…la aceptación sin reflexión de las peroratas de personajes que llegan al poder exhibiendo con orgullo su incapacidad, su ordinariez, su vulgaridad. Es un harakiri más, vivir inmersos y persuadidos por los huracanes de las fake news y enajenados por las “verdades” de las redes.
Por Alberto Morales Gutiérrez
El ritual del suicidio japonés es brutal. Se trata de un acto público. El suicida, de rodillas, dotado de una espada pequeña cuyo nombre es el tantō, se la clava en un extremo del abdomen y se lo abre con la intensión de que las entrañas queden libres. En el ritual, el suicida no estará solo, pues al final, quien lo acompaña tiene el deber de cortarle la cabeza, ¡un horror!
Se sabe que el harakiri, al que también llaman hakiwaki o seppuku, está inscrito en el bushido, que es como se llama el código ético de los samuráis.
Yukio Mishima protagonizó el 25 de noviembre de 1970 el último de los harakiris conocidos. Tenía 45 años y era un escritor e intelectual de derecha, que resentía la occidentalización del Japón. Urdió una trama de película: tomó como rehén al capitán del cuartel general del ejército en Tokio y trató de persuadir a las tropas para que se levantaran. Su fracaso, previsto en el libreto, fue “coronado” con este sacrificio. En la lógica del ritual, el harakiri es una cuestión de honor.
Este método de suicidio individual ha venido tomando nuevas formas y ha mutado en convertirse en un asunto colectivo. Se trata de una especie de delirio que se avizora en la interesante reflexión de Noam Chomsky, cuando refiere que si alguna especie extraterrestre estuviera elaborando una historia del Homo Sapiens, bien podría dividir su calendario en dos eras: AAN (antes de las armas nucleares) y EAN (la era de las armas nucleares).
Afirma que el 6 de agosto de 1945 marcaría el primer día del inicio del ignominioso final de “esta especie extraña, que logró la inteligencia para descubrir medios eficaces con los cuales destrozarse a sí misma, aunque no la capacidad moral e intelectual de controlar sus propios peores instintos”.
Pero esa amenaza de la hecatombe nuclear que todavía gravita sobre nuestras cabezas y que aflora de manera constante, enmarañada dentro de los vaivenes de la geopolítica, se ha venido enriqueciendo con los desafueros neoliberales del crecimiento hasta el infinito, y el consumismo, cuyos impactos se expresan no solo en los desastres ambientales sino en la enajenación colectiva, eso que con una visión certera Gilles Lipovetsky definió como “la era del vacío”. Manipulados y persuadidos de que vivimos en el mejor de los mundos, la mirada crítica ha desaparecido, la reflexión y el pensamiento están heridos de muerte y se reflejan no solo en la desidia, en la incapacidad de mirar más allá, sino en la indolencia frente a la política, una indolencia que se expresa no solo a través del abstencionismo (esa idea perversa según la cual, nada de la política tiene que ver conmigo) sino en la aceptación sin reflexión de las peroratas de personajes que llegan al poder exhibiendo con orgullo su incapacidad, su ordinariez, su vulgaridad. Es un harakiri más, vivir inmersos y persuadidos por los huracanes de las fake news y enajenados por las “verdades” de las redes.
Ni siquiera la evidencia de los desastres que protagonizan personajes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Daniel Ortega, Iván Duque, Daniel Quintero, entre tantos otros, es entendida o interpretada por amplios sectores de la población de manera consciente.
Harakiris que destruyen países, ecosistemas, democracias, economías. Suicidios colectivos e inconscientes a la manera de los lemmings, esos roedores pequeñitos que, como en una pulsión colectiva, corren en manadas inmensas sin un destino cierto y se precipitan por los acantilados.
Ese suicidio colectivo de nuestra sociedad no es un hecho espontáneo, no. Se trata de una inducción con altos niveles de perversidad y que se multiplica no solo a través de las herramientas de la propaganda, de la cooptación de los medios, de la difusión de textos que proclaman la buena nueva del individualismo, sino que se multiplica también -digo- merced a la colaboración consciente de influencers, periodistas, políticos, artistas, en fin, que se arrastran por la vida totalmente ajenos al raciocinio, que apoyan de manera delirante los “objetivos oficiales”, el status quo, y que se configuran para el establecimiento como personajes “respetados” y “privilegiados”.
Ese crepúsculo del deber a que se refiere Lipovetsky propone un nuevo predicamento: la responsabilidad. Claro que cada uno de nosotros tiene una responsabilidad en todo lo que ocurre. Cada una de nuestras decisiones tienen implicaciones serias. El tiempo se agota. Aun podemos elegir qué hacer…
4 respuestas a «Los harakiris…»
Una lástima tanta sabiduría al servicio del pesimismo, del ¡se va a acabar el mundo!, del todo tiempo pasado fue mejor (ayer no mas en las administraciones de Sergio y Alonso que tanta falta te hacen), relájate Alberto.
Metes al alcalde (tu pequeña obsesión) al lado de tres presidentes (pero tenías que meterlo fuera como fuera así dañaras la columna). Olvidas el vigor de las marchas, los jóvenes y sus familias volcadas reclamando derechos y cambios. Deberías más bien emplearte a fondo recordándole a esos jóvenes la importancia de salir a refrendar esas marchas con su voto por el cambio. Ayudá hombre que el cambio es ahora y necesitamos tu sabiduría, no tus nostalgias del poder.
Gracias John por leer. Siempre me gustan tus comentarios. Me da pena no poder satisfacer tu expectativa de que el señor Daniel Quintero desaparezca de mis columnas pero, como es más que evidente, los dos tenemos visiones diferentes sobre el personaje. El problema con las creencias (la tuya, la mía, la de los otros) es que, una vez instalada -la creencia- se convierte en la verdad. Instalado cada uno en su verdad resulta razonable que aparezcan este tipo de predicamentos. Debemos acostumbrarnos y sacar de cada quien lo mejor que pueda entregarnos. En mi caso, lo hago siempre que te leo. Un abrazo
“esta especie extraña, que logró la inteligencia para descubrir medios eficaces con los cuales destrozarse a sí misma, aunque no la capacidad moral e intelectual de controlar sus propios peores instintos”… eso somos como humanidad (nada de pesimismo, se llama realismo) A nivel planetario, los gobernantes de las grandes potencias nos siguen amenazando con una guerra nuclear…Aquí en Colombia la guerra es terrible!!! muertes de líderes y lideresas, ambientalistas, defensoras de derechos humanos, feminicidios, abuso y violencia sexual contra niñas, niños y jóvenes, aquí no necesitamos guerra nuclear para autodestrurinos, esta viene de nuestras decisiones, o mejor, indecisiones como sociedad. De no aterrarnos con la muerte, de haber naturalizado la violencia. Próximo a salir el informe de la Comisión de la Verdad sobre uno de los períodos mas violentos de nuestra historia, todavía nos preguntamos con Pacho De Roux, ¿qué nos pasó como sociedad? y qué nos sigue pasando con tanta indiferencia ante el dolor!! Ninguno de los candidatos a presidencia habla de la defensa de la vida, mientras, solo les importa defender sus egos, como pasa con nuestros gobernantes ¿Será que recuperamos la dignidad algún día?
Buenos días Marta. Veo tu comentario tardíamente. Yo no pierdo la esperanza. Creo que seremos capaces de recuperar la dignidad. Gracias por leer.