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Al Alberto

Los que mantienen la democracia, maestro…

Hay múltiples textos que reflexionan sobre la corrupción en Colombia, y conmociona esa descomposición que se niegan a ver los defensores de este statu quo, la incapacidad de entender que el nuestro, NO es un estado social de derecho.

Esa frase célebre del coronel Luis Alfonso Plazas en medio de la hecatombe del Palacio de Justicia: aquí manteniendo la democracia, maestro, mientras a su alrededor se derrochaban violencias, desapariciones y torturas a ciudadanos del común, guerrilleros y magistrados; hecatombe ampliamente documentada en los 43.000 folios que contienen las investigaciones realizadas en torno a esos hechos bochornosos, esa frase -digo- es una recurrente afirmación de todos aquellos y aquellas que se horrorizan con las movilizaciones sociales, pues sienten que esa democracia en la que viven, está amenazada.

36 años después, el ESMAD a las órdenes del gobierno de Duque, sigue defendiendo la democracia a golpes de tonfa, bombas aturdidoras, granadas dispersoras, gases y disparos letales, mientras gentes de bien exacerbadas de valor, en tanto el ESMAD las acompaña y defiende ahí a su lado, también aportan sus descargas de balas a granel. Sí, defendiendo la democracia.

¿Cuál democracia?

¿Ese sistema político que instaura la soberanía del pueblo y el derecho que este tiene a elegir y controlar a sus gobernantes? ¿Esa democracia participativa de la que hablaba Rousseau, en la que cada uno de los individuos que la componen es un fragmento de la sociedad y que, como persona investida de su dignidad y derechos, es depositaria de los intereses y las aspiraciones de la sociedad en pleno? Nooo, ¡que va! Defienden otra cosa, defienden otra realidad.

Hay múltiples textos que reflexionan sobre la corrupción en Colombia, y conmociona esa descomposición que se niegan a ver los defensores de este statu quo, la incapacidad de entender que el nuestro, NO es un estado social de derecho.

La corrupción, afirman casi todos los análisis, es mucho más grave que el problema de la violencia. De hecho, destacan, que desde los primeros años de la constitución del Estado colombiano emergieron formas múltiples que buscaban satisfacer de manera ilícita los intereses personales, frente al interés colectivo. “barbaridades y salvajadas” -dice alguno- que ya hoy son inocultables.

¿Hay de verdad, alguien en sus cabales, capaz de creer que alguna institución en Colombia, siquiera una, no esté dirigida y organizada en beneficio de quienes representan la tragedia de descomposición en la que nos hemos convertido?

Solo quienes se benefician de ellas, creen en la procuraduría general de la nación, en la contraloría general, la fiscalía general, la auditoría general, la defensoría del pueblo, la presidencia de la república, la institución del congreso, el ministerio de justicia o cualquiera de los ministerios, la policía y el ejército, las secretarías múltiples y las comisiones dedicadas a la moralización, a las investigaciones exhaustivas, a la búsqueda de culpables, en fin.

¿Resiste una sola de esas entidades, resisten los que las dirigen, la más mínima evaluación ética?

Es la corrupción institucionalizada la que logra el prodigio de descomponer el pensamiento de amplios sectores de nuestra sociedad, que envilecidos por el ejemplo de los hombres probos que dicen representarlos, terminan cohonestando y aceptando, e incluso aplaudiendo la viveza, la astucia que ellos tienen para violar las normas y enriquecerse a niveles grotescos y vulgares.

La reflexión es sencilla: como todo el mundo lo hace, ¿porqué yo no voy a hacerlo?

Esa democracia que defienden es aquella a la que le interesa el desinterés de la ciudadanía, le interesa que no participe, que no vote, que no escrute. La abstención es uno de sus triunfos. Siempre, siempre, a lo largo de los últimos 100 años, los gobiernos han sido elegidos por minorías.

Esa democracia que defienden es la que ha construido el atraso, la abyección frente a las superpotencias, la que nos ubica en los últimos lugares de todos los índices de las prosperidades y de primeros en todos los índices de la descomposición.

La narco-corrupción ha instaurado la más vergonzosa de las impunidades. Lo objetivo es que vivimos en un estado en el que la ley no se aplica, y cuando se hace, se ensaña en los más desprotegidos.  

Tal vez sea la hora de pensar que esa “democracia” indefensable nos convoca a trabajar por otro mundo posible.

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