Ciegos y sordos en el plano moral…

Eso explica que en el mundo online y, sobre todo en los períodos electorales, se sacrifique la razón junto con la moral y se dé, como lo vemos todos los días, rienda suelta a emociones que, normalmente, tenemos bajo control.

Por Alberto Morales Gutiérrez

Es muy complejo el mundo en el que nos tocó vivir. Para bien o para mal, nos correspondió un período de la historia de la humanidad que nos ofrece escenarios inéditos, prácticas inéditas, tecnologías inéditas, que tienen un impacto inusitado sobre todo lo que nos rodea.

Zygmunt Bauman fue un intelectual de origen polaco, pródigo en el análisis de los temas más sentidos de la sociedad de la posguerra. Sociólogo y filósofo, abordó en una perspectiva humanística cuestiones tan sentidas como el consumismo, las clases sociales, la nueva pobreza, el drama de los inmigrantes. Dejó su impronta a través de la teoría de la “modernidad líquida” y participó activamente en las grandes discusiones contemporáneas.

Dos meses antes de morir el 9 de enero de 2017 a los 91 años, se publicó “Extraños llamando a la puerta” (Paidós, noviembre de 2016), un ensayo que resulta francamente revelador, dedicado a analizar “la periferia”.

Si bien son las migraciones el eje de este texto, hay un aspecto que me resulta inquietante, porque pareciera explicar el carácter insólito de muchos de los resultados electorales que han acaecido en el mundo en los últimos años.

Mire le cuento.

Dice que, tal vez como nunca antes en nuestra historia, somos habitantes de dos mundos diferentes: el mundo online, que es el mundo “conectado”, y el mundo offline que sería el “desconectado”. Y se trata de dos mundos en los que hemos aprendido a movernos con tanta soltura y naturalidad que, en la mayoría de los casos, ni siquiera nos damos cuenta de por cuál de esos mundos estamos transitando en un momento dado.

El fenómeno se explica porque no hay entre esos dos mundos unas fronteras claramente delimitadas, “no hay puestos de control migratorio, ni guardianes de seguridad que examinen nuestra inocencia, ni agentes de migración”. Así, más a menudo de lo que nos imaginamos, conseguimos “estar en ambos mundos al mismo tiempo”.

¿No le han regañado a usted en la mesa del comedor, por estar “pegado” al teléfono mientras consume la cena?, ¿no se ha conectado usted por alguna red, con un amigo lejano mientras camina?

Bauman dice que “cambiamos de registro en función de la momentánea deriva de nuestra atención”, con un aspecto adicional que enrarece de manera dramática todo lo que hacemos: ocurre que cada uno de esos mundos “tiene su propio conjunto de expectativas que se espera cumplan quienes entran en él, así como sus propias pautas de conducta”.

Así las cosas, y aún considerando que pueden elaborarse largas listas de las diferencias existentes entre esos dos mundos, lo cierto es que “uno de ellos parece pesar más a la hora de conformar nuestras respuestas…”.

Ahora mire usted el carácter inquietante y lúcido que tiene la explicación de Bauman: dentro del mundo “desconectado”, el mundo offline, soy yo quien está controlado. “Es de mí de quien se espera que me someta, a menudo de manera obligada, al control de unas circunstancias contingentes y caprichosas”. En cambio, en el mundo online, soy yo quien está al mando y tiene el control. Cuando estoy conectado, construyo la percepción de que soy el rector de las circunstancias, “la persona que fija la agenda”, la que insulta impunemente, “peina”, se burla sin consecuencias. Un mundo que habito ejerciendo una especie de “liberación” de las molestias, las dificultades y las incomodidades que martirizan a quienes viven en el mundo offline.

El mundo “conectado” nos resulta “encantador” y absolutamente “ausente de riesgo”. Bauman lo define acertadamente como el mundo de “la zona de confort”, en la que todo lo que vemos, todo lo que encontramos, todo lo que conocemos, es “afín” con nosotros.

Cuando eventualmente se filtra una opinión contraria, una persona contraria, un discurso contrario, lo “borramos” y ¡listo!, los “evaporamos de nuestra vista y de nuestra memoria”. Nos transfiguramos en seres moralmente ciegos y sordos.

Eso explica que en el mundo online y, sobre todo en los períodos electorales, se sacrifique la razón junto con la moral y se dé, como lo vemos todos los días, rienda suelta a emociones que, normalmente, tenemos bajo control.

El mundo online se convirtió en el escenario ideal para la contienda política. Hay candidatos que construyen hábilmente “invectivas formuladas en forma de nosotros contra ellos y de negativas a denunciar el lenguaje lleno de expresiones de odio de algunos de sus partidarios” y, está probado, su argucia les funciona. Ese “todo vale” encaja en la lógica de los internautas ciegos y sordos en el plano moral.

Es paradójico. Sólo la desconexión nos permitirá entablar conversaciones que nos permitan – dice Bauman – comprender y dar sentido al mundo en el que vivimos.