De shakirizaciones y otras necedades…

Mire usted el deprimente espectáculo global que estamos viviendo esta semana: la shakirización de la agenda de la discusión pública, a la que se han integrado no solo cantidades aterradoras de usuarios de las redes sociales, cuyo desconecte de la realidad es evidente y cuya banalización y superficialidad exhiben con orgullo; sino personas que ejercen oficios que reclaman mucho razonamiento, e incluso presumen de ser pensadoras activas y críticas de la sociedad contemporánea. ¡El acabose!

Por Alberto Morales Gutiérrez

Son definitivamente inquietantes las prioridades de las discusiones modernas, esas que se mueven en las redes que, como ya es de dominio público, son las que ponen las agendas temáticas.

El algoritmo impulsa, con premeditación y alevosía, la noticia que más debe calar, el debate que más se debe agitar, la discusión que se debe dar. Tal tarea, no es una tarea inocente.

Hay muchos estudios serios que se han encargado de demostrar que, en el mundo de hoy, la idea no es propiciar el pensamiento, impulsar el uso de la reflexión, fomentar el análisis inteligente. Por el contrario, la idea es ir construyendo paulatinamente, con una insistencia casi imperceptible y siniestra, la entronización de la superficialidad, la derrota del pensamiento. ¿Para qué reflexionar, si estamos viviendo felices, en el mejor de los mundos posibles?

Ulrich Beck en su reflexión sobre “La mirada cosmopolita” (Paidos 2006) habla de las “categorías zombis” y de las “instituciones zombis”, que es lo mismo que decir categorías e instituciones que están muertas y todavía vivas; para definir con esas expresiones, la existencia y funcionamiento de todo lo que la gente entiende o define como la modernidad. No queda títere con cabeza. En ese escenario, en donde además el individualismo es el rey, el “no pensar” es la manera más cómoda de estar muerto.

Esto explica por qué Beck resulta inspirador para Zygmunt Bauman quien, de manera más didáctica y contundente, definió a esta sociedad como la de la “Modernidad Líquida” (Fondo de Cultura Económica 2003). Una sociedad -explica Bauman- en la que el poder puede moverse con la velocidad de la señal electrónica (ya se habla de la ciberdemocracia, de los cibergobernantes) de manera tal que el tiempo requerido para el movimiento de sus ingredientes esenciales, se ha reducido a la instantaneidad. En la práctica – explica- el poder se ha vuelto verdaderamente extraterritorial. Y recalca: “el advenimiento de los teléfonos celulares puede funcionar como el definitivo “golpe fatal” a la dependencia del espacio: ni siquiera es necesario acceder a una boca telefónica para poder dar una orden y controlar sus efectos”. La eficiencia de esa tarea depende de contar con amplias y sumisas audiencias zombis.

Mire usted el deprimente espectáculo global que estamos viviendo esta semana: la shakirización de la agenda de la discusión pública, a la que se han integrado no solo cantidades aterradoras de usuarios de las redes sociales, cuyo desconecte de la realidad es evidente y cuya banalización y superficialidad exhiben con orgullo; sino personas que ejercen oficios que reclaman mucho razonamiento, e incluso presumen de ser pensadoras activas y críticas de la sociedad contemporánea. ¡El acabose!

Una sandez colectiva, abrumadora, que lo mismo tararea las letras de las canciones en las que la ruptura de la cantante y el futbolista se relata con todos sus matices, sino que se “enriquece” con dos teloneros adicionales: el muy difuso Mario Vargas Llosa e Isabel Presley, la socialité. Dos ancianos decadentes que decidieron romper cobijas.

Este escándalo inútil lo único que hace es refrendar la idea de Corneluis Castoriadis, referida por Bauman en su texto, en el sentido de que la sociedad en la que vivimos ha dejado de cuestionarse a sí misma. “Se trata de un tipo de sociedad que ya no reconoce la alternativa de otra sociedad, y por lo tanto se considera absuelta del deber de examinar, demostrar, justificar (y más aún, probar) la validez de sus presupuestos explícitos o implícitos”.

Dos parejas muy mediáticas se separan, tienen conflictos, como tienen conflictos o se separan a diario millones de parejas en el mundo, y la sociedad líquida se apresura a tomar partido, “diseccionar” las causas, analizar las implicaciones. Y entonces todo se sacude, hasta la Bolsa de Valores, dado que rebajan las acciones de unas marcas que se mencionan en la canción del despecho. Mayor decadencia no se puede concebir.

Sí, Shakira es una mujer valiosa, inteligente, exitosa, autónoma, corajuda, sí. Su pareja es un adolescente irredento, sí. A su vez Vargas Llosa es un Premio Nobel; tiene por los menos dos novelas soberbias y tres ensayos notables e inteligentes, sí. Su última pareja es una señora que ha hecho de la aparición en las revistas de farándula, su gran fortaleza, sí. Pero, ¿qué representan sus vidas personales para un mundo tan convulsionado como el nuestro? ¿Por qué debemos sucumbir a las portentosas operaciones de marketing asociadas a la difusión voluntaria de sus propios dramas, para desencadenar volúmenes impresionantes de ventas de sus canciones; de ejemplares de las revistas “del corazón”; del rating de programas de chismes, de los podcast de habladurías, de likes en sus redes sociales, en fin? ¿Por qué dejarnos instrumentalizar?

¿No debería hacer parte de nuestra vida diaria un esfuerzo por dotar de relevancia, claridad, objetivos nítidos y argumentos reflexivos e inteligentes, la discusión pública?, ¿qué merece realmente ser discutido?

No puede ser que, al tenor de los temas que interesan a la modernidad líquida, se conviertan en irrelevantes, en paisaje, en nimiedades, cuestiones tales como la barbarie en la Franja de Gaza; los despojos de tierras a lo largo y ancho de América Latina; las atrocidades del fanatismo; los excesos de las teocracias; la corrupción empotrada en donde quiera que hay dinero; los estragos del armamentismo; el hambre, la miseria, la inequidad. Ni qué hablar de los severos problemas nacionales o locales. ¡Tantas, tantísimas cosas de las que hay que hablar y con las que hay que proceder!

Quizás la mejor descripción sobre este deplorable contrasentido de la shakirización de la agenda de la discusión pública, la hace Bauman en ese texto del año 2003, cuando describe de manera premonitoria que las preocupaciones necias, las insubstanciales; colman hasta el borde el espacio público, y expulsan a codazos de esa discusión, todo lo demás. Lo público se encuentra colonizado por lo privado, dice.

Y concluye: “El interés público se limita a la curiosidad por la vida privada de las figuras públicas, y el arte de la vida pública queda reducido a la exhibición pública de asuntos privados y a confesiones públicas de sentimientos privados (cuanto más íntimos mejor). Lo temas públicos que se resisten a esa reducción, se transforman en incomprensibles”.

Veo con impotencia este lastimoso escenario y pienso en la urgencia de un proyecto humanidad capaz de esclarecer, de una vez y para siempre, la respuesta adecuada a la pregunta sobre el significado último de la naturaleza humana…tal vez eso nos salve.