Un fenómeno a destacar: está probada la presencia de seguidores falsos que suman a sus redes los cibergobernantes, con la intención de incrementar la percepción de poder que quieren exhibir. El promedio es del 30%, aunque hay algunos desesperados cuya locura los lleva a exagerar. Daniel Quintero, el tenebroso alcalde de Medellín, por ejemplo, exhibe en X (antes Twitter) 943.000 seguidores, pero una investigación reciente demostró que el 51% de ellos son perfiles falsos.
Por Alberto Morales Gutiérrez.
Hay un libro editado en 2022 por la fundación alemana Friedrich Ebert Stiftung (FES Comunicación) con el muy sugestivo título de “(No) es la comunicación, es la política” y que recoge varias reflexiones sobre el tema, escritos por analistas de diferentes países.
Su lectura sirvió para solucionarme una inquietud que, siendo sincero, realmente me atormenta. Se trata del desconcierto que me genera la visión reverencial de las personas, cuando se enajenan con los políticos a los que siguen. Parecen no dudar de su “perfección”. Cada palabra que dicen, cada gesto, cada decisión, es valorada y aceptada y difundida entre sus amigos, como una prueba irrefutable de la genialidad personal del dirigente, de su estrategia impecable, de su lectura acertada de los acontecimientos.
Si se presenta algún acto que podría traicionar las ideas que ese dirigente ha expresado en el pasado, entonces se arguye que él (que es genial) sabe exactamente lo que está haciendo y, en ningún caso, se ha equivocado con el acto que, a otros, les genera dudas.
Entendí la dimensión que ha venido adquiriendo el envilecimiento de la comunicación al servicio de la política, al leer a Omar Rincón, uno de los editores del libro, cuando escribe que en el mundo de hoy “los marcos interpretativos de la comunicación política hay que buscarlos entre el amor popular y melodramático de la telenovela y la narrativa mística de los superhéroes”.
¡Pues claro!
Siempre he pensado que la ideología desapareció de la política, y Rincón lo reafirma entregando una frase adicional: “no hay ideas, no hay partidos, no hay sociedad: solo comunicación”. Va más allá. Dice que la “comunicación” se transfiguró en “un modo de gobernar”. De esta manera, la máxima aspiración del gobernante es ser un “influencer”.
¡Aquí están, estos son, los grandes “trinadores” que gobiernan las naciones!
Lula da Silva, presidente de la República Federativa de Brasil, suma en las redes sociales 26 millones de seguidores. Jair Bolsonaro, quien fuera el presidente derrotado en las últimas elecciones, acumuló 44 millones. Lo pongo aquí como referencia, porque ya no está en el poder. Manuel López Obrador, presidente de los Estados Unidos Mexicanos, ocupa el segundo lugar con 21 millones. Nayib Bukele, presidente de la República de El Salvador cuenta con 16 millones (rebasa en un 150% a la población total de su país). Gustavo Petro, presidente de la República de Colombia, tiene 11 millones.
Donald Trump, antes de ser suspendido por Facebook y Twitter sumaba 86 millones de seguidores en esas redes. Estuvo dos años por fuera. Las redes en referencia volvieron a activar sus cuentas, pero no las ha usado hasta el momento. Creó su propia red (Truth) y acumula un poco más de 6 millones de seguidores en el presente.
Hay un fenómeno a destacar: está probada la presencia de seguidores falsos que suman a sus redes los cibergobernantes, con la intención de incrementar la percepción de poder que quieren exhibir. El promedio es del 30%, aunque hay algunos desesperados cuya locura los lleva a exagerar. Daniel Quintero, el tenebroso alcalde de Medellín, por ejemplo, exhibe en X (antes Twitter) 943.000 seguidores, pero una investigación reciente demostró que el 51% de ellos son perfiles falsos.
La pregunta es válida. De verdad, ¿cuál es la diferencia en la actitud “influencer” que tienen todos estos personajes?
En los primeros 365 días de su gobierno, el presidente Petro se despachó con la nada despreciable suma de 5.650 trinos. Una cifra decididamente inquietante.
Eso explica la razón por la cual “este modo de gobernar” ha logrado tres cosas deprimentes: la primera, que la democracia terminó convertida en un espectáculo que opera a punto de “likes”, “fans” y número de seguidores. La segunda, que desaparecieron los conceptos de ciudadanía y de política. La tercera, que ese “amor popular y melodramático de la telenovela y la narrativa mística de los superhéroes” con el que el seguidor mira a su influencer, desencadena una incondicionalidad tan brutal, que definitivamente desaparece toda capacidad de razonamiento. El superhéroe al que sigue el influenciado, es un personaje perfecto, brillante, inobjetable.
Jeremi Benthan quien transitó, entre los siglos XVIII y XIX, por los escenarios políticos y jurídicos británicos, es uno de las figuras más representativas de la “escuela utilitarista”, y entrega una mirada que, tal vez, explique esa incondicionalidad.
Él afirma que hay dos “señores” que gobiernan a la naturaleza humana: el dolor, de un lado, y el placer de otro lado. El utilitarismo estriba en entender que el concepto de la “felicidad” resalta de manera perfecta las ideas del placer y del dolor. Así, entendido el concepto, resulta que la aspiración más lícita de toda comunidad es ser feliz, de donde es recto todo aquello que la hace feliz y errado todo aquello que no puede hacerla feliz.
No hay dignidad o indignidad en lo que se ansía para ser feliz. Todo está sujeto a las circunstancias. Y entonces, Bentham, a la manera de un iluminado, diferencia a la “comunidad política” de esa abstracción que es la comunidad a secas. Y esa “comunidad política” no constituye un cuerpo con alma que piensa y que siente, no. Los que piensan y sienten son los individuos quienes, al sumarse a la comunidad, desdibujan sus felicidades individuales. La “comunidad política” termina delegando la felicidad en su dirigente y para que el logro sea posible, el individuo se diluye en quien lo dirige.
Es una especie de conexión simbiótica que literalmente impide pensar siquiera en que, aquello que el dirigente plantea, pueda tener algo incorrecto, malo, equivocado, porque, si lo pensara, correría el riesgo de regresar a su individualidad. Dejaría de ser “comunidad política”. Queda perfectamente clara la razón por la cual a esta escuela se la llama “utilitarista”.
Es un escenario deprimente y premeditado, pero la comunidad política no lo sabe, ni siquiera lo sospecha.
Martín Caparrós, el historiador e intelectual argentino cuya inteligencia feroz e independiente lo convirtió en una celebridad de otro tipo, logra resumirlo todo, con su reflexión cáustica sobre la felicidad que brinda el asistencialismo de la Iglesia católica. Él lo define como “el arte de darles a los pobres lo suficiente para que sigan siendo pobres”. Así es.
8 respuestas a «La cumbre de la perfección “política”…»
Precisamente ese es el término: “Influencer”, aquel que influye en… Pero para lograrlo debe de disponer de un receptor apto que reciba su influencia, para así permear y conseguir un propósito, y esto se logra entre incautos, incultos y mal educados, en otras palabras, entre el grueso de la población susceptible a ser embaucada, deslumbrada o descrestada.
Aquel estudioso serio y comprometido -no dijéramos que con un ” ideal”-, pero si con un mundo mejor, analiza, estudia y sigue un proyecto y un liderazgo.
En el caso de Gustavo Petro la historia de este personaje lo define como alguien coherente, estudioso, inteligente, honesto y decidido. Esperemos que sea capaz.
Por el otro lado, el “influencer” de Alvaro Uribe es un simple manipulador del miedo, inculto, mentiroso y violento disfrazado de abuelito bondadoso (por qué ya le tocó)
Muchas gracias por tus comentarios y por tu lectura Juan Fernando. Una de las cosas que mete miedo y que me desconcierta es que empiezo a apreciar que el impacto de los “influencer” a que hago referencia, impacta incluso a gente formada, culta y, aparentemente, carente de esa condición e incautos.
¿Seré yo uno de ellos, acaso Señor?
jajaja, Juan Fernando. No observo síntomas graves en tus predicamentos. jajaja
Así como existe el SMP ” Síndrome de Manipulación Parental” que ejerce un padre o madre hacia un hijo menor para que desprecie a el padre o madre que no vive con ellos diciendo que el o ella es bueno y el ausente es malo, pienso que hoy existe el SMI es decir el ” Síndrome de Manipulación de Información” en política cuando el manipulador se presenta como el sabelotodo, mesías, sabio y santo y termina convenciendo a los borregos y estos creen que no hay otro como el.
La comunicación es una herramienta muy eficaz para ” manipular” y se convirtió en muchas casos en ” verdad sabida” para los ingenuos y estúpidos que se dejan llevar por los mensajes sin hacer reflexiones a fondo de esa información.
Resulta más fácil y expedito que le llegue a usted un trino de un babiecas o zascandil a su móvil que inducirlo a una reunión política masiva
Hoy, la vida del politiquero de oficio , de cierta manera resulta más ágil y pertinente con el manejo de la información.
Dan cifras, probabilidades, dicen verdades a medias y mentiras por doquier
Lo más abominable es comunicar para decir mentiras.
En su mayoría somos un pueblo ignorante políticamente, estúpido y corrupto
” Que culpa tiene la estaca si el sapo salta y se ensarta”
Gracias Carlos por leer. Pienso que la sofisticación de las técnicas de manipulación ha llegado a unos niveles tan sofisticados, que no comprometen ni la inteligencia ni el buen juicio de sus víctimas. Tienen el poder de pulsar símbolos y creencias arraigadas para desencadenar adherencias. Es, decididamente, una cosa monstruosa.
Creo que la tendencia post moderna de la política, en el contexto neoliberal, radica en dejar el cerebro intacto y dirigirse a las emociones para promover el odio por el adversario o la adversaria y el amor y la fe ciega por el “influencer” o el político que miente e infunde miedo, como Uribe por ejemplo.
Debe ser un ejercicio de componentes múltiples y de intenciones múltiples, malas intenciones múltiples. Muchas gracias por leer y por tu comentario José Arnulfo.