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“Esta herida…” de Velia

“El origen de los otros” propone una deliberación seria sobre esas categorías de la diferenciación desde el “poder”, que hacen imposible la construcción de un nuevo mundo: “la raza ha sido un criterio constante de diferenciación, lo mismo que la riqueza, la clase y el sexo, tres categorías determinadas por el poder y la necesidad de control”. No sin razón, Morrison fue una feminista radical.

Por Alberto Morales Gutiérrez

He leído la larga diatriba que hace Velia Vidal contra la novela de Lorena Salazar Masso (cerosetenta.uniandes.edu.co 13/08/2021) y he llegado a la conclusión de que ni la misma Velia, ni Motete, su formidable proyecto cultural, se merecen lo que ha escrito. El texto no se parece en nada a lo que uno se ha imaginado de Velia y de su trabajo. Lo que ella sustenta, enfoca y concluye respecto de “Esta herida llena de peces” es no solo incongruente, sino que destila mala intención. 

Debo decir que no me satisface la condescendencia inicial de Velia con la autora de la novela, pues el grueso del abordaje borra de un tajo esa idea expresada al inicio de la diatriba: “Es la ópera prima de una autora que demuestra una gran sensibilidad poética y una enorme capacidad de construir imágenes poderosas con su narración…” Y es condescendiente porque lo que Velia realmente piensa desde el inicio mismo de su análisis, es todo lo contrario. Velia confiesa finalmente que considera a Lorena “…una narradora que se asume tan superior al contexto, tan superior a ese otro racializado, exótico y precario, que se toma la licencia de intervenir y modificar sus rituales ancestrales, o se siente con el derecho de decirle a los otros qué hacer”. Velia está indignada.

Velia confiesa que se ha inspirado en un texto de Toni Morrison, para hacer su reflexión sobre “Esta herida llena de peces”. Es bueno referirse a la señora Morrison, a quien le correspondió un período de la historia norteamericana en la que el tema del racismo y del poder negro fue “intelectualizado”. Desde las filas de las negritudes se escribió profusamente sobre la “singularidad de la cultura negra”, sobre la “nación negra”, y emergieron debates desgarradores en el interior del movimiento como el propuesto por LeRoi Jones, negro por supuesto, en el sentido de que la literatura y el arte negro “había sido, con raras excepciones, de una mediocridad casi angustiosa”. Jones atribuía este fracaso “al deseo de los intelectuales negros de mostrar lo “cultos” que eran, según las normas de los blancos”

Y fue también el período de la exacerbación racista del poder blanco. Tampoco puede soslayarse el hecho de que es en los Estados Unidos de Morrison, la escritora negra, en donde nace el Ku Kux Klan en 1866, cuya influencia pervive aún hoy y quien, con el discurso siniestro de la pureza y la preeminencia de los blancos, no solo acumula crímenes execrables sino que fue decisivo en la elección del nefasto Donal Trump, como presidente de esa nación. 

Es cierto. “El origen de los otros” es un texto orientado a esclarecer cómo en la literatura aparecen formas de relatar que, de manera sutil e intencional, pretenden corroborar el supuesto predominio o superioridad de una grupo humano sobre otro, de un ser humano sobre otro, a partir precisamente de la negación del otro.

En ese contexto, resulta pertinente por ejemplo que Morrison haga una referencia crítica a esas “escenas bucólicas” de “La cabaña del tío Tom” que buscan edulcorar esas relaciones entre amos y esclavos, escenas concebidas para “entretener”, y “garantizar al lector que no hay nada peligroso en esa atmósfera, para decirle que es incluso divertida y, sobre todo, amable, generosa y sumisa”  

“El origen de los otros” propone una deliberación seria sobre esas categorías de la diferenciación desde el “poder”, que hacen imposible la construcción de un nuevo mundo: “la raza ha sido un criterio constante de diferenciación, lo mismo que la riqueza, la clase y el sexo, tres categorías determinadas por el poder y la necesidad de control”. No sin razón, Morrison fue una feminista radical.

Uno de los análisis más claros de “El origen de los otros” lo hace el crítico Marc Peig, quien afirma que el interés de este libro radica en esclarecer “… que la literatura conlleva una responsabilidad, pues su influencia en la sociedad es evidente…  debemos ampliar el abanico lector a otras culturas, a otros pueblos, a otras sociedades e incluso a otras lenguas, pues toda la imagen de la realidad es sesgada si solo se mira desde una única perspectiva”. 

Esta es una mirada certera. El libro de Morrison no ha sido concebido para que el lector o la lectora, a la manera de los cazadores de brujas en el oscurantismo medieval, se regodee en “encontrar” apologías a la precariedad de un grupo en particular, porque se escribe por ejemplo que la conductora de una lancha en un río es “una mujer negra como el cacao”, cuando en efecto es negra como el cacao, o ver un crimen en el hecho de que se describe que la conductora aludida, “se queda mirando el río café como ella, como la madera de la canoa, como el niño”, un niño que es, también en efecto, negro.

Ver como “sospechoso”  o “prueba reina” de exacerbación racista un texto en el que se dice que “las cantaoras repiten los versos con una cadencia negra que se mete bajo la piel” es, francamente, un exabrupto.

Sé que ni Velia, ni nadie, encontraría un sesgo racista, destructor, o una manifestación de superioridad en Toni Morrison cuando en “Paraíso”, integra este diálogo: “-Unas personas que se han perdido…¿Personas perdidas, o blancos perdidos? Vamos, Stewart, por favor…Se pierden igual que cualquiera – observó Anna. Han nacido perdidos. Se han apoderado del mundo y siguen perdidos… ¿No es verdad, reverendo? Te contradices -apuntó Anna, riendo. – Dios tiene un solo pueblo, Stewart. Ya lo sabe…”

No, “Esta herida llena de peces” no es un libelo racista orientado a entregar al lector o a la lectora, una información sesgada sobre la “superioridad” de los blancos. No lo es. Por el contrario, lo que subyace en esta bella narración es,  sobre todo, un ejercicio de sororidad irreductible. Sororidad que, por el contrario, Velia es incapaz de ejercer con esta mujer joven, que nos enseña la manera como, siendo la otra, la extraña, se sumerge existencialmente en un territorio y en una cultura que no puede menos que mirar y enseñarnos a mirar, con un profundo respeto.

Es preciso aclarar que Velia no hace referencia alguna en su diatriba al tema de la “apropiación cultural”, pero siento que es un imperativo abocarlo, porque da luces sobre lo que ha ocurrido.

Fue en la década pasada que tuvo gran resonancia una acusación hecha por el Ministerio de Cultura de México a Carolina Herrera, por lo que consideraba una apropiación indebida de elementos típicos de sus pueblos sin que las comunidades se beneficiaran en ningún caso: tenangos bordados, los patrones del sarape de Saltillo, los bordados de flores de las mujeres oaxaqueñas. El diario El País hizo eco a la denuncia con un análisis en el que refería incidentes parecidos a propósito de “la inundación de tatuajes con motivos polinesios”, el uso de símbolos gitanos por parte de la cantante Rosalía, o motivos del pueblo guna de Panamá y Colombia  en unas zapatillas Nike.

Se trataba de esclarecer que anidaba en este hecho, más que un asunto jurídico alrededor del tema legal de la propiedad intelectual, una “apropiación cultural” indebida.

El tema ha vivido un giro dramático cuando el mismo artículo refiere la posición del lingüista canadiense John Edwards, quien expresó que “una extensión lógica del argumento de la apropiación podría concluir  en que nadie podría escribir sobre algo mas allá de la experiencia directa…que las mujeres nunca deben escribir sobre los hombres, los negros sobre los blancos, los alemanes sobre los españoles”

John, quien parecía contra-argumentar, terminó dándole una motivación a la joven  poetisa estadounidense Amanda Gorman, quien adquirió cierta notoriedad por el hecho de que recitó uno de sus poemas en el acto de toma de posesión de Joe Biden y, meses después, sus agentes empezaron a rechazar las propuestas que le hacían algunas editoriales de distintos países e idiomas, por el hecho de que quienes la traducirían no cumplían su requisito de que fueran mujeres y fueran negras. En su lógica, “nadie que no pertenezca a una “cultura” está legitimado para usar “símbolos” de otra”. Se trata de un asunto decididamente delirante.

Observo con preocupación que los argumentos de Velia en su diatriba parecen dialogar con esta posición porque, no existiendo en la novela de Lorena Salazar la más mínima intención expresa u oculta de reivindicar la supremacía blanca, no queda menos que pensar que se trata de argumentar en contra de ella desde la “lógica” de la apropiación cultural. Lorena estaría pecando por el hecho de ser una blanca que se atreve a escribir sobre el paisaje de los negros, las mujeres negras, los niños negros, los ríos de los negros. Velia se queja de que “existen tantas formas de ser negro como personas negras hay, no es posible hablar, ni siquiera, de una única cultura afro del Chocó”. Podría colegirse, en esta perspectiva, que solo una escritora negra está en capacidad de lograr el prodigio posible de hablar de esos temas.

Siento que la diatriba se origina en el hecho, insoportable para Velia, de que una “blanca” con talento se entrometa en su territorio.

Velia invita en su diatriba a aprovechar la oportunidad para abrir esta conversación, pues “necesitamos una literatura tan diversa como nuestro país, en la que todos y todas seamos narrados desde la misma diversidad de voces que nos conforman”. Lo hago en efecto.

Creo que la gran lección de Toni Morrison tiene un tono profundamente humanístico y que su predicamento, contrario a lo que piensa Velia en su actitud con Lorena Salazar, no está concebido para borrar al otro sino para que podamos verlo.

En el mundo contemporáneo, el otro ha sido sacrificado en el altar del individualismo. Tal sacrificio, que es una ofrenda a la soledad, arrasa con nuestra vocación gregaria, nos anula para sobrevivir, no solo nos obnubila, sino que decapita de contera un aspecto esencial de la naturaleza humana: la empatía.

Estamos hechos para vivir en función del otro, con el otro. La solidaridad y el cuidado hacen parte imborrable de nuestra impronta. La sororidad Velia, la sororidad.

Payan Akhavan, del Tribunal de la Haya aporta un diagnóstico: “Existe una conciencia global emergente que defiende que nuestro bienestar está vinculado al de los demás, que somos una especie humana que habita un lugar común y que las concepciones tradicionales del yo y del otro están colapsando, lo que nos obliga a redefinir nuestra identidad de formas más profundas”.

Dejemos que los otros nos miren, nos describan desde sus perspectivas. Seamos también capaces de describir a los otros, desde nuestras perspectivas. Lo único en lo que debemos ser intransigentes, es en que lo hagan con respeto. Lo único que debemos exigirnos es abordarlos con respeto. De eso se trata el humanismo, Velia.

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4 respuestas a «“Esta herida…” de Velia»

Cuando dios creo la humanidad no dijo blanco y negro a todos nos dio vida sin discriminar una poesía o canción sonpara blancos y negros

No creo mucho en el racismo y menos en ésta Colombia diversa y mezclada donde todos tenemos indio y negro, a veces es lastimero y se debería hablar entonces también del racismo del negro hacia el blanco

Gracias por leer Tatiana. Creo, como tu, que hay racismos desde múltiples vías.

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