Utilizo la palabra utopía con toda la premeditación, porque las promesas electorales tienden a ser soluciones concluyentes. Las gentes entregan el voto para que todos los problemas sean solucionados.
Por Alberto Morales Gutiérrez
Tal vez no existe un escenario más propicio para desvariar con sueños y utopías, que las elecciones presidenciales. Estas campañas, las pasiones que desencadenan, las violencias que desatan, son, en lo fundamental, una expresión de las creencias que cada uno de nosotros tiene sobre el deber ser de la sociedad. Es cierto, cada quien está instalado en su propia utopía. Las utopías de los otros son sueños imposibles; las de los otros no tienen manera de llevarse a cabo; las de los otros son una conspiración, un salto al vacío. Las utopías válidas, las viables; son las propias, las de nadie más.
Utilizo la palabra utopía con toda la premeditación, porque las promesas electorales tienden a ser soluciones concluyentes. Las gentes entregan el voto para que todos los problemas sean solucionados.
Muchos de quienes han criticado mi decisión del voto en blanco para hoy, me acusan de estar delirando con el sueño absurdo de encontrar un candidato “perfecto”, con un programa “perfecto”. Me convocan a que ponga los pies sobre la tierra. Arguyen que su propio candidato es pragmático. Todo lo que hace, las alianzas que protagoniza; son acciones, prodigiosamente inteligentes, llevadas a cabo para poder ganar, pero, una vez en el poder, su candidato será capaz de no dejarse influenciar de los corruptos y llevar a cabo sin tropiezos, esa utopía soñada. Les he dicho de manera insistente que no camino en busca de la perfección sino de unos mínimos de coherencia, pero no he logrado hacerme entender.
En cambio, quien permite la comprensión real sobre el tema de las utopías, de los sueños y los desvaríos, es el gran Isaiah Berlin (1909-1997).
Este formidable historiador de las ideas fue uno de los filósofos más notables del siglo XX. Destacó en su texto “El fuste torcido de la humanidad” (1978) que la utopía, en términos etimológicos, proviene del griego “oú” (no) y “tottoc” (lugar). Así, utopía es un “no lugar”. El no lugar de esa sociedad imposible de alcanzar por su grado extraordinario de perfección.
Explica que esa idea de una sociedad perfecta es un sueño tan antiguo como la historia de la civilización. Y ello se debe a que, en todas las sociedades, desde el principio de los tiempos, han existido males, frustraciones y sufrimientos; por lo que es apenas razonable que sus miembros imaginaran cómo sería un mundo sin aquellas imperfecciones molestas. Un estado ideal “en el cual no hubiera miseria ni codicia, posibilidad de pobreza o temor o trabajo embrutecedor o inseguridad…”
Agrega que, particularmente en Occidente, el sueño de la utopía se enriquece con una aspiración a la armonía pura, una sociedad “en la cual todos sus miembros conviven en paz, se aman unos a otros, se hallan libres de peligro físico, de escasez de cualquier tipo”. Se divierte, incluso, haciendo referencia a que, en esas utopías, los miembros de la sociedad viven en medio de un clima templado perpetuo, un cielo despejado y un paisaje inenarrable.
Y entonces destaca una primera falencia inevitable: ¿quién quisiera cambiar esa sociedad que ha llegado a tal estado de perfección? La utopía es pues un estado inalterable, pues todos los deseos humanos naturales están realizados. Nadie ha de pensar en un cambio, nadie debe aspirar a una novedad.
Pero la segunda es tal vez más inquietante: ¿son las metas esenciales de los seres humanos exactamente iguales para todos?, ¿iguales en todo momento, iguales en todas partes? La uniformidad de la utopía, está diseñada entonces para desconocer la diversidad, desconocer la cultura, desconocer el mundo de los otros.
Y es aquí en donde encaja entonces su explicación sobre la particularidad de la utopía occidental, porque ocurre que en esta parte del globo, se ha generalizado la idea de que los valores, el cómo vivir, el qué hacer, que son decididamente correctos y verdaderos, son esos valores occidentales. El resto del planeta está en el error.
La hipótesis es que los valores de Occidente son universales y eternos. Son inmutables. Tal visión borra de un tajo cualquier idea sobre la diferencia. Todas las naciones, todas las culturas deben “graduarse” en un orden único de excelencia, “que localizaría a los franceses —si Voltaire estuviera en lo cierto— en la cima de la escala de logros humanos y a los alemanes bastante más abajo de ello, en las regiones crepusculares del oscurantismo y dentro de los estrechos márgenes del provincianismo y la opaca existencia rural”.
Denuncia que cada época, cada sociedad, cada nación, tiene sus propios horizontes culturales, sus propias tradiciones, “su propio carácter, su propio rostro”. Utiliza una expresión que, a mí en particular, me pareció hermosa: “su propio centro de gravedad moral, que difiere de todos los otros”. Para concluir que es, en esa diferencia, que descansa la felicidad: en el desarrollo de sus propias necesidades.
En esta perspectiva – afirma – juzgar una cultura por los patrones de otra significa una total falta de imaginación y de comprensión, porque cada cultura, ¿cada persona?, ¿cada ser humano? tiene sus propios atributos, los que deben ser acogidos en y por sí mismos.
La verdadera actitud de un ser humano para con otro, debería partir de las mismas facultades de intuición comprensiva que ejercemos para entendernos con nuestros amigos y parientes, que no es otra que la percepción de lo que ese otro, amigo o pariente, es en sí, como alguien único. Y advierte: no en lo que tiene en común con los otros seres humanos, sino en lo que difiere. Tal prodigio nos vacunaría contra la arrogancia.
Y entonces, de la misma manera que Isaiah Berlin concluye que la cultura griega es única e inagotablemente griega, pero que la india, la persa o la francesa, son lo que son y no otra cosa; es fácil colegir que cada quien, cada persona que nos rodea, es lo que es y quien es, de manera inalienable. Pretender que piense lo mismo que nosotros pensamos es, además de una fijación muy occidental, un profundo irrespeto.
Este el gran aprendizaje que me queda de esta campaña electoral plagada de sectarismos, verdades reveladas, fanatismos rampantes. El aprendizaje que le agradezco a Isaiah Berlin: “si hemos de tener tantos tipos de perfección como tipos de cultura existen, cada una con su constelación ideal de virtudes, entonces la noción misma de la posibilidad de una sociedad única perfecta es, lógicamente, incoherente”.
¡Eso! Coherencia era de lo que estaba hablando en un principio…
4 respuestas a «De elecciones, utopías y desvaríos»
Entonces Alberto una pregunta pertinente: ¿para qué escribes?
Hola John. Gracias por leer. Te respondo:escribo para ejercer el pensamiento. Es un ejercicio de reflexión en voz alta. También para asumir responsabilidades, en el sentido de que respondo por lo que escribo. Escribo para aprender y para, en la distancia, mirar-me, es decir, revisar-me. Muy pertinente tu pregunta. Gracias por hacerla. Abrazo
Entonces, si de coherencias se trata, dinos cuáles son según tus criterios las respuestas que te parecen más indicadas a este pequeño cuestionario:
De las propuestas del Presidente Electo:
1-¿Cuál es la que te parece más correcta y aplaudes a dos manos?
2-¿Cuál te gusta bastante y crees que se podría mejorar?
3-¿Cuál te parece que ni fu, ni fa?
4-¿Cuál te parece contraproducente o no te gusta?
5-¿Cuál te parece absolutamente terrible o perversa?
La coherencia es cualquier cosa, menos lo que pretende ser, la idea de coherencia es un concepto que siempre aplicamos a otro, generalmente al del frente, el que va subiendo más rápido que uno, pero la vida es mucho más que coherencia, la vida son decisiones que tomamos y modifican nuestras vidas.
Jola Serge, gracias por responder. Qué interesante cuestionario. Sacaré el tiempo para responderlo. Pero, qué tienen que ver estas preguntas con mi reclamo de coherencia? Es un test para medir mi coherencia?