Las gentes, al igual que ha ocurrido con otros fenómenos sociales, políticos o industriales; tardan a veces para entender que están siendo manipuladas, que fueron persuadidas por una mentira; pero como la mentira es insostenible todo el tiempo, más temprano que tarde el mentiroso es atrapado en el engaño…
Por Alberto Morales Gutiérrez
La mentira se ha tomado hoy todos los escenarios. No existe un aspecto de la vida humana en el presente, que no esté inundado de mentiras. La mentira no es desde luego un fenómeno nuevo, pero evidentemente se ha desarrollado y sofisticado a unos niveles tan escandalosos, que parece habernos cogido ventaja.
Su despliegue, desarrollo y crecimiento, ha hecho que aparezcan redefiniciones por lo menos inquietantes. El psicólogo Rubén Darío García León escribió hace pocos años que “el cerebro humano es una máquina de deformar la realidad, de olvidar y de mentir”. Una afirmación que dialoga con el planteamiento de Karl Popper, quien sostuvo la hipótesis de que la posibilidad de la mentira ha propulsado el lenguaje y sería un constituyente antropológico esencial y universal.
No es absurdo lo que ellos afirman, pues para mentir se requieren unas condiciones excepcionales que solo las reúne nuestra especie: inteligencia, imaginación y lenguaje.
Es precisamente en el ejercicio pleno y creativo de esas condiciones, que la mentira pudo convertirse en una industria que hoy tiene la capacidad de mover miles y miles de millones de dólares.
De hecho, la propaganda y sus técnicas fueron el germen de esa industrialización y es por ello que la mentira campea en revistas, emisoras de radio, periódicos y cadenas de televisión. Hay organizaciones tenebrosas dedicadas a producir mentiras industrialmente para difundirlas a través del universo de la internet, y hay también profesionales del lenguaje dedicados a diseccionar las palabras, los verbos, las composiciones, que más reditúan en beneficio de la mentira.
A veces resulta divertido el carácter estrambótico de los esfuerzos que hacen los mentirosos para tratar de modificar una percepción. Vea un ejemplo reciente: la administración municipal decide cerrar un parque, cercarlo, aislarlo, limitar el ingreso de la gente, discriminar, acabar de un tajo con su condición de espacio público. Cuando se critica el cierre, el funcionario responde sonriendo y exhibiendo, desde esta mentirilla, toda su pequeñez: que no, que “no es un cierre sino un abrazo”.
Hay unos escenarios en los que la mentira se exacerba: las guerras, las campañas políticas, las confrontaciones religiosas, la competencia comercial, las decisiones desde el poder, la corrupción.
En tales escenarios la mentira es efervescente.
Las gentes, al igual que ha ocurrido con otros fenómenos sociales, políticos o industriales; tardan a veces para entender que están siendo manipuladas, que fueron persuadidas por una mentira; pero, como la mentira es insostenible todo el tiempo, más temprano que tarde el mentiroso es atrapado en el engaño y las gentes lo rechazan a él y a la mentira que logró construir durante un tiempo.
Hay un texto que recoge una muy interesante conversación entre Noam Chomsky y David Barsamian. Se llama “La propaganda y la opinión pública” (Crítica 2002) y en ella se desvelan unas mentiras descomunales que, a estas alturas de la historia, son insostenibles. La verdad ha terminado por quitar las máscaras de sus protagonistas.
Una de las mentiras más destacadas hace referencia a la negación prolongada del uso perverso de químicos aplicados por el gobierno de USA en la guerra del Vietnam. Los detalles, las pruebas incontrovertibles, los documentos, las cifras, los responsables, todo está contenido en el Informe Hatfield que, de manera vergonzosa, tanto el periodismo de América Latina como el de los Estados Unidos se negó a difundir (salvo Los Ángeles Times).
Hoy, el informe es ampliamente conocido en todo el mundo como demostración expresa de lo que Amnon Kapeliouk describió como “la brutalidad extrema de la cultura intelectual estadounidense”. Es claro que John F. Kennedy autorizó la guerra química bajo la operación Ranch Hand en 1962, conociendo exactamente de qué se trataba y cuáles serían sus efectos. Kennedy nunca fue el prohombre que la propaganda trató de vender por décadas.
Otra, no menos dramática, hace referencia a la hecatombe ética del gobierno israelí, una de cuyas aristas es la práctica institucionalizada de la tortura en sus más desgarradoras e inhumanas formas, para hacer “confesar” a sus enemigos. En 1999 Yehuda Schaeffer, un portavoz del gobierno, respondió a las denuncias sobre tortura de sus servicios de seguridad, con una frase rimbombante y mentirosa: “en este, como en otros asuntos, seguimos siendo la luz de las naciones”. En otra oportunidad, un periodista le preguntó al juez judío Moshe Etzioni, por qué los israelíes conseguían un número de confesiones tan sumamente elevado, y éste entregó una respuesta parecida a la del “abrazo”: que “los árabes suelen confesar rápido, porque eso hace parte de su naturaleza.
Lo cierto en el presente, es que el hecho no solo es inocultable, sino que la barbarie contra los palestinos ha llegado a extremos salvajes. Ya no disimulan. Nadie cree en la “justeza” de la causa judía.
A principios de los años 90 empezó a configurarse la idea de que la internet era, en términos conceptuales, la “autopista de la información. Muchos le creímos entusiasmados. Por el contrario, Chomsky expresa que la internet no solo fue regalada a las empresas privadas “de una forma que nadie sabe”, sino que ha degenerado en ser, definitivamente, un sistema de comercio electrónico; lo que explica que las grandes fusiones de los operadores y plataformas lo que están ofreciendo es “las posibilidades técnicas para asegurarse de que conectarte a Internet, te llevará a donde ellos quieren, no donde tú quieres”. En el fondo, la herramienta se ha instrumentalizado para convertirla en una máquina capaz de producir, difundir e impactar industrialmente con la mentira.
Hoy, con el boom de la inteligencia artificial ligada a la producción de contenidos, Chomsky desvela otra mentira: se trata realmente de un plagio de dimensiones globales, pues el algoritmo se alimenta de todo los que los autores han escrito a lo largo de los años sobre los más diversos temas y los más diversos tonos y ejerce sobre esos contenidos una apropiación indebida, mezclándolos a su antojo.
Es razonable que, con tanto instrumento a su favor, los mentirosos abunden, tengan la impresión de que son invencibles y le apuesten todo a flotar eternamente sobre la retorcida nave de sus patrañas. Pero no lo van a lograr. Hay un axioma: tanto ellos como sus mentiras, tienen fecha de caducidad.
4 respuestas a «“Más fácil cae un mentiroso que un cojo”»
Las mentiras que nos bombardean a diario ya ni escandalizan, usted menciona la guerra química utilizada en Vietnam impunemente y que se sigue obviando. Aquí y ahora hay un espeso silencio en los medios que jalean las que califican como legítimas hostilidades de la OTAN contra Rusia pese a la publica confesión de Angela Merkel del engaño que firmaron en los acuerdos de Minsk buscando solo tiempo para armar a Ucrania. Es la mentira institucionalizada y desfachatada. Al final que más da si los muertos siempre los ponen otros…
Gracias María del Mar, por leer. Tienes razón. Aquí y ahora las mentiras construyen los sistemas de creencias de todos los seres humanos. El espectro es grande. Para dónde quiera que mires hay mentiras gravitando impune mente…
La posibilidad de formar un colchón de convicción a base de mentiras es el mejor de los logros en una sociedad con poco espíritu crítico como la colombiana. La gente cree que quienes nos han gobernado son los buenos y no lo son. Son corruptos y perversos. De ahí la necesidad de una acertada pedagogía política.
Gracias Juan Fernando por leer. Desde luego pedagogía política de cara a la mentira política. Pero contra la mentira en general, incluyendo la política, la tarea, pienso, es formar en el pensamiento crítico, enseñar a no tragar entero, atreverse a pensar.