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Masacrar a los otros

Tenemos hoy muchas dificultades  para entender que estamos hechos para vivir en función del otro, con el otro. Quieren hacernos olvidar que la solidaridad y el cuidado hacen parte imborrable de nuestra impronta.

Por Alberto Morales Gutiérrez

Las masacres de los primeros días del año, anuncian el grito de combate de quienes se ha definido como los defensores de la patria, los que odian a quienes piensen diferente, aquellos a quienes no les gusta ningún tipo de crítica. Lo advirtieron con antelación: “¡plomo es lo que hay!”. Nos ordenan que al país hay que dejarlo quietecito, porque como está, está muy bien ¡carajo!

El otro, el diferente a ellos, no tiene derecho a existir.

Hay mucho que reflexionar en torno al otro, a lo que significa el otro, porque este signo de los tiempos azarosos ha demostrado que eso que llamamos el otro, ha sido sacrificado en el altar del individualismo. Tal sacrificio, que es una ofrenda a la soledad, arrasa con nuestra vocación gregaria, nos anula para sobrevivir, no solo nos obnubila, sino que decapita de contera un aspecto esencial de la naturaleza humana: la empatía.

Ya he hecho referencia en el pasado a la mirada de la antropóloga estadounidense Margaret Mead, cuando plantea en su texto Cooperación y competición entre los pueblos primitivos (1937) que el primer signo verdadero de civilización encontrado es el fósil del fémur de un hominoide en el que se evidencia la curación de una fractura.

Tiene razón cuando afirma que se trata de un descubrimiento más trascendental que el vestigio de alguna lengua, la señal de una escritura o los restos de alguna herramienta primitiva, porque esa curación entrega toda una narrativa que nos separa definitivamente de las bestias.

Si un animal salvaje se rompe una pierna, está condenado a morir irremediablemente y es abandonado a su suerte por la manada. Se convierte en presa fácil para los depredadores.

Ayudar al otro, protegerlo, curarlo, cuidarlo hasta cuando se recupere, es un sello de la naturaleza humana.

Tenemos hoy muchas dificultades  para entender que estamos hechos para vivir en función del otro, con el otro. Quieren hacernos olvidar que la solidaridad y el cuidado hacen parte imborrable de nuestra impronta.

El relato de Margaret Mead y su descubrimiento aportan la existencia de una huella remota de ese ejercicio decididamente humano que es la compasión. Esta última palabra lo define todo. Compasión viene del latín compassio que significa algo así como “el sentimiento de tristeza que se siente al ver el padecer del otro”. Un sentimiento que, al acompañarse de una acción protectora, refleja el contenido de otra palabra mágica: empatía.

Es necesario entonces hacer una reflexión final.

Todo lo afirmado por los analistas acerca de la crisis de la sociedad contemporánea es cierto. Nos encontramos en el medio de una coyuntura crítica de nuestra especie. Es cierto el desafuero de la desidia y del individualismo, es cierta la banalización. Son ciertos los estragos de la internet, también el infierno del vacío, tanto como la crisis ética y el peligro de la autodestrucción. Pero en medio de ese escenario de catástrofe, hay señales de humanidad que no se apagan, hay combatientes contra el relato dominante, hay ejercicios poderosos de diálogo interior, de distancia, de búsqueda.

Se siente la agitación del hastío, toma forma y fuerza un grito de combate: ¡Basta ya!

Emergen reflexiones y acciones decididas y comunitarias en defensa de la equidad de género, del medio ambiente y contra el calentamiento global. Los animalistas se organizan y consiguen victorias importantes. Un espectáculo como el de las corridas de toros que tuvo mucho auge en América Latina y en España, pierde sus audiencias. Los defensores de los derechos humanos, las comunidades LGBTI, las minorías étnicas, encuentran solidaridad activa. Se levantan voces en contra de los atropellos a los refugiados, en defensa de los derechos civiles, contra las tiranías, las injusticias, contra los feminicidios, por los derechos de las mujeres.

Los otros, los diferentes, los débiles, tienen nuevos aliados. Hay pruebas irrefutables de la manera cómo pervive en muchos de nosotros esa capacidad humana de conectarnos emocionalmente con los demás, de manera tal que, como lo expresa la definición de la empatía, estamos pudiendo percibir, reconocer, compartir y comprender tanto el sufrimiento, como la felicidad o las emociones del otro.

Señales inequívocas de que estamos saltando de nuestros propios egos como lo expresa Roman Krznaric y lo colectivo adquiere una nueva importancia.

Payan Akhavan, del Tribunal de la Haya aporta un diagnóstico: “Existe una conciencia global emergente que defiende que nuestro bienestar está vinculado al de los demás, que somos una especie humana que habita un lugar común y que las concepciones tradicionales del yo y del otro están colapsando, lo que nos obliga a redefinir nuestra identidad de formas más profundas” (2019, p.3)

Se habla de una revolución empática que surge en medio de los estragos de la pandemia del COVID-19, que les ha permitido a amplios sectores de la población mundial reflexionar sobre los paradigmas que durante más de cincuenta años construyó y vendió el neoliberalismo como la gran panacea existencial.

Esa conciencia del tiempo, ese diálogo interior y esa empatía se convierten en el engranaje reflexivo necesario para sacudirse de toda manipulación y en el encuentro auténtico de nuestra naturaleza humana. Esta contracorriente nos blinda contra la instrumentalización.

Román Krznarik hace un enunciado que evidencia esas incongruencias de la propaganda neoliberal y la manera artificiosa como hizo uso de las trampas semánticas para entregar la idea de que estábamos ejerciendo nuestra humanidad:

“Pensemos en la cantidad de banqueros practicando yoga y meditación que se pasan el resto del día cerrando acuerdos turbios. De la misma manera que el ejército americano está usando las prácticas de meditación y conciencia plena para entrenar a los soldados a ser más eficaces en la guerra” (2016, p.3)

Advierte sobre la manera como las grandes corporaciones están recurriendo a hablar hoy del marketing de la empatía muy en la lógica siniestra de “voy a ponerme en tus zapatos para poder venderte hamburguesas que acaban matándote”. Y hay quienes pueden diferenciar, entender. La distancia nos salva.

Pensar en un Proyecto Humanidad pareciera ser la urgencia manifiesta de estos tiempos y para ello, debemos revestirnos de esperanza, mirar adentro y mirar afuera, para ponernos de inmediato a trabajar en ello.

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7 respuestas a «Masacrar a los otros»

Gracias por leer Luis Edgar. Son tiempos azarosos que reclaman reflexión…

Que verdad la que vivimos en estos tiempos pero hay que estar alertas de iniscripulosos que abusan de la oportunidad

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