La grosera abundancia de bufones en los cuerpos colegiados del mundo, fue convirtiendo la acepción “payaso” en una especie de sinónimo de un tipo de políticos en ejercicio, acepción que por reflejo, transformó a las cámaras legislativas en “circos”.
Por Alberto Morales Gutiérrez
Busca usted en las enciclopedias el tema de los bufones, y los encuentra definidos como personas deformes o grotescas, con destrezas en malabarismos, acrobacias y otras artes, que hacían representaciones histriónicas y burlescas en las cortes medievales y tenían una especie de “patente de corso” para burlarse de quienes rodeaban a los poderosos. Bueno, no solo existieron en el medioevo. Hay también historias de bufones en la Grecia y la Roma antiguas.
Los payasos, son un último reducto de la bufonería que aún pervive en otros escenarios. Uno de ellos es la política.
En las elecciones brasileñas del año 2010, hizo historia un personaje: Francisco Everardo Oliveira Silva, quien fue el candidato más votado en ese año. Tenía un nombre artístico: Tiririca, y era un payaso en la vida real. El leit motiv de su campaña es un ejercicio de honestidad imposible de ver en la política tradicional: “yo no sé lo que hace un diputado federal, pero si me eliges, voy al Congreso y te lo cuento”. Lo eligieron con 1.300.000 votos.
Moisés Naím narra otro caso emblemático del mismo año: Christine O’Donnell candidata al senado del Partido Republicano por el Estado de Delaware, en la USA, cuya ignorancia ya es una leyenda. “Practicaba la brujería y declaraba su radical oposición tanto a la masturbación como a la teoría de la evolución”. A su lado, la inescrupulosa e ignorante Sarah Palin, también republicana, sería una estadista.
La grosera abundancia de bufones en los cuerpos colegiados del mundo, fue convirtiendo la acepción “payaso” en una especie de sinónimo de un tipo de políticos en ejercicio, acepción que por reflejo, transformó a las cámaras legislativas en “circos”.
Los payasos de verdad, que son profesionales muy serios, resintieron esta distorsión y aquí al lado, en el Perú, se organizaron para combatir esa comparación, como consecuencia de los desaguisados del fugaz mandato de Manuel Merino en el 2020. “Son políticos de porquería, no payasos, por favor” decían en su comunicado, y agregaban: “nosotros también estamos en la lucha, como todos los peruanos, y no nos gusta ser comparados con los políticos. Decir que el Congreso es un circo… el circo es un lugar mágico, donde vas de niño a comer algodón dulce, no un nido de corruptos y gente realmente inaceptable. Decir que es un circo no corresponde”. Tienen razón.
Todo este espectáculo de decadencia no es solo de la política, es un reflejo de lo que ocurre en el mundo contemporáneo. Hay, entre todo esto, una relación de vasos comunicantes. Mire usted por los lados del periodismo, en donde las complicidades y consanguinidades con la política y el empresariado, han convertido a los medios, aquí y en Cafarnaúm, en “difusores complacientes y aduladores” de las empresas y políticos que los sustentan. Le entrego un ejemplo patético, para no hablar solo de nuestro país: Francia, cuna de la libertad, la legalidad y la fraternidad, ostenta una concentración escandalosa de grupos económicos en poder de los medios. Allá, como por acá, escasean los periodistas y abundan los comunicadores institucionales.
La verdad está en crisis. Ya la gente no distingue qué es una noticia inventada o mentirosa, de una noticia real. Trump, el saltimbanqui mayor, lanzó su propia red social y la llamó “Truth Social”, la red de la verdad. ¡No es concebible una falsificación mayor!
Los políticos payasos han hecho del algoritmo su nueva religión, de manera tal que hoy caminamos por el mundo en poder de las “burbujas cognitivas” e instalados en la realidad virtual. El algoritmo logra perfilar el cúmulo de creencias, opiniones, valores y hábitos de grupos de personas, de manera tal que lo único que ellas ven es todo aquello que coincide con sus creencias, opiniones, valores y hábitos. Así, la creencia colectiva que encuentran en las redes es la misma que ellos profesan. La conclusión es apenas obvia: la verdad es la de ellos, el resto del “minoritario” mundo que queda por fuera de lo que piensan, está, obviamente, equivocado. Se convierten en horda intemperante, sectaria, fanática. Habitan en un mundo paralelo, el mundo de su propia “realidad”.
Los políticos payasos son fanfarrones impresentables. Trump, al igual que Bukele, Ortega o el señor Daniel Quintero, en Medellín, se instalan en una fantasía de superioridad que les hace pensar que son los creadores del universo, que son imprescindibles, que “todo el mundo” los adora, que “todo el mundo” está de acuerdo con ellos, que “todo el mundo” los aplaude. Quienes se oponen a ellos son gentes torpes, minorías, bandidos, imbéciles que no entienden en dónde están parados. Y entonces empiezan a delirar. La última revelación de Quintero a propósito de la sanción recibida por indebida participación en política, es un arrebato místico: “Dios es el que quita y pone gobernantes, Dios está con nosotros, no con ellos que son la maldad”.
Si ocurriera que la hipótesis del precipicio resulta cierta, estos payasos se encuentran en el borde…
4 respuestas a «De políticos, bufones y otras especies…»
El señor quintero es un exalcalde nefasto un payasa en más intelectual que este señor
Gracias William por leer. Si, el hombre es de ese club
Si se quedaran en payasos, vaya y venga. El problema con políticos como Quintero es e peligro que representan para las sociedades en las que surgen. Su obsesión con el poder y su mesianismo no tienen límitee.
Gracias por leer Erika. Tienes razón, este tipo de personajes son insaciables…