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Odio a los indiferentes…

Los Gilinski y quienes comparten sus oscuros intereses, han de tener claro el perfil. Saben que Quintero es un estúpido eficaz y saben de sus alcances y sus fantasías. No tienen dudas además sobre su destino inexorable. Para ellos, Quintero es al fin de cuentas, un advenedizo, un mero instrumento.

Por Alberto Morales Gutiérrez

Esta Medellín de hoy, que se desbarata frente a nuestros ojos y en donde los excesos de la corrupción rebasan todas las fronteras éticas, no sobrevivirá si la indiferencia se impone.

La ciudad agonizante clama por el ejercicio de la ciudadanía.

“Odio a los indiferentes” es un poema soberbio escrito por Antonio Gramsci en el lejano 1917. Tenía tan solo 26 años cuando lo escribió.

“La indiferencia es el peso muerto de la historia” -dice-, “la indiferencia es la fatalidad” -agrega-, y se exacerba: “odio a los indiferentes/ porque me fastidia su lloriqueo de eternos/ inocentes”.

Gramsci nació en Cerdeña en 1891 y murió en Roma en 1937 a los 46 años. Los últimos 10 de su vida los pasó en la cárcel, pues fue condenado en 1927 por el gobierno de Mussolini, acusado de conspiración. Gramsci nunca fue indiferente.

Las denuncias y movilizaciones pidiendo su libertad hicieron que el 25 de octubre de 1934, Mussolini acogiera por fin la petición de libertad condicional, pero fue solo el 24 de agosto de 1935 que pudo ser transferido a la clínica “Quisisana” de Roma, en graves condiciones.

De muy baja estatura, como consecuencia de una tuberculosis osteoarticular, Gramsci fue un enfermo desde siempre. Padeció toda su vida los efectos desastrosos de la “enfermedad de Pott”.

Como una demostración expresa de su sino trágico, se dice que al médico al que le tocó atenderlo cuando arribó a la cárcel de Turi, luego de su detención inicial, dijo sin el más mínimo asomo ético, que su misión como médico fascista no era mantener a ese prisionero con vida.

Gramsci adquirió la plena libertad el 27 de abril de 1937, y cinco días después falleció como consecuencia de un derrame cerebral.

El tema propuesto por el poema ha generado no pocas reflexiones.

El psiquiatra argentino Sergio Carlos Staude escribió en el 2014 “La indiferencia como instrumento de poder”, un ensayo inteligente que permite entender cómo esta actitud termina siendo “un éxito oscuro de quienes se han encaramado apelando a medios que justifican ningún fin”. Resalta un logro que, dolorosamente, toma forma en Medellín merced a los artilugios de Quintero y sus secuaces: “logran que el escándalo y el horror que implementaron y que sostienen, se transforme en algo cotidiano y trivial”.

Staude se acerca al texto de Hannah Arendt “La banalidad del mal” y descubre que, a diferencia de lo que la prensa y los medios de comunicación esperaban, Arendt no vio en Eichmann un sádico diabólico singular, sino a un “estúpido eficaz, un estúpido en el sentido moral y afectivo”. La descripción es certera.

Los Gilinski y quienes comparten sus oscuros intereses, han de tener claro el perfil. Saben que Quintero es un estúpido eficaz y saben de sus alcances y sus fantasías. No tienen dudas, además, sobre su destino inexorable. Para ellos, Quintero es al fin de cuentas, un advenedizo, un mero instrumento.

Gramsci, con solvencia ética, mira a los indiferentes a los ojos y clama: “Pido cuentas a cada uno de ellos: / cómo han acometido la tarea que la vida les / ha puesto y les pone diariamente, / qué han hecho, / y especialmente, / qué no han hecho. / Y me siento en el derecho de ser inexorable/ y en la obligación de no derrochar/ mi piedad, / de no compartir con ellos mis lágrimas”.

Hay una reflexión inmersa en ese texto, que Gramsci suelta a la manera de un diagnóstico: la indiferencia “es la materia bruta capaz de desbaratar la inteligencia”.

Los trinos de Quintero dan grima, las cifras de la ciudad dan pena, su mitomanía ha llegado a dimensiones gigantescas y no duda en entregar interpretaciones amañadas a las noticias que acorralan a sus alfiles y secuaces.  

Ya hacen plantones y movilizaciones en su contra los propios funcionarios de carrera, que no dudan en salir a las calles para denunciar sus atropellos. La mejor señal de su decadencia es que le están perdiendo el miedo.

Eliezer Weisel (1928-2016) sobreviviente del holocausto y agudo escritor nacionalizado en Estados Unidos, destaca unos aspectos de la indiferencia que son decididamente ciertos. Expresa que la indiferencia es más peligrosa que la ira y que el odio.

Su reflexión le lleva a afirmar que, a veces, la ira puede ser creativa, pero la indiferencia no puede serlo. Más aún, dice que el odio, en ocasiones, puede suscitar una respuesta, entretanto que la indiferencia ni siquiera logra eso. Ello lo lleva a concluir que la indiferencia no es un comienzo sino el final. La indiferencia beneficia siempre al agresor.

Ese concepto de la indiferencia como final, genera horror, porque significaría también que Medellín se autoaniquila.

La proclama de Gramsci marcha en contravía: “Creo que vivir quiere decir tomar partido. / Quien verdaderamente vive, / no puede dejar de ser ciudadano y partisano”.

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10 respuestas a «Odio a los indiferentes…»

Murió a los 56 años. 19 y 37 son 56.

Alberto, no sé a qué viene en el cuento de los Guilinski y sus intereses oscuros. ¿Será que los intereses de los empresarios que estos atacan son claros? Cuando dos banqueros pelean, no hay ninguno bueno, te lo aseguro.

Es más serio el análisis estimando aspectos positivos y negativos, sea de una persona, una institución o una gestión. Cuando se descalifica totalmente a una de ellas, queda la sensación de odio, de parcialidad o de algún interés mezquino.

Hola John. Gracias por leer.Murió a los 46 años. De 1891 al 1901 hay 10 años. El cuento de los Gilinski viene a cuento porque sus intereses oscuros están ligados a la campaña de Quintero y su financiación. Estoy de acuerdo contigo en que cuando dos banqueros pelean no hay uno bueno. Eso no niega que los Gillinski hayan logrado poner a Quintero al servicio de las narrativas que emplearon en su estrategia de toma hostil. Es vox Populi que Quintero asume que los Gillinski son los “buenos”. Si no me crees, pregúntale a Vicky Dávila. Un abrazo agradecido por tu lectura.

Alberto, Quintero el mitómano, igual qué Petro, adornan su escándalo, enmermelando a los periodistas, los qué se convierten en fieles escuderos de causas fallidas, está en manos de nosotros los ciudadanos medellinenses, dar la estocada para corregir la bitácora y a la clase política, es un claro llamado para que cambien su forma de dirigir los desase esta bella Ciudad, no quiero estar en el presente, pero seguro es que estos sátrapas de Daniel y Gustavo, deberán saldar todo los actos corruptos y despilfarros, cometidos con desgreño y complacencia de los resentidos sociales.

Gracias por leer Ovidio. Está en manos de nosotros corregir la bitácora…

VERGÜENZA AJENA

Siento vergüenza ajena por la mala educación, la falta de conocimiento y la incultura de gran parte de la población colombiana principalmente de esa franja de la juventud universitaria, frívola y reguetonera. Ellos posando de modelitos selfies y ellas, esperando la mejor invitación para seducir y hacerse las difíciles. Celulares costosos, carros de alta gama y poses de gimnastas en las clases altas, igual en las populares, pero consumiendo prendas de dos por cinco que simulan las que usan los señoritos.
De todo están pendientes, menos de conocer las raíces de su historia y el futuro de un país que todos los días involuciona hacia un estadio casi larvario en el que cada miembro se mueve en un básico principio del placer con una pobre visión de la vida y un par de audífonos aisladores.

Gracias por leer, Juan Fernando. Es, ciertamente, un escenario muy difícil…

Qué pena Alberto, pero se me ocurrió el comentario anterior – que tenía archivado- a propósito de tu escrito de hoy. La indiferencia es producto de la ignorancia manipulada y de la carnada efectiva que se traga el pueblo cuando solo sabe aparentar. No hay espíritu crítico, no hay nada.
No sé si Quintero sea un ladrón, pero sé de sus obras en las comunas pobres y francamente no veo tanta basura por los lados del Poblado. El Colombiano lo detesta. A lo mejor van a apoyar al de un solo ojo. Es cuestión de rebatiña por el poder. Tendremos que seguir confiando en los organismos de control, de lo contrario la chismosiadera y el exceso de titulares nos van a enloquecer.
Ánimo con el Proyecto Humanidad.
Gracias por la emoción!

Es una gran vergüenza esa ” Cosa” que hoy funge como Alcalde de nuestra hermosa y amada Medellín.

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