Quieren una expresión del malestar a su medida, un malestar colectivo que no inquiete, que no perturbe nada, que sea lo más parecido a la ausencia total del malestar.
Por Alberto Morales Gutiérrez
Estamos viviendo una conjunción de hechos de tanto impacto e incidencia, que lo desbordan todo, que nos confunden, que nos desubican y nos dificultan el pensamiento y la razón:
¿Cómo entender las múltiples aristas de todo este desmadre?
¿Qué es lo que está ocurriendo?
Mientras por un lado el autismo presidencial hace estragos, los ministros se filan sin vergüenza en la orgía del capitalismo del shock, y se inundan de ganancias tanto ellos como los carroñeros de cuello blanco que se nutren de la tragedia colectiva; por otro lado las masacres de líderes sociales se exacerban, se repiten y multiplican con el silencio cómplice de quienes están llamados a detenerlas; la policía se desnuda y dispara asesina contra las multitudes, agrede, asfixia, electrocuta a ciudadanos inermes y calca esas escenas de represión desembozada, propias de las dictaduras decadentes que veíamos, lejanas, en los noticieros de televisión.
Pero, como son insaciables, al mismo tiempo legislan, hacen trampas, conspiran contra las Cortes, organizan una pandilla a su servicio en los organismos de control y emplean a firmas internacionales para cubrirlo todo con cortinas de desinformación, que los medios, acuciosos siempre, difunden de manera delirante.
Que miremos a otro lado, que hay una conspiración, que ahí está el enemigo que quiere acabar con nuestro país, en fin, argucias para que no nos demos cuenta que son ellos los que lo están acabando.
A nivel regional y local se repite el libreto. En Medellín, un irresponsable es cooptado por los grandes capos de la corrupción nacional y se pone incondicionalmente a su servicio, para devastar a la ciudad desde la alcaldía y, en plena sintonía con el “estilo” nacional, miente, miente, miente, mientras sonríe y se sueña en funciones de “gran dirigente”, sin decoro alguno, pues no existe duda sobre su condición de títere con titiritero.
Y entonces hacen coro convocando a la calma y al respeto a la “institucionalidad”. Que no, que por ahí no, que con la violencia nada se soluciona, que tenemos que calmarnos.
Quieren una expresión del malestar a su medida, un malestar colectivo que no inquiete, que no perturbe nada, que sea lo más parecido a la ausencia total del malestar.
Mire usted a su alrededor, observe que este desbordamiento patético se repite y se repite más allá de nuestras fronteras. Es la misma historia en los pasillos del poder y en las calles de los Estados Unidos, de Chile, de Argentina, de España, de Turquía…La crisis es global, no podemos negarlo. Y en medio de la debacle, pareciera que la reflexión sobre la decadencia que hace el filósofo francés Michel Onfray, arroja luces sobre todo esto.
Olvidamos a veces que las civilizaciones nacen, crecen, se desarrollan, se agotan y desaparecen. Tal vez estamos siendo testigos de excepción de un colapso histórico. ¿Qué nos hace creer que esta manera de vivir el mundo de hoy es eterna e inmutable? ¿No son ya suficientes los dolores que ha causado, la suma de las inequidades, la desigualdad descarada, la descomposición, todo el monstruo que el COVID contribuyó a poner en evidencia?
Onfray invita a no perder de vista las ruinas de las viejas civilizaciones. Ellas son una lección. Las ruinas de la Grecia Antigua que fue tan luminosa, las ruinas del imperio romano que parecía se iba a prolongar por toda la eternidad, las ruinas de la Unión Soviética que prometía un nuevo mundo, las ruinas de la Alemania Nazi cuyo delirio fue fugaz.
Concluye con sabiduría que “el presente no se hace ni con el futuro del optimista ni con el pasado del pesimista, sino con el instante de lo trágico”.
Pienso que cualquiera sea la tarea que tengamos que cumplir en medio de esta debacle, cualquiera sea el análisis, no podemos cohonestar con sus causas.
Hemos sido muy lúcidos para entender el desmadre de todo aquello que nos queda lejos, pero aquí y ahora tenemos el imperativo de marchar al ritmo del ¡Basta Ya! que es un grito indignado y colectivo, de solidarizarnos en el desespero de este llamado que clama por construir una nueva forma de habitar en este mundo, de gritar si, de gritar más alto incluso, para empezar a abordar juntos la reflexión necesaria sobre un Proyecto Humanidad.
4 respuestas a «¡Basta Ya!»
Maravillosa reflexión. Ojalá fuéramos capaces de ir más allá de las palabras
Gracias Katty. Siento, con optimismo, que la ciudadanía empieza a movilizarse. Abrazo
Gracias por escribir sobre estos temas
Gracias a ti por leer