Romero Velasco explica que la risa ya no operaba como una manifestación divina ni demoníaca, ni restauraba ningún vínculo perdido con los ciclos naturales; ya no curaba enfermedades ni provocaba la muerte, ni era vista como un exceso irracional y animal.
Por Alberto Morales Gutiérrez
Hubo, el pasado domingo 11 de junio, un incidente en el reconocido espacio de “Los Danieles”, luego de que Daniel Samper Ospina leyera su columna habitual en la revista Cambio. El general Pedro Sánchez, que había sido invitado a hablar sobre el tema de los niños encontrados en la selva después de cuarenta días de búsqueda, manifestó su incomodidad cuando el referido columnista le preguntó su opinión sobre lo que había leído.
El argumento del general fue razonable. No era a eso a lo que lo habían invitado y no tenía la disposición de comentar un texto que aludía al presidente Petro, quien era su comandante en jefe.
El incidente armó un zafarrancho en redes. Las bodegas se activaron, el general fue alabado por los seguidores del presidente, mientras Samper, obviamente, fue acribillado. Los defensores de Samper arguyeron, solemnemente, que el general carecía de sentido del humor.
Aunque, a decir verdad, había dejado de leer a Samper Ospina hace un poco mas de cuatro años, ya que le había perdido todo interés; leí la columna con atención. No me pareció que traicionara su estilo y encontré que sus apuntes eran cáusticos y razonablemente graciosos, pero, no obstante, persistió en mí esa sensación de desgaste. Seguía sin gustarme.
¿Qué es lo que no me atrae de Samper Ospina?. No pude menos que pensar en su padre.
Daniel Samper Pizano es un personaje notable para mi generación. Lo leíamos con verdadera pasión y nos seducía su vasta cultura, su desparpajo, la calidad de su información, su visión integral del periodismo, sus trabajos en la Unidad Investigativa de El Tiempo. También se destacó siempre por la capacidad formidable de tratar los más diversos temas (desde los más nimios hasta los más complejos) y su impecable manejo del lenguaje.
Debo confesar que sentí una conmoción cuando, al leer alguna referencia hecha en otro medio sobre él, lo definían entre otras muchas cosas, como un “humorista”. Tuve la sensación íntima de que lo estaban insultando. Hoy, no solo comprendo la definición, sino que tengo claro que siempre se tomó el humor, muy en serio. Creo que su relación entrañable y pública con los legendarios “Les Luthiers”, tiene que ver con eso.
Se me ocurre que tal vez Daniel Samper Ospina, por el contrario, no se lo tome en serio y esa actitud se empiece a hacer evidente.
El doctor Pedro Romero Velasco, que ha dedicado mucho tiempo, estudio y, desde luego, talento, a estos temas del humor; afirma una verdad incuestionable: que “las funciones y efectos que un discurso humorístico tenga, dependerán tanto del contexto del productor como el del receptor, y una parte importante de estos contextos está determinada por la concepción del humor que ambos tengan, concepción desde la que interpretarán el discurso humorístico concreto”. Esto es totalmente cierto.
El otro drama de opinar sobre el humor es que las perspectivas y los análisis son muchos y diversos. Se trata de un “fenómeno retórico”. Por ejemplo, el psicólogo Michael Billig lo define como una herramienta comunicativa que, como tal, no es intrínsecamente positiva o negativa, subversiva o reaccionaria, sino que “estos aspectos dependen del uso que se le dé, así como de su contexto”.
En sentido contrario, Gilles Lipovetsky se levanta indignado contra la “sociedad humorística”, que él asocia al mandato perverso de “la felicidad”. Si usted no es feliz es un antisocial, y si no se pliega a la atmósfera eufórica del buen humor, que todos debemos respirar, entonces usted está fuera de foco. El humor de hoy es “típicamente narcisista”, “hiperindividualizado” -dice-
Tal vez el problema sea mío, porque tengo un sesgo gigantesco. Me gusta esa herencia del periodismo satírico, de la literatura y el teatro satíricos; la herencia de la caricatura que emerge poderosa en el siglo XVIII. Me gustan las comedias del tipo “El gran dictador” de Chaplin, el humor como puntal del pensamiento crítico. Pienso en David Garrick el actor, director y comediante inglés, que asistía en París a las reuniones del Barón D’Holbach, con los enciclopedistas y que, no es muy sabido, tuvo con Diderot una amistad sobresaliente. Es en este contexto que se me aparece la palabra coherencia.
La función del humor en un contexto determinado, un contexto social y cultural determinado, es la de un humor que “refleje o refracte el sentido común, los valores, los prejuicios y las visiones del mundo de la sociedad en la cual se mueve” A no dudarlo, el humor puede ser vehículo y perpetuador de estereotipos, actitudes y prejuicios negativos, o puede tener una posición contraria. A mí, personalmente, me atrae más el humor con vocación subversiva.
A estas alturas de la reflexión, ya empiezo a entenderlo. No aspiro, en el caso de Daniel el pequeño, a que haga humor con intenciones revolucionarias y no me resiento por sus deslices fatuos, su misoginia a veces expresa, a veces oculta. Lo que me molesta es su incoherencia, su pose de demócrata, la puesta en escena de su “rebeldía”, su incapacidad para leer el signo de los tiempos en los que le correspondió vivir. No le aprendió un ápice a Daniel Samper Pizano.
Es cierto que existe una relación entre el humor y los tiempos. Montecristo sería hoy impresentable y una serie como Friends sería hoy, un desastre.
Me exacerba de Daniel Samper Ospina su papel de “niño grande”, sus aspiraciones de “influencer” menor de edad, que no tiene responsabilidad alguna con lo que hace. Creo que Daniel el pequeño está atrapado en la risa. Su humor es pequeño.
¿Atrapado en la risa?. Pues sí. Se ha dicho del período transcurrido entre los siglos XVII y XIX que fue la edad de la ironía, para dar a entender que el humor nació precisamente en esa época. “la risa en tanto que fenómeno fisiológico y corporal dejó de ser una preocupación central de filósofos, médicos o religiosos” quienes estuvieron concentrados en ella a lo lago de los siglos precedentes. Romero Velasco explica que la risa ya no operaba como una manifestación divina ni demoníaca, ni restauraba ningún vínculo perdido con los ciclos naturales; ya no curaba enfermedades, ni provocaba la muerte, ni era vista como un exceso irracional y animal.
El advenimiento del humor como un fenómeno discursivo ligado al lenguaje y a la razón, es lo que le imprime la seriedad. Una seriedad que han desplegado maestros trascendentales como Garrick, Chaplin, Groucho Marx, Monthy Python, Miranda Hart, Mitch Herberg y tantos, tantos otros. O en Colombia, personalidades como Jaime Garzón, el mismo Daniel Samper Pizano, Mico, Osuna, Vlado.
No puede uno menos que pensar en El Nombre de la Rosa, la novela célebre de Umberto Eco, y su discusión sobre la Poética de Aristóteles, el libro que desencadena toda la trama. No olvide usted que esa historia se desarrolla en el siglo XIV, en 1327, cuando la iglesia consideraba que la risa era un pecado.
El monje bibliotecario Jorge de Burgos ha impedido a toda costa que la Poética de Aristóteles sea leída por los otros monjes, ha matado por esta causa, ha mentido por esa causa, porque este libro trata sobre la comedia y la risa, y estos temas, era en serio, estaban prohibidos. A estas alturas de la civilización la percepción es distinta: la sola risa, como antípoda del miedo, no es un fenómeno discursivo. Pero eso, no todos Los Danieles lo saben.
10 respuestas a «El humor pequeño de Daniel Samper, el pequeño.»
Don Elkin Obregón Sanín te hubiera disfrutado tanto al leer tu artículo. Muy bien querido amigo Alberto.
Hola Eduardo. Gracias por tu comentario. ¡Elkin Obregón sí que fue serio con el humor!
Leyendo el final de tu interesante comentario, me vino a la memoria “Gabelo”, el niño grande de la comedia mexicana, aquel personaje de La Carabina de Ambrosio que muriera hace poco a los 86 años aún de pantaloncito corto y voz meliflua.
El humor satiriza y ridiculiza dependiendo del grado de empatía que tenga con el receptor, el objeto en presentación. De allí la sátira o la degradación ridícula, y por supuesto, el grado de sonrisa, risa o carcajada. Extraño esto último. En su texto El chiste y su relación con el inconsciente Freud nos debe ilustrar al respecto. ¿Por qué lo uno y lo otro? ¿De dónde una explosión de súbita alegría en relación con un evento cotidiano?
Confieso que no escuché el texto en referencia del pequeño Samper, pero satirizar el rescate de los niños de la selva me parece una aventura mediática en extremo difícil, más con general abordo. Muy osado o más bien, irrespetuoso.
Gracias por leer, Juan Fernando. Realmente Samper, el pequeño, no satirizó en su columna el rescate. Habló de que Petro se había quedado sin niñera, aludiendo a la señora Laura Sarabia, echó vainas y fue sobre ese tema que le pidió la opinión al general.
Muy bueno, estoy de acuerdo. Daniel el chiquito es un pendejo, no lo leo, es anodino. Quiso hacer carrera a la sombra de su papá, Daniel el grande.
Hola Efrain, gracias por leer. La palabra “anodino” encaja perfectamente en el personaje.
Octavio Paz, en su libro Los signos en rotación, reflexiona sobre el humor. Interesante. A quien no lo conozca lo invito a leerlo. Es un recorrido por la simbología desde la perspectiva del que posiblemente fue el mejor y más prolífico ensayista de la lengua castellana.
Gracias por leer, Luis Fernando. Voy a buscar el libro de Octavio Paz. ¡Qué buen dato!
Realmente creo que no slcanza a la definición de humor lo que hace Samper O. No soy caoaz de verlonu oírlo 3 minutos
Hola Hernán. Gracias por leer.