¿Cree usted que no saben lo que puede ocurrirles, luego de más de treinta días de desafueros de la fuerza pública, cuyos excesos registrados por la prensa del mundo son ya material probatorio para las cortes internacionales?
Por Alberto Morales Gutiérrez
Imagine usted que el hombre tiene tal vez 32 años, una hija de seis años y que está abrazando en ese momento a su mujer. La bandera de Colombia opera como una capa anudada a su cuello y ella, la mamá de la niña, le está diciendo que se cuide, que se cuide, que tiene que regresar. El va para la marcha.
Piense en esa muchacha de 20 años que, en otra ciudad, pero en el mismo día, recibe la bendición de su madre que solloza y ha aceptado finalmente que salga a la marcha, aunque en un principio se negaba: “No quiero que la maten mija, es por su bien”
Y mire usted las fotografías de la anciana que lleva la bandera en la mano, y la señora que exhibe su pancarta, y el maestro de los 45 años, y el obrero de los 50, y este desempleado y este otro, y la oficinista. Es amplio y ancho el universo de los rostros que marchan.
¿Cree usted que no saben lo que puede ocurrirles, luego de más de treinta días de desafueros de la fuerza pública, cuyos excesos registrados por la prensa del mundo son ya material probatorio para las cortes internacionales?
¿Se le ocurre que ese grito que lanzan, que sus denuncias, que su hambre, su desespero, es una pose? ¿Que ni ellas ni ellos, tienen razón alguna para quejarse?
No, estas movilizaciones sociales no son nada distinto que la consecuencia de unos niveles de inequidad que han llegado a límites inadmisibles. Estas movilizaciones sociales son producto de una situación que ya las gentes no pueden, no quieren, no están dispuestas a seguir soportando con resignación.
No tener un empleo, no poder estudiar, no contar con la más mínima oportunidad, estar ahogado en las deudas, haber llegado al límite y saber que lo que está en juego es la sobrevivencia, te hace arriesgarlo todo, hasta la vida misma.
Es fácil emitir juicios de valor, calificar a quienes salen, acusarlos de vándalos, de vagos, reclamarles que hagan peticiones respetuosas, que se calmen, que no hagan nada con violencia. Es fácil hacerlo, porque no se entiende cómo son sus vidas, sus pieles, sus dolores.
Hay hechos excesivos, ciertamente, pero son sospechosos porque no son originales, porque se han visto como una práctica de los enemigos de la protesta democrática en muchos otros escenarios. Hechos concebidos para desprestigiar las marchas… ¿A quién se le ocurre que haya un antioqueño, un medellinense, dispuesto a atentar contra el Metro de la ciudad?, ¿en qué cabeza cabe que vayan a destrozar su Jardín Botánico?. ¿No es muy sospechoso el incendio del palacio de la Justicia de Tuluá que ardió con tal urgencia e hizo desaparecer tantos y tan importantes documentos comprometedores en juicios por despojos de tierras? Pero bueno, hablemos de violencia.
Se me ha hecho inolvidable una lectura de poemas “nadaistas” en la Manizales de mi adolescencia, cuando Mario El Malo (así se llamaba el invitado estrella de la lectura que le cuento) con una voz que no se compadecía con el poderoso contenido de su micro-poema, nos soltó este portento:
“Dijo el pajarito a su mamá:
Madre,
Préstame la cauchera
Que me voy a
Matar niños al parque…”
Me pareció ese día y me ha parecido siempre, que fue una manera poderosa de enseñar la violencia aterradora que anidaba en la práctica común de los muchachos de esa época: salir a matar pajaritos con sus caucheras. Desde luego, hoy eso resulta inadmisible. Era también inadmisible en esa época, pero los muchachos no lo sabían.
¿Cómo podría calificarse la reacción de la mamá pájaro en el parque que, arriesgándolo todo, se lanza contra los muchachos de las caucheras para impedir la masacre de sus polluelos? ¿Sería válido decirle que no se enoje?, ¿que mire cómo le quedaron las picaduras en el brazo, al niño de la cauchera?, ¿que existen otros métodos?
Hay actos violentos que debemos criticar, claro. Pero poner al mismo nivel la piedra del muchacho en la marcha, que la armadura de metal y policarbonato del agente del ESMAD y sus tonfas, gases lacrimógenos, bombas aturdidoras, tanquetas, granadas dispersoras y recalzas, además de las armas de fuego convencionales que los acompañan, es, por lo menos, un despropósito.
Esa alegría de las marchas, los cantos, el teatro y la danza, los estribillos, la esperanza, es lo que debe prevalecer en la memoria, porque, aunque usted no lo crea, esas marchas son el presagio de un nuevo amanecer.
10 respuestas a «Llegar al límite…»
Gracias por escribir y por ser sensible.
Mira Omar qué interesante. Resulta que los dos estamos parados en dos realidades distintas. No creo que me estés mintiendo y tengo la certeza íntima de que yo no te estoy mintiendo. A esas realidades diferentes los científicos les llaman “percepciones”. Yo miro el mundo desde la realidad de esos pajaritos de mi narración y tú desde los portadores de las caucheras. No escribo para persuadirte y sé que tu comentario no pretende persuadirme. Un abrazo,
Gracias a ti, Yuri, por leer y por tu empatía…
Alberto como se nota que ha estado muy estudioso pero lejos de la realidad, primero, lo que teatralmente describe cuando sus actores salen para la marcha es exactamente lo queviven lamadres, esposas e hijos de los policias, que paracolmo NO son los que van a vandalizar las marchas, segundo , por mi trabajo he eztado cerca de muchisimas personas que ganan el salario minimo y ellos, la mayoria aprovechan, sin pereza y sin esperar que les den, muchas opciones de mejorar el nivel de vida y si bien no son millonarios, logran tranquilidad para ellos y sus hijos en cuanto a techo, alimentacion, estudio, salud etc. No podemos negar que todos nacemoscon distintas oportunidades, dependiendo de nuestro medio, pero hay los activos, trabajadores, luchadores y los que quieren, o les han metido en la cabeza, que merecen mucho sin hacer nada, quiero decirle que el sabado pasado fui victima de 2 bloqueos de camioneros y le aseguro que ninguno era camionero ni estudiante, pecado sera decirlo pero la pinta de malandros todos con menos de 20 o 22 años no encajaba en lade personas correctas luchando por sus derechos, usted estudio derecho y debe saber que hay muchas marñneras de lograr derechos sin pararse en los demas, lo que conozco de usted es que es un hombre muy inteligente y muy buen lector y estudioso, seria mejor que sus escritos fueran mas justos y menos insitadores sin razon
Mira Omar qué interesante. Resulta que los dos estamos parados en dos realidades distintas. No creo que me estés mintiendo y tengo la certeza íntima de que yo no te estoy mintiendo. A esas realidades diferentes los científicos les llaman “percepciones”. Yo miro el mundo desde la realidad de esos pajaritos de mi narración y tú desde los portadores de las caucheras. No escribo para persuadirte y sé que tu comentario no pretende persuadirme. Un abrazo,
Comparto, pero confieso que ante la indolencia del gobierno y la indiferencia de la “gente bien”, tan preocupada por los daños que están haciendo los “malandros”, como los llama Omar, me pregunto: ¿y qué quieren de muchachos que no han recibido más que exclusión y rechazo. Qué creen que somos para ellos,
nosotros los que vamos por la vida de actitudes correctas y aprobaciones, porque todo lo hemos tenido, qué podremos ser para esos a los que siempre hemos ignorado? En estos días me decía un amiga, hablando de los destrozos en la ciudad: “no estoy de acuerdo” y yo le preguntaba ¿y vos creés que a ellos le puede importar que estemos o no de acuerdo, si a nosotras nunca nos ha importado si han desayunado o no, si van o no a la escuela; si ni siquiera hemos visto que sus zapatos son pedazos de botellas de plástico amarradas con tiras, o que la pelota con la que juegan al fútbol es de trapo (barrio “Esfuerzos de paz”, a 10 minutos del centro de Medellín), mientras sus mamás limpian nuestros apartamentos o sus papás, vocean con fuerza, de calle en calle, la dulzura de las piñas de a tres por mil? ¡Qué les vamos a importar! Muchos de ellos ni siquiera se han atrevido a entrar a nuestro hermoso y bien cuidado jardín botánico, no lo conocen. Por primera vez están alzando la vos y están descubriendo que, también por primera vez, han tenido eco, nos están incomodando a todos, nos tienen preocupados, estamos asustados, van dejando su huella de desesperanza y su grito de auxilio en el pavimento y las paredes. Han recibido toda la violencia posible de una sociedad que se precia de fraterna, acogedora y hospitalaria, la bofetada de la indiferencia. Confieso pues, que a veces, mientras todos se duelen por los vidrios rotos y los muros convertidos en irreverentes parlantes de colores, me digo: “si esta ha sido la única manera de mirarlos, que rompan, que rompan hasta que nos duelan más sus vidas que puertas, muros y ventanas. Qué rompan hasta que dispongamos los corazones y las mentes para escucharlos, después ya veremos, ¿no que somos tan “echaos pa’adelante”?
Comparto, pero confieso que ante la indolencia del gobierno y la indiferencia de la “gente bien”, tan preocupada por los daños que están haciendo los “malandros”, como los llama Omar, me pregunto: ¿y qué quieren de muchachos que no han recibido más que exclusión y rechazo. Qué creen que somos para ellos,
nosotros los que vamos por la vida de actitudes correctas y aprobaciones, porque todo lo hemos tenido, qué podremos ser para esos a los que siempre hemos ignorado? En estos días me decía un amiga, hablando de los destrozos en la ciudad: “no estoy de acuerdo” y yo le preguntaba ¿y vos creés que a ellos le puede importar que estemos o no de acuerdo, si a nosotras nunca nos ha importado si han desayunado o no, si van o no a la escuela; si ni siquiera hemos visto que sus zapatos son pedazos de botellas de plástico amarradas con tiras, o que la pelota con la que juegan al fútbol es de trapo (barrio “Esfuerzos de paz”, a 10 minutos del centro de Medellín), mientras sus mamás limpian nuestros apartamentos o sus papás, vocean con fuerza, de calle en calle, la dulzura de las piñas de a tres por mil? ¡Qué les vamos a importar! Muchos de ellos ni siquiera se han atrevido a entrar a nuestro hermoso y bien cuidado jardín botánico, no lo conocen. Por primera vez están alzando la voz y están descubriendo que, también por primera vez, han tenido eco, nos están incomodando a todos, nos tienen preocupados, estamos asustados, van dejando su huella de desesperanza y su grito de auxilio en el pavimento y las paredes. Han recibido toda la violencia posible de una sociedad que se precia de fraterna, acogedora y hospitalaria, la bofetada de la indiferencia. Confieso pues, que a veces, mientras todos se duelen por los vidrios rotos y los muros convertidos en irreverentes parlantes de colores, me digo: “si esta ha sido la única manera de mirarlos, que rompan, que rompan hasta que nos duelan más sus vidas que puertas, muros y ventanas. Qué rompan hasta que dispongamos los corazones y las mentes para escucharlos, después ya veremos, ¿no que somos tan “echaos pa’adelante”?
La iniquidad horroriza. Es muy esclarecedor mirar el mundo poniéndose en los zapatos de los otros. Gracias Maria Gloria.
Ud. habla de desafueros de la fuerza publica. No los he visto quemar vivo a un ciudadano, ni los he visto escondiendo miles de miles de balas de fusil de ultima generación en los camperos. Tampoco he visto a la fuerza publica montar puestos de reparto de ‘Kits para atacar a los ciudadanos’. No insulten nuestra inteligencia. No ataquen a la fuerza publica, no quemen los negocios, no se metan a las urbanizaciones armados hasta los dientes, y la fuerza publica no intervendrá. No existe el derecho a la protesta violenta.
Hola Marta. Gracias por leer. Estoy de acuerdo contigo, no existen derechos asociados a la destrucción y a la muerte, no hay un derecho que proteja el asesinato. Presté particular atención en la columna a los hechos ampliamente documentados de la violencia policial que, supongo, tu también los has visto…