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Cuando no hay de qué hacer un caldo…

Por Alberto Morales Gutiérrez.

Tenemos la tendencia a creer que lo que sucede en nuestro país es trágico, inédito, brutal y que solo nos ocurre a nosotros. Ejercemos una especie de pesimismo excluyente, y se nos olvida mirar alrededor. Hago ese ejercicio de ampliar el espectro de la mirada y me estremezco. La debacle es una especie de peste que se ha tomado al mundo. Pareciéramos estar viviendo en un escenario distópico en el que, como nunca antes en la historia, las decisiones trascendentales que tiene que tomar la humanidad están en manos de una suma de personajes disfuncionales, fanáticos, delirantes, para quienes los más mínimos principios éticos no existen. Su “modus operandi” es el desprecio por el otro, y actúan de manera irresponsable sin pensar en el mañana. Todos los minutos de sus vidas son un presente eterno, están instalados “en el aquí y en el ahora”.

En Colombia ya se entronizó el nuevo perfil de las candidaturas presidenciales, en las que la incultura, la ignorancia, la ramplonería y la vulgaridad aplican como condiciones esenciales. Pero no somos nada originales. Ese es el perfil que ha llevado a la presidencia a la mayoría de los dirigentes del mundo contemporáneo.

Hoy, por ejemplo, soplan vientos de confrontación atómica. El miércoles 20 de noviembre el presidente de Rusia, Vladimir Putin, aprobó un cambio trascendental en la doctrina nuclear de ese país. Se establece que, si un Estado que no fabrica armas nucleares ataca a Rusia con el apoyo de otro país que sí las fabrica, Moscú considerará que ese ataque proviene del país que suministró las armas.

El cambio a la doctrina es consecuencia de la aprobación dada por Joe Biden a Volodímir Selensky, en el sentido de que Ucrania utilice contra el territorio ruso, misiles de largo alcance suministrados por Estados Unidos.

A su vez, la aprobación gringa es una retaliación por el hecho de que Kim Jong-un, amo y señor de Corea del Norte, ordenó el desembarco de soldados del ejército de su país en Rusia, para apoyar la causa de Putin, que aspira a incorporar a Ucrania en su territorio.

Putín, quien lleva ya más de veinte años gobernando a su país con mano de hierro, encarna de manera nítida el perfil del narcisista. Homofóbico visceral (algún problema ha de tener en ese sentido) transitó de operar como espía de la KGB en Alemania Oriental, a ser funcionario de la alcaldía de San Petersburgo y luego al Kremlin en donde se entronizó desde el 2002. Sin escrúpulos, violento, cínico, manipulador, ha destrozado físicamente  uno a uno a todos sus opositores; ha construido una imagen de macho alfa cuya masculinidad exhibe con orgullo y cultiva una condición de ganador implacable. Disfuncional, ciertamente.

Kim Jong-un heredó a su país, quien es gobernado por una dinastía que inicio su abuelo en 1948, hace ya 77 años. Creció con la convicción de que su destino como gobernante estaba signado por fuerzas superiores. Despótico, siniestro, impredecible, inescrupuloso, no vaciló en mandar a asesinar a sus familiares más cercanos por considerar que el prestigio de ellos amenazaba su poder. Hay quienes lo definen como un psicópata.

Volodímir Zelensky es un humorista e influencer que llegó a la presidencia de Ucrania en una coyuntura histórica particular. Haga usted de cuenta que, cansados de los laboristas, un día los británicos hubiesen elegido como presidente a Benny Hill que, dicho sea de paso, era el héroe de Zelensky. No hubo un discurso en su campaña, tan solo una consigna: ¡luchar contra la corrupción!. Un medio español sintetizó así su estrategia ganadora: “la campaña la hace en el escenario: baila, canta y sigue haciendo reír al público. El actor tiene carisma y su falta de experiencia resulta un punto a favor para aquellos votantes que rechazan las elites”

Joe Biden encarna al típico burócrata mediocre que es un bueno para nada. En 2018 se definió a sí mismo como “una máquina de hacer tonterías”. Y es cierto. Su vida pública está repleta de desatinos protagonizados desde mucho antes de los incidentes del final de su mandato en los que se hizo evidente su senilidad. Alguna vez le pidió a un senador que se pusiera de pie en una reunión olvidando que se trataba de una persona con discapacidad que tenía que usar silla de ruedas. También confundió  públicamente “a su esposa e hija en un podio”. Sufrió, de niño, de un severo tartamudeo. Perdió su nominación en 1988 cuando quedó demostrado que uno de sus discursos fue copiado textualmente de una intervención hecha con mucha anterioridad por un laborista británico. No hay nada que hacer.

Hablar hoy de democracia es como asumir un tema de ciencia ficción. Nunca fue más valida la afirmación de John Adams en el sentido de que “todas las democracias se han suicidado”. ¡Es cierto!

Daniel Innerarity intenta una explicación. Afirma que “más que complots contra la democracia, lo que hay es debilidad política, falta de confianza y negativismo de los electores, oportunismo de los agentes políticos o desplazamiento de los centros de decisión hacia lugares no controlables democráticamente…”

No comparto esa idea. Siento que lo que explica todos estos fenómenos que estamos viviendo están asociados a la decadencia de la sociedad contemporánea. Una decadencia minuciosamente labrada por el modelo neoliberal, gestor de un sistema de creencias que logró diluir el concepto de la estupidez colectiva, de manera tal que nadie fuera capaz de percibirlo ni en el exterior de la vida social,  ni el interior de ellos mismo, en el interior de cada individualidad.

¡El imperio de la fe ciega!, la renuncia a la más mínima reflexión. Nos movemos orientados por un decálogo de verdades reveladas en las que solo cabe la estulticia. Serge Champeau, el filósofo francés contemporáneo hace una definición contundente: “proliferan los actores políticos – mandatarios, partidos y grupos sociales- que deben su  identidad más a lo que niegan que a lo que pretenden”

Eso explica la virtual desaparición del discurso político en todos los escenarios. Ha sido reemplazado por narrativas belicosas, de hostigamientos sin fin, de descalificaciones, de burlas a los contrincantes, de mentiras y ocurrencias que se pronuncian y se difunden con impunidad, ¡puro estiércol!

En nuestro país, ya “derechizado” hasta los tuétanos, el establecimiento pondrá a escoger a sus electores entre Vicky Dávila y María Fernanda Cabal. Una de ellas dos se perfila como presidenta. Ni por aquí, ni por allá, hay de qué hacer un caldo.

No existe un mecanismo democrático institucional posible, que sea capaz de compensar la ineptitud y maldad de sus dirigentes. Todo estará perdido si no regresa el pensamiento.

Estoy terminando de escribir este texto cuando llega la noticia: “Ucrania acaba de usar misiles británicos de largo alcance contra Rusia. El Reino Unidos le dio luz verde para que esos Storm Shadows apuntaran contra el suelo de Putin. También fue autorizada a usar minas antipersonales…”

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