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Trump, “1984” y “el mito de Heildelberg”

Por Alberto Morales Gutiérrez

Tengo desde hace por lo menos 15 años una obsesión con el tema específico de las creencias. ¿Qué son?, ¿cómo actúan?, ¿cómo se instalan en nuestros cerebros?, ¿qué significan para nuestro comportamiento diario?, me asombra su incidencia en la adopción de nuestras posiciones éticas, morales e ideológicas, pero también la manera como inciden en los gustos más superfluos, en los colores de nuestra predilección, en nuestras acciones de compra; el impacto en nuestras maneras de interpretar los hechos.

Pienso que nuestra especie está lejos de encajar en la definición de “Homo sapiens”, pero que sí es definible sin objeción como “Homo credere”. Somos, decididamente, la única especie animal que tiene creencias.

Puedo afirmar, con ejemplos contundentes, que las creencias no tienen nada que ver con el grado de inteligencia. Se me ocurre además fascinante leer textos soberbios, inspirados, congruentes, informados, de personas inteligentes que sustentan creencias que yo jamás voy a compartir y que ellos asumen como sus verdades.

Martin Heidegger, Günter Grass, Richard Strauss, son ejemplos relevantes de talentos indiscutibles, cuyas afinidades con el régimen nazi son inocultables.

En el 2016 un acucioso profesor de la Universidad de New York, Steven P. Remy, escribió un texto sobre el rol de las universidades alemanas y el nacionalsocialismo, que desvela lo que posteriormente se denominó como “el mito de Heildelberg”. Destaca en efecto la manera como los académicos de la Universidad Ruprecht Karls , reaccionaron ante la llegada del nacionalsocialismo y como recordaron y asumieron el pasado nazi, después de 1945.

Adoptaron estos profesores, de manera conceptual y con franco entusiasmo, no solo el final de la república de Weimar sino el apoyo al establecimiento de la dictadura nazi y sus predicamentos alrededor de la purificación racial de Alemania, su expansión bélica, su nacionalismo agresivo, su racismo, su antisemitismo. Mas grave aún, adoptaron su rechazo a la objetividad en la investigación y la docencia.

Una vez culminada la guerra, se dedicaron con enorme habilidad e inteligencia, a la construcción de “elaboradas narrativas en su defensa que sirvieron para absolver a todos —salvo a unos cuantos— de su conexión con el nacionalsocialismo”.

Fueron estas narrativas las que dieron lugar al mito aludido. Heilderberg, en donde funciona la universidad de esos académicos, es una ciudad situada en el valle del río Neckar en el noroeste de Baden-Wurtemberg (Alemania). La construcción de ese mito contribuyó de manera relevante a “la amnesia colectiva sobre el pasado nazi que caracterizó a la sociedad de la Alemania occidental en sus años formativos”

Hay, desde luego, diferentes explicaciones sobre la manera como se adoptan las creencias. Precisamente en 1949, George Orwells publicó su distopía clásica: 1984 (Editorial Atenea. 2015). La escribió entre los años 1947 y 1948, inmediatamente después de los horrores de la segunda guerra mundial.

Esta historia se desarrolla en una sociedad que es regida por un partido único con una élite de dirección muy reducida y que gobierna con mano de hierro. El “gran hermano” es el líder máximo e indiscutible y el aparato de propaganda del Estado está diseñado para que todos los ciudadanos lo amen y le sean leales. Dos cosas son relevantes: el manejo del lenguaje y sus narrativas, de un lado, y el manejo de los contradictores rebeldes, del otro.

Desde luego el libro aborda una multiplicidad de temas que han nutrido análisis contemporáneos, en tanto parecen haberse construido de manera premonitoria para advertirnos sobre los estragos de la  enajenación de los medios, la intromisión de la tecnología en nuestras vidas, el conocimiento total sobre nuestros actos, la manera como somos perfilados desde nuestros celulares y como la privacidad se ha diluido. Una dilución que ha hecho que exhibamos sin pudores las mentiras de nuestras vidas de ficción en las redes sociales, como si hubiéramos decidido habitar en “la pecera”.

El libro plantea la manera como el pensamiento desaparece en la medida en la que tu aprendes a vivir en un mundo que ya no tiene historia, en el que te encuentras sumergido en una reverberancia de imágenes y sonidos en permanente cambio, en donde el conocimiento y la reflexión no tienen ningún sentido. Integrada a esa estrategia, aparece el tema del lenguaje.

Winston el protagonista, trabaja en el Ministerio de la Verdad. Las torturas se ejecutan en la habitación 101 que es una dependencia del Ministerio del Amor (no puedo menos que pensar en la “seguridad democrática”). Se habla explícitamente de la “neolengua”que es “deliberadamente ambigua, con gramática restringida y vocabulario limitado” y me desborda entonces la suma de los 73.361.410 ciudadanos estadounidenses que votaron por Trump. Ciudadanos que creyeron con convicción que se trataba del mejor candidato para dirigir a su país, creyeron en lo que el personaje prometía y obviaron en su decisión cualquier reflexión en torno a su personalidad camorrera, su misoginia, su precariedad ética, su ignorancia, su naturaleza infantil, incluso. Simplemente creyeron. Y hay en esos 73 millones, un cúmulo de artistas, intelectuales, científicos, profesores universitarios, historiadores, economistas, en fin.

Winston, era un buen lector, también escritor y ejercía el pensamiento. De hecho, es su capacidad reflexiva lo que lo pone en contra del régimen y es por ello que lo atrapan y lo someten a todo tipo de tratamientos y torturas para que cambie de posición. Los renglones finales lo sintetizan todo: “Contempló el enorme rostro. Le había costado cuarenta años saber qué clase de sonrisa era aquella oculta bajo el bigote negro. ¡Qué cruel e inútil incomprensión! ¡Qué tozudez la suya exilándose a sí mismo de aquel corazón amante! Dos lágrimas perfumadas de ginebra, le resbalaron por las mejillas. Pero ya todo estaba arreglado, todo había alcanzado la perfección, la lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente. Amaba al Gran hermano”.

Hay creencias que nos vencen a nosotros mismos…

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16 respuestas a «Trump, “1984” y “el mito de Heildelberg”»

En este tema tan complejo y con tantas aristas sólo me cabe una reflexión: Es inteligente una persona que está de acuerdo en aniquilar al otro, simplemente porque es diferente, así argumente , con un despliegue de intelecto, su justificación?

Hola Sandra, es complejo si. N dudo que puede habitar inteligencia así. Puede ser una persona inteligente que carece de ética. Muchas gracias por leer y comentar. Abrazo

A los nazis los reemplazó este sistema norteamericano que vemos en el pináculo de su existencia. El gran líder y sus colaboradores son precisamente los operadores de la neolengua de Musk y el departamento del amor con la Dama de hielo Wiles.
Yo creo que debemos ver con claridad lo que esta frente a nosotros que es precisamente el gran hermano Trump. No eran los nazis los llamados a cumplir la profecía.
Y sí, están en el punto máximo de su desarrollo que es esa pequeña doble curvatura en ascenso que inmediatamente es seguida por la caída abrupta y total del sistema. Los Alemanes nunca han abandonado su sueño solo lo postergaron.
Sus filósofos y genios pensadores hoy son los mismos de ayer.

Hola Eduardo, muchas gracias por tu lectura y comentario. Es un escenario complejo que avisora el aceleramiento de la decadencia del imperio. Abrazo

Cata,¡cómo me emociona verte por aquí! Es cierto que somos observadores y creadores al tiempo, pero lo que creamos y observamos está mediado por nuestras creencias. El mundo es como cada quien lo mira.

Como un aporte a la comprensión de la inquietudes que planteas, comparto, a ti Alberto y a tu lectores, un resumen de un ensayo mío aún en elaboración, pero creo puede dar luces en medio de la desesperanza generalizada que es la consecuencia obligada de la desviaciones axiológicas, epistemológicas, ónticas y normativas de la posmodernidad
ELECCIONES EN USA: EL TRIUNFO DE LA POSVERDAD

La vanguardia de la evolución cultural hoy, y lo ha sido por algo más de cuatro décadas, es la llamada ola o meme “verde”, caracterizado por algunos de los modelos que estudian el desarrollo humano como pluralista, relativista, individualista, multicultural y conocido, de manera más amplia, como posmoderno ya que surge, nítidamente, en los inicios de la década de los años sesenta del siglo pasado, como fuerza cultural rebasando al “naranja”, que era la expresión vanguardista que le antecedió y que esos modelos de desarrollo califican, a su vez, de moderno, racional, formal operacional, centrado en el logro, el progreso, etc. El verde, pues, se despliega, desde entonces, como vanguardia dominante y trayendo consigo una serie de propuestas apropiadas y evolutivamente positivas tales como el movimiento por los derechos civiles, el movimiento ambientalista, el movimiento feminista, el repudio a los crímenes de odio, el rechazo vehemente a todo tipo de opresión social a las minorías y destacando muy especialmente, dentro de sus propuestas, el rol central del “contexto” en la producción de conocimiento tanto como su apuesta por ser lo más incluyente posible.
Todos y cada uno de los estadios del desarrollo humano tienen un período de incubación y surgimiento, un período de estado en cual alcanzan el nivel de vanguardia dominante y, finalmente, decaen y el verde no es la excepción. Entonces, a medida que se desarrollaba en las siguientes décadas, comenzó a desviarse hacia formas extremas, torpes, disfuncionales y culturalmente patológicas. Así, su pluralismo “open mind” derivó a un relativismo sin límites, desmesurado hasta colapsar en nihilismo; su noción de que toda verdad obtiene significado de su contexto cultural devino en que no existe una verdad universalmente válida, sino solo interpretaciones culturales provisorias y circunstanciales, precipitando en un narcisismo generalizado. Su noción inicial de “verdadero pero parcial” (es verdad, pero no toda la verdad) terminó en que todo lo que aceptamos como verdadero depende de la moda cultural, detrás de lo cual siempre hay alguna forma de opresión: patriarcado, racismo, eurocentrismo, capitalismo, sexismo, etc. De ahí, solo hay un pequeño paso para terminar afirmando “la verdad no existe”; expresión que hermana a importantes intelectuales posmodernos (Lyotard, Foucault, Derrida, Bourdieu, Lacan, Fish y otros); la verdad sería, entonces, lo que una cultura dada ha logrado convencer a sus miembros que es verdad y no una cosa “real” esperando ser descubierta, sino una simple y llana construcción cultural, algo que se “fabrica” y se impone eventualmente.
El verde posmoderno tampoco admite un marco moral universal y, por tanto, lo que es verdadero para ti, lo es para ti; lo que es verdadero para mí, lo es para mí y advierte que estas afirmaciones no pueden ser confrontadas sin que se ejerza coacción y opresión. Lo mismo plantea con respecto al valor; es decir, según esto, ningún valor es superior a otro (igualitarismo, otra de sus características) y si alguna verdad o valor son considerados como universales o valiosos para todos, concluyen que ello no es más que poder disfrazado, cuyo propósito no sería otro que obligar a todas las personas a adoptar las mismas verdades y valores de quien las promueve con fines necesariamente de explotación y dominio. Como quien dice: no asumir nada que sea propuesto como verdad universal o valores comunes, porque ello es solo expresión de poder opresor; vale decir, se deconstruye toda verdad y valor, concluyendo nuevamente en nihilismo y narcisismo como únicas fuerzas motivadoras.
La paradoja, de la que no se percataron los teóricos y académicos posmodernos, es que la posmodernidad misma contradecía esas ideas; que ellos mismos incurrieron en antinomias insalvables en sus escritos de manera repetida y consistente; pero sus más lúcidos críticos sí, de Jürgen Habermas a Karl Otto-Apel y Charles Taylor, y designaron estos desafueros con el calificativo de “contradicción performativa” cuando se hace aquello que se asegura que no se puede o no se debe hacer.
Veamos esto más de cerca. Para los posmodernos todo conocimiento es no universal, contextual, constructivista, interpretativo y solo válido para una cultura dada, en un momento histórico dado y en circunstancias geopolíticas específicas. Infelizmente para los posmodernistas, ellos sostenían que sus postulados, su relativismo a ultranza, ese que señalamos arriba de generar nihilismo y narcisismo, era verdad para todas las personas, en todos los lugares y en cualquier momento, sin excepción. Su propia teoría constituye una extensa meta-narrativa de por qué todas las meta-narrativas son opresivas; afirman tajantemente que es universalmente verdadero que no existe la verdad universal. Creen, pues, que su propia visión es indudablemente superior en un mundo en el que afirman que nada es superior a nada.
Esto es lo que K. Wilber califica de “locura aperspectivista”, la creencia de que no existe la verdad, de que ninguna perspectiva tiene validez universal -la parte aperspectiva- al ser llevada al extremo, como lo ha hecho el posmodernismo desviado, resulta una gran auto-contradicción y una incoherencia mayúscula -la parte de locura- y ella afecta gravemente la vanguardia evolutiva, destruye su capacidad para auto-direccionarse y auto-organizarse.
Sin duda la posmodernidad como vanguardia evolutiva ha terminado y en los estertores de su agonía ya no puede proponer visiones saludables ni evolutivamente positivas; pero su vigencia en un importante porcentaje de la población general (25-30%), como en uno significativo de sectores académicos, económicos y políticos es una rémora que está generando niveles sumamente peligrosos de caos en todas las esferas de la actividad humana. Entonces, la pregunta que se impone es ¿Y ahora qué? Bien, creo que la respuesta se inclina hacia una propuesta más evolutiva, sistémica e integral, que supere las contradicciones del extenuante relativismo posmoderno ya colapsado. Ahora, apenas el 5% de la población se acerca o está evolutivamente en los niveles integrales, pero la evidencia indica que es hacia allá a donde la evolución se dirigirá si logra sortear con éxito la transición presente.
Cuando cada individuo puede elegir sus propios y exclusivos valores – siempre que no dañen a nadie, se dice desde el verde- como lógica consecuencia de que no hay nada universal en ellos, se desliza la cultura, insensiblemente, hacia el nihilismo axiológico; esto es, como no existen valores reales creíbles y la verdad es solo un constructo, una ficción cultural, simplemente la verdad deja de existir; lo que nos arroja en el vacío de un nihilismo epistemológico y óntico. Y si tampoco existen normas morales rectoras verdaderas, tenemos además nihilismo normativo. Como no hay guías claras y vinculantes para la conducta individual, el individuo queda socialmente al garete, dependiendo solo de sus deseos y aspiraciones como guía de sí mismo, lo que en esencia es narcisismo. Nihilismo y narcisismo es lo que se observa en las élites posmodernas: cultura de la posverdad, locura aperspectivista.
Nihilismo y narcisismo no son herramientas con las que la vanguardia evolutiva pueda operar. Cuando ninguna dirección es verdadera, porque no existe la verdad, simplemente no se toma ninguna y el proceso evolutivo colapsa irremediablemente, lo cual puede dar inicio a una serie de movimientos regresivos hacia aquel punto en el tiempo y configuración cuando se encontraba operando como vanguardia real y es lo que estamos presenciando actualmente y que se experimenta en la atmósfera psíquica colectiva, en la cultura, en la política y la economía como locura y caos. La evolución tiene, pues, una dinámica retroprogresiva en la cual la fase regresiva constituye un movimiento autorregulatorio tendiente a encontrar el punto de inicio del colapso y poder reconfigurarse desde ahí.
Todavía hoy la corriente mayoritaria de la biología evolutiva niega cualquier impulso teleológico en la evolución y la concibe como la consecuencia de una serie de eventos aleatorios de una ciega selección natural. Esta postura, rezagos y vestigios del materialismo científico reduccionista del siglo XIX, deja de lado -dogmáticamente- los descubrimientos de investigadores de punta, empezando por los del premio Nobel Ilya Prigogine que demuestran que incluso los sistemas materiales inorgánicos presentan un impulso inherente a autoorganizarse; cuando los sistemas físicos son empujados más allá del equilibrio dinámico, escapan del caos saltando a un nivel superior de orden organizado, como cuando el agua que vertemos desorganizadamente en la poceta se convierte, súbitamente, en un remolino perfecto. O los de Rupert Sheldrake sobre los “campos mórficos” mediante los cuales, cuando se alcanza una “masa crítica” en una población dada, los aprendizajes evolutivamente positivos se transmiten espontáneamente a toda la especie incluso no local. O los realizados en la Universidad Maharishi que prueban que al alcanzar tan solo el 1% de meditadores dentro de una población, disminuían claramente aquellos factores que expresan caos y desorden social: violencia, drogadicción, prostitución, etc. Todo ello indica, claramente, que existe una tendencia télica, espontánea, evolutivamente positiva a extraer niveles superiores, más coherentes, “verdaderos, buenos y bellos”, del caos.
Sin embargo, fue precisamente en esta tendencia a obtener orden del caos donde la vanguardia verde perdió los papeles y, en su confusión, solo ha generado más y mayores niveles caóticos en todas las áreas concernientes a lo humano. Como consecuencia de su relativismo extremo concluye que no hay verdad real, solo doxa; luego tampoco puede haber un orden real y, por tanto, tampoco una dirección preferible hacia el futuro. Así, la vanguardia posmoderna colapsó entre sus “contradicciones performativas” y sus “locuras aperspectivistas” y, con ella, la evolución misma se apagó temporalmente y dio paso a movimientos regresivos hacia el pasado, y ahí nos encontramos, en la búsqueda de un punto que nos permita relanzar un proceso autoorganizativo que, a su vez, integre y trascienda lo mejor del estadio verde posmoderno y de paso a un nivel evolutivo superior, más sistémico e integral, que se constituya en la nueva vanguardia para el desarrollo de la Conciencia. (Los que deseen profundizar lo que aquí apenas esbozo de manera muy sucinta, los remito a los trabajos de Ken Wilber, especialmente Psicología Integral y Una Teoría de Todo; Spiral Dynamics de Don Beck y Chris Cowan y el trabajo pionero de Clare W. Graves: Emergent Cyclical Level of Existence, que sustentan este breve resumen)
Ejemplos de la nociva cultura de la posverdad, que continúa haciendo estragos en esta tercera década del siglo XXI, los tenemos en el pasado reciente con el Brexit cuando sus promotores admitieron, abiertamente, que sustentaron su propuesta en ideas que sabían claramente eran falsas, pero lo hicieron porque “en realidad los hechos no existen y lo que importa es que en verdad lo creyéramos”; alguno de ellos, en el colmo del cinismo dijo: “he leído a Lacan, lo que importa es quien controle la narrativa”. Esto es expresión del más cínico narcisismo: lo que quiero que sea verdad es verdad en una cultura de la posverdad. Otro ejemplo, más reciente aún, es Trump quien ni siquiera se preocupa de esconder la falsedad de sus afirmaciones; de él dijo el periodista Carl Bernstein, autor de un destacado trabajo sobre Watergate, en la campaña de 2016 que lo llevó a la Presidencia: “Trump vive y se mueve en un ambiente libre de verdades. Ningún presidente, incluido Richard Nixon, había sido tan ignorante de los hechos ni había despreciado los hechos de la manera que el presidente electo lo hace”.
De hecho, tanto en esa campaña como en esta última, en la cual ha logrado ser reelegido, diversos medios de comunicación han llevado una bitácora de sus mentiras: “ayer, 15 mentiras, hoy, 17” y así con cada una de sus intervenciones públicas. Sin embargo, las encuestas mostraron, entonces como ahora, incluso más ahora que entonces, que la gente sentía que Trump era más “auténtico y veraz” que Hillary Clinton ayer o que Kamala Harris hoy, quienes, sin importar la atmósfera de corrupción en la que ambas han estado involucradas, sin duda también han mentido y falseado la realidad de las circunstancias, pero no de manera tan burda como Trump. No cabe la menor duda de que ambas campañas y partidos ejercen plenamente el relativismo posmoderno sin importarles un comino sus contradicciones performativas ni sus locuras aperspectivistas.
La pregunta obvia es: ¿por qué la gente, sabiendo que les mienten, no les importa? La respuesta surge del “campo mórfico” subyacente, nihilismo y narcisismo rampantes, y el corolario de estos: la posverdad. La desviada vanguardia verde ha hecho su trabajo durante las últimas tres décadas, logrando que las gentes hicieran la transición de “lo auténticamente verdadero” a “lo que yo digo es verdadero”, y no cabe duda que Trump ha dicho su “verdad” con mayor pasión y convicción que Kamala y Hillary. En la elección de 2016 Trump obtuvo el mayor número de delegados electorales, pero menos votos en las urnas que Hillary Clinton; sin embargo, el anacrónico sistema electoral estadounidense le permitió llegar a la presidencia. A mi juicio, está vez, ante la profundización de los estragos del posmodernismo verde no solo obtuvo más delegados, sino que superó ampliamente en las urnas a Harris. En una cultura enferma de nihilismo y narcisismo la verdad será aquello que deseo fervientemente creer; el narcisismo se vuelve el factor determinante en un mar de confusión nihilista. Así nos va.

Iván Salas Vergara.
Medellín, 8/11/2024

Hola Manuel. Borrar la historia, aniquilar la memoria, es una tarea en la que están comprometidos los señores del poder. Este es un aspecto esencial de esta debacle. Muchas gracias por leer y comentar.

Las creencias son susceptibles al cambio, excepto cuando son dogmas religiosos y los adoptas como tal. Vemos como nos rodean miles de semejantes sin espíritu crítico, incultos y religiosos. Tratas de entablar un diálogo con ellos y sientes pena ajena, mejor no hablar ni cuestionar.
Todo parece ser cuestión de adaptación, estar acorde y vivir en la tiranía de los adaptados mientras se conserve el pequeño o gran sitio de confort. El temor a la incertidumbre o el sentirse favorecido dentro del festín de los más cercanos o de los copartidarios perpeturá esa conducta; otra cosa es que concientemente aceptes el error y lo perpetues para beneficio propio o de tus cercanos. En tal caso eres un hijueputa.

Es cierto, hay casos abundantes de adaptación sin principios, oportunismo rampante. En tal caso tu definición es incontrovertible. Gracias Juan Fernando.

Es una pena, me arruga el corazón, que la palabra Heidegger esté junto a la palabra nazi. También me inquieta, me perturba, reconocer que en la Historia de la humanidad haya habido grupos cristianos protestantes a favor del nazismo. Incluso hoy, prefiero no preguntar nada político a mis hermanos de la iglesia, para no tener que soportar respuestas, a mi parecer, absurdas y contrarias a nuestra fe. Las creencias, si bien coincido con vos en que son indiferentes del “grado de inteligencia”, al mismo tiempo difiero porque para ejercer la fe en Cristo, por ejemplo, se requiere sin duda un esfuerzo intelectual constante. De hecho, las sagradas Escrituras son libros, y muy buenos libros. Habría que definir qué es lo que llamamos inteligencia y más aún, cómo se mide. Howard Gardner expone muchas más inteligencias, no obstante, es cierto lo que escribes, personas muy intelectuales, muy inteligentes, toman acciones, creen firmemente en cosas
incomprensibles. “Toda acción obedece a una convicción”.

La Biblia habla de una inteligencia que viene de lo alto (Santiago 3.17), es distinta a cualquiera que encuentres en este mundo. Si alguien la disfruta, no será mérito de ninguna universidad. Y también habla de las elecciones políticas, por más que creamos que nosotros somos los que decidimos, es Dios quien, en su misterio, controla el curso de la historia. 73.361.410 votaron, pero el misterio de Dios está detrás y adelante de todo.

Don Alberto, mi iglesia está llena de intelectuales, varios también empresarios, lo invito a conocer otra dimensión. Se llama Redil del Poblado, esta ubicada en la carrera 12A #30-101. Los domingos los pastores reciben inquietudes o personas visitantes a las 8am (vaya a esa hora y lo invito a desayuno), a las 10am celebramos el culto. Pero la iglesia está activa toda la semana en diversos grupos.

Hola Yurí. Me hace muy feliz verte por aquí. Te sigo en tus redes y despliegas ahí una gran inteligencia, una vocación docente como pocas veces he visto y un ejercicio diario de humanismo que te enaltece. Tengo mucha gratitud con tu lectura y comentario. Agradezco mucho tu invitación, pero estoy instalado en otro sistema de creencias. Respeto mucho lo que haces y dices. Abrazo

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