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Al Alberto

¡Cállese la boca!

La palabra déspota proviene del griego “despótes”, que significa “dueño”. Dueño es aquel que se asume como el señor absoluto y es por ello que se dice de todo tirano que es un déspota.

Por Alberto Morales Gutiérrez

Ya nada de lo que ocurre con este gobierno torticero produce sorpresa. Está claro que el lamentable César Lorduy, ponente del mico consignado en el artículo 68 del proyecto de ley anticorrupción (¡qué vivos!), concebido como una auténtica mordaza contra la libertad de prensa en particular y contra la libertad de expresión en general, ese César Lorduy – digo- es apenas el instrumento de una conspiración urdida por Cambio Radical, el Partido Conservador, el Partido Liberal, el Partido de la U y, desde luego, el Centro Democrático.

Fueron 73 votos de los miembros de esos partidos en la Cámara de Representantes, los mismos partidos que han protagonizado los escándalos de corrupción más sonados y vergonzosos de la historia, quienes actúan unidos férreamente para amordazar a quienes se atrevan a desvelar sus oscuras componendas y esas alianzas tenebrosas que les sirven para esquilmar a nuestro país. Mire nada más la coincidencia de esos 73 votantes en temas cruciales como la moción de censura al desvergonzado Ministro Carrasquilla, o la defensa conjunta que todos hicieron de la señora Abudinem, pese a la inexplicable desaparición de los 70 mil millones.

La denuncia sobre las intenciones verdaderas del mico en cuestión, el pronunciamiento de la FLIP, las voces que rechazan el carácter nefasto de la norma propuesta, hacen que el mismo Duque que, como dice una cosa dice la contraria, exprese con procacidad manifiesta, que “cualquier amenaza a la libertad de prensa debe ser objetada”. Pero no, esa afirmación carece de verdad cuando él la emite, porque Duque ha dado muestras inequívocas y contundentes de su ejercicio de déspota tropical por encargo.

La palabra déspota proviene del griego “despótes”, que significa “dueño”. Dueño es aquel que se asume como el señor absoluto y es por ello que se dice de todo tirano que es un déspota. Duque es el brazo cipayo del innombrable que, a lo largo de los últimos veinte años, ha hecho lo imposible por cooptar todos los poderes para ponerlos a su servicio.

Hoy, ya en los estertores, lograron tener un fiscal de bolsillo, un contralor de bolsillo, una procuradora de bolsillo, jueces de bolsillo, magistrados de bolsillo, generales de bolsillo, mayorías de legisladores de bolsillo. Si, exactamente como ocurre en Nicaragua, en Venezuela y en donde quiera que existen esos personajillos que se asumen como portadores del poder sin restricciones. Es explicable entonces que el déspota quiera negarle a todo el mundo el acceso a la palabra. Su paraíso ideal es aquel en el que, por tener la boca callada, nadie dice nada.

El reciente incidente de la fiscalía acosando a Noticias UNO no es nada distinto que la expresión del despotismo. El esclarecimiento de la muerte del dirigente estudiantil Lucas Villa y la atrocidad de las desapariciones y asesinatos de los líderes sociales, que escandaliza a los organismo internacionales, son expresiones del despotismo; las condecoraciones desvergonzadas a funcionarios venales cuyas fechorías son de dominio público, también expresan despotismo. El jolgorio familiar en los viajes al exterior, con el avión presidencial repleto de hermanos, esposas, hijos y amigos, es una desvergüenza propia de los regímenes despóticos.

A Duque y sus secuaces solo les atrae la adulación, la abyección, la genuflexión. Las personalidades que les gustan son aquellas que representa muy bien el senador Macías, con su estribillo “sí, jefecito, como usted diga jefecito”. Esa frase que el mismo Duque ejercita a diario con su presidente eterno.

Manuel Zafra hace una interesante reflexión sobre despotismo y democracia, recurriendo al nunca bien comprendido Alexis de Tocqueville (1805-1859), a partir de una afirmación provocadora que hace éste en su célebre texto “La democracia en América”. Dice: “La libertad democrática no ejecuta cada una de sus empresas con la misma perfección del despotismo ilustrado”. Un despotismo ilustrado que es hipotético desde luego, pues requiere de mucha inteligencia, prospectiva y deseo de bien común. Pero la explicación es totalmente válida. Destaca que en efecto, la democracia hace menos bien cada cosa, pero hace más cosas. Su visión es profunda y relevante, porque no habla de perfecciones del sistema: “La democracia no da al pueblo el gobierno más hábil, pero hace lo que a menudo el gobierno más hábil no puede crear; esparce por todo el cuerpo social una inquieta actividad, una fuerza superabundante, una energía que no existe nunca sin ella y que por poco que las circunstancias le sean favorables puede engendrar maravillas. Esas son sus verdaderas ventajas.”

Tocqueville es brillante cuando concluye que “Los griegos sabían de las ventajas de la tiranía, de la rapidez de sus logros, pero sabían también de las dificultades para mantenerlos. La contraposición entre despotismo y libertad radica en que las virtudes de la libertad tardan en aparecer pero sus vicios se revelan pronto; el despotismo opera al contrario: sus vicios únicamente se advierten cuando han transcurrido algunos años, en cambio sus virtudes (orden, regularidad…) son evidentes”.

Como toda la gente puede atestiguarlo, el despotismo de Duque y el innombrable ni siquiera da para construir “virtudes” como el orden y la regularidad. ¡También en eso son deplorables!

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