La peste es desde luego aterradora, pero son aún más aterradoras las cosas que pone en evidencia. Esta pandemia habla de lo que somos, con nuestras luces y nuestras sombras.
Por Alberto Morales Gutiérrez
Ya ha pasado más de un año. Recuerdo una conversación temprana de esos primeros días cuando hacíamos planes para los tiempos de la normalidad. Se nos ocurría que, en el peor de los casos, en junio estaríamos ejerciendo el goce pagano. No fue así.
La verdad es que hemos tenido dificultades para entender a cabalidad la dimensión de esta tragedia, sus estragos globales, sus lecciones, sus impactos profundos en nuestras vidas y en las vidas de los demás. Esta hecatombe nos invita a pensar, pero extrañamente, nos negamos a hacerlo. Es el imperio de esa idea absurda según la cual, las cosas no nos pasan a nosotros, sino que les pasan a los otros.
La peste es desde luego aterradora, pero son aún más aterradoras las cosas que pone en evidencia. Esta pandemia habla de lo que somos, con nuestras luces y nuestras sombras.
Hemos sido testigos de actos de solidaridad inenarrables, de despliegues de bondad extraordinarios, pero también hemos conocido las dimensiones ominosas de la inequidad, el ejercicio insensible del mercantilismo con la tragedia, las argucias de la corrupción para beneficiarse de esta hecatombe, los intereses perversos de las farmacéuticas, la desidia estatal.
Y se han desencadenado discusiones en torno a lo que significan los desafueros del autoritarismo que nos condena a estar encerrados, se habla de la sociedad de la vigilancia, el gran hermano que tiene un control total sobre nuestros movimientos, la big data al servicio del poder; de la misma manera que otros intuyen que el modelo neoliberal cae en barrena porque el COVID19 permitió que afloraran todos sus males y, de cara a esta pandemia, ninguno de los principios sobre los que se sustenta resultan viables.
Se alerta, por ejemplo, sobre el lenguaje. Tratar a este virus como “el enemigo”, hablar de la enfermedad en términos de “guerra”, resulta muy atractivo en los pasillos de los gobernantes, no solo para entremezclar con ella sus abusos, sino para moralizar la tragedia, y explicarla en la lógica absurda del castigo divino. La culpa es de nosotros.
Y la maldad toma forma, ya en las argucias de la banca tradicional y sus discursos sobre los alivios para los deudores, que terminan degenerando en nuevos abusos y transacciones de alta rentabilidad; ahora en los negociados sobre las vacunas, su distribución, su lentísima aplicación; como en la irrenunciable jugada de saltarse la fila, privilegiar a los amigos y dar prioridad a quienes no se encuentran en la primera línea de los riesgos.
Y entonces los rostros que vemos nos enseñan de contrastes: de un lado los rostros del dolor, los de la tristeza, los de la impotencia, los de la preocupación, los rostros del no futuro, los del desempleo; al lado de los rostros de la solidaridad, de la mano que se tiende, de la ayuda genuina y sin intereses; pero también los rostros delirantes de satisfacción con las ganancias de sus argucias, los optimistas apestosos que se lucran en medio de esta debacle, los de los gestores de las reformas tributarias, los de los negociados con las vacunas y las coimas de los laboratorios, esos que abren la boca para decir sandeces e impertinencias porque pareciera que viven en otro mundo, y hablan de lo que no puede ser; los que invitan a que nos encontremos en la playa, que celebremos la victoria del equipo, los que gritan que no se puede exagerar, que tenemos que seguir viviendo, que dejemos la histeria de los cuidados excesivos.
Lo objetivo es que, como lo plantea Noami Klein, “Cuando nos enfrentamos a las crisis, o bien retrocedemos y nos derrumbamos o crecemos y hacemos de tripas corazón, encontrando una fuerza y una compasión que no sabíamos que teníamos”.
Es tal la dimensión de la majadería que exhiben los Duque, los Carrasquilla, los Quintero y sus secuaces, que debemos ser optimistas. Juntos, creceremos y encontraremos esa fuerza
2 respuestas a «La peste y el optimismo apestoso»
Sobre todo indigna que un sector del periodismo colombiano se convirtió en el sopla fuegos, en el atizador de todas las expresiones con las cuales legitiman la ignominia ejercida por los poderes en este periodo. Pero ¿esperábamos algo diferente? en mi caso confirmé una sospecha: no son los medios masivos los que están haciendo el periodismo que requiere la sociedad colombiana en este momento.
Apreciado Alberto… Te leo cada 8 días…
Hola Luz Patricia. Tienes razón. Los grandes medios son empresas comerciales al servicio del mejor postor…abrazo!