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Al Alberto

Cada quien habita en su propio cascarón…

Cualquier parecido con el periplo recorrido por el petrismo y el descomunal engaño perpetrado por Quintero, no es mera coincidencia. Sumergidos en su cascarón, la crítica los indigna, la denuncia los enfurece. Todo lo que se diga en su contra, todo acto reprochable de sus cuadros dirigentes, toda fechoría demostrada, es tachada de mentira, de conspiración, de atentado contra su causa.

Por Alberto Morales Gutiérrez

Hay un microrrelato que se atribuye a Alejandro Jodorowsky y que refleja el espíritu de esta reflexión: que, en medio de un ritual sagrado en alguna iglesia de gran ciudad, un coro magnífico canta su gloria a Dios y, mientras los creyentes escuchan extasiados, empiezan a sonar de repente, desde el cielo raso, los golpes de un martillo que agita con entusiasmo un obrero de la construcción. El cura se exacerba y hace callar el coro. El obrero entonces, con una sonrisa que le ilumina el rostro, les grita desde arriba: “¡no, no dejen de cantar, a mí no me molesta para nada!”. Jodorowsky concluía que “la verdad es solo un punto de vista entre muchos otros puntos de vista”. Es cierto.

Este tema ha sido objeto de múltiples análisis y extraña que, en general, se le haya prestado tan poca atención. Tal vez la alegoría al cascarón pueda contribuir a pensar con más atención sobre el problema.

Asumir la relación con el mundo solo en una perspectiva, tener sobre los hechos una sola mirada; implica habitar encerrados en nuestro propio cascarón. La decisión es lo más parecido a negar todo lo que ocurre por fuera de nuestro refugio. Los límites de mi visión son las paredes de mi propio y único y exclusivo cascarón.

El sociólogo francés Roger Caillois publicó en 1945 un ensayo sobre el espíritu de las sectas, que da muchas luces sobre los orígenes e impactos dolorosos de eso que llamo el síndrome del cascarón.

Explica un fenómeno que es obvio: la enorme diversidad de pensamientos y comportamientos que reverberan entre los miembros de la sociedad, lo que explicaría la imposibilidad de una coincidencia total entre “las exigencias que el hombre está dispuesto a prodigar y las exigencias que esa sociedad formula a cada uno de sus miembros”. Las reacciones son múltiples. Hay individuos que no quieren conceder nada y rechazan mandatos que a ellos les parecen odiosos. Hay otros, que él llama los hipócritas, que no les conceden a esos mandatos sino un fingido acatamiento, pero actúan solo en la lógica de su propio provecho y hay, está demostrado, seres con gran capacidad de entrega y sacrificio y que aspiran a dar mucho más de lo que la misma sociedad espera de ellos. Pero entonces, mire usted la paradoja: este último perfil es dado a reclamar normas más estrictas, una disciplina más rigurosa. “Desean que tal disciplina combine científicamente sus efectos, dirigiéndose en igual medida contra el lujo y la inexactitud, contra el ocio y la negligencia”.

La historia ha dado muestras relevantes de las trayectorias de los adalides del sacrificio. Empiezan a actuar como grupos minoritarios que – todo el mundo lo reconoce – son más unidos, más emprendedores; las obligaciones que asumen en su interior son más definidas y numerosas, su moral es más firme. Operan como una fraternidad. En la medida en la que el grupo crece y se nutre de adeptos diversos, incluso de muchos de los que integran, ya la comunidad de los “hipócritas”, ya la de los que no quieren “conocer nada”; entonces el síndrome del cascarón se contagia y les es imposible, a todos ellos, mirar a otro lado. La “novedad” implica que en ese nuevo grupo que ha crecido e incluso, por ejemplo, ha logrado alcanzar el poder, entonces “se relajan las obligaciones morales en su conjunto. Ninguna prohibición se halla bien delimitada, y en un universo en el que todo parece sólido, en realidad todo se encuentra secretamente alterado. Las palabras ya no responden a los actos ni las conductas a los discursos”.

Cualquier parecido con el periplo recorrido por el petrismo y el descomunal engaño perpetrado por Quintero, no es mera coincidencia. Sumergidos en su cascarón, la crítica los indigna, la denuncia los enfurece. Todo lo que se diga en su contra, todo acto reprochable de sus cuadros dirigentes, toda fechoría demostrada, es tachada de mentira, de conspiración, de atentado contra su causa.

La historia vergonzosa de corrupción que exhiben sus aliados, el descubrimiento de los oscuros intereses que los inspiran; los contratos, las maletas de dinero en efectivo, las ausencias, los incumplimientos, las mentiras evidentes de muchos de sus discursos; las cifras maquilladas, las favores indecentes,  sus obsesivas relaciones con las redes; los encuentros secretos, las chuzadas, los abusos manifiestos con los dineros públicos; los abusos del poder, el abandono al que han sometido a la ciudad unos, y a sectores poblacionales estratégicos del país, otros; la desidia frente a la cultura, los portazos, las presiones, la abyección frente a las exigencias dominantes de los Estados Unidos o las de los organismos financieros internacionales; la argumentación acomodaticia. Todo es, para ellos, una sarta de mentiras. Nada de lo ocurrido y demostrado, es cierto.

Entonces,  el síndrome del cascarón también actúa construyéndoles una “realidad” propia y paralela, que les dificulta analizar las consecuencias de sus actos. Quintero se siente francamente cómodo mintiendo, trinando, abusando, convencido de su impunidad. Asume que saldrá muy rico de la alcaldía de Medellín, con un movimiento nacional consolidado, siendo una opción presidencial y con, por lo menos, seis alcaldes ganadores, seis ciudades que pueden integrarse a su festín. Quintero y sus seguidores están convencidos de que avanzarán hasta el infinito, siempre, sin que les ocurra nada. A su vez, Petro y quienes lo acompañan, hacen cuentas alegres. Están autopersuadidos de ser los grandes protagonistas del cambio que Colombia necesita; convencido de que el país entero, menos la oligarquía, está de acuerdo con su accionar; que las masas de oprimidos los aplauden sin cesar y saldrán a las calles a defenderlos y que, claro, nadie presta atención a sus abundantes incoherencias.

No son capaces tampoco de distinguir los matices de quienes los critican. Para ellos, todos somos los mismos y nos animan los mismos intereses, lo que – desde luego – no es cierto. Los escenarios del pensamiento en Medellín y los escenarios del pensamiento en Colombia, son amplios y diversos.

Se sienten imbatibles, únicos, ganadores eternos, siempre en ascenso, abrazados por la historia, bendecidos, admirados, respetados, ungidos. Se sienten imparables. Esa es su mirada única. Así ven el mundo desde su cascarón. Es la repetición patológica y ampliada, del relato de la caverna de Platón.

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8 respuestas a «Cada quien habita en su propio cascarón…»

Lo mismo sucede con los uribistas y con todos los líderes mesiánicos. Pero la realidad es tozuda y evidente: un país con más de 40 millones de pobres casi míseros, donde se roban 55 billones anuales y donde el narcotráfico reina en forma caótica favoreciendo a una pequeña élite oligarca que se le anexó, el problema si es mayor.
Una política encaminada a rescatar al pobre de la miseria y al país de su destrucción física se impone, y se impone mostrando resultados dentro de una gestión efectiva y una pronta y sagaz pedagogía.
No es lo mismo, mi estimado Alberto, ver Colombia desde Llanogrande con El Tesoro, que desde una comuna o la cuenca de un río
Tampoco veo tan abandonada la ciudad. Y si Quintero robó, dentro de poco lo tendremos como Benedetti: ladrando como perro chiquito.
El hambre es mucha y la violencia, más.

Gracias Juan Fernando por leer. No dudo que lo mismo sucede con los uribistas y demás. Creo, de igual manera, que no es lo mismo ver a Colombia desde Llanogrande o El Tesoro, que desde una comuna o la cuenca de un río.

Alberto tienes una visión clara del momento que estamos viviendo, solo espero que como su nombre lo dice el cascarón sea frágil y se rompa en mil pedazos y esos pedazos caigan en la deshonra y en las cárceles del verdadero pueblo

admiro su capacidad de didertacion y analisis.pero cuando id utiliza su intelecto para su sectarismo politico carece de tod valor su “talento” y se hace incoherente,puesto que si tiene ele.entos de juicio tangibles contra petro y qiuntero,ud tendria que rrecurrir a las instancias corresponzientes a saber:cpntraloria,procuraduria y fiscalia ,las cuales desdmpeñan una excelente labor ejerciendo acciones inmediatas cuando se trata de examinar y condenar al mal llamado “progresismo” de izquierda.E n un pais donde la semantica esta escindida por una corrompida semiotica.

el sectarismo y el argumento en contra de los que no han gobernado y los señalamientos contra aquellos que hoy estan mostrando quienes han sido los corruptos, los que han gobernado, los que han desplazado y asesinado campesinos por sus tierras, los que han vendido y entregado los recursos naturales a empresas extranjeras sin que la nacion el estado y el pueblo se beneficien, los que se han distribuido los recursos entre sus familiares y sus amigos igual como han hecho en direccion y el manejo administrativo del estado, los mismos de los falsos positivos, los mismos que han legalizado pistas de aterrizajes, avionetas, aviones y elicopteros al narcotrafico, los mismos que nombran embajadores a tenedores de fincas con laboratorios de cocainas o las ayudas a los providencianos con tapabocas pero que lo que llevaba era cocaina en un avion de la Uribista Azcarate y cargado en el aeropuerto de Catan en fin teniendo como protagonistas a los Antioqueños empresarios en donde se han organizado las convivir, las AUC, el sicariato, AUG, las Guerrillas todos los males sociales en Colombia y que en la prensa y todos tratan de señalar a los progresistas como los culpables y los responsables de las anomalias en Colombia es para que nos condenemos por idiotas.

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