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Al Alberto

¡Duro y a la cabeza!

Esta abundancia de gobernantes fantoches, fanfarrones y payasos, haciendo y deshaciendo desde sus despachos locales, regionales o nacionales; identifica una tendencia de retroceso de siglos en la política y la democracia contemporáneas.

Por Alberto Morales Gutiérrez

Hay quienes dicen que esta frase es un dicho popular. Hubo quien recomendó buscar su significado en un refranero o un diccionario de proverbios, pero no, no es por allí por donde se encuentra. Se trata realmente de una frase muy de estas tierras y opera a la manera de una consigna, un mandato de solución final: “a ese man hay que darle duro y en la cabeza”. Pareciera ser una variable de otra orden macabra: “que no quede títere con cabeza”, esto es, que no haya sobrevivientes.

De una u otra manera, se trata de frases que aluden a soluciones de fuerza. Soluciones que se invocan apelando de manera retórica a premisas nobles: la “defensa” de la democracia, la “defensa de la moral pública”, la “defensa” de la religión católica, “los buenos somos más”.

No puedo menos que recordar “la canción del odio”, una pieza maestra de Steven Vinaver y Mary Rodgers que popularizó Nacha Guevara; porque enseña de manera didáctica todo lo que entraña la lógica de la fuerza. El texto es soberbio. Mire una pequeña parte: “por eso, todos de la mano, con el odio acabaremos…/ con el pie lo aplastaremos./ Luchemos por el día/ en el que el amor por fin sonría. / Con el odio acabaremos/ qué paliza le daremos./ ¿No te gusta que te pegue?/ entonces ¡muere, muere, muere!/  Con el odio acabaremos/ la picana le pondremos. / Y si llora o si se queja/ le arrancaremos las orejas./ Viendo cómo se retuerce/ cómo nos divertiremos/ con el odio acabaremos…”

La expresión “solución final” se incorporó a la terminología nazi, pues ese fue el nombre del plan diseñado por el Tercer Reich para solucionar de una vez y para siempre “la cuestión judía”.

El tema de las soluciones definitivas es una común ocurrencia de los que, en épocas pretéritas, llamaban los “morones”, personas que son autosuficientes en las tareas manuales, que tienen incluso cierto nivel de memoria, pero que son incapaces de desarrollar abstracciones mentales. Los morones pueden confundir a la gente. Algunos llegan a ser presidentes o alcaldes o generales.

¿Hay un problema con el espacio público?, entonces el morón ordena: “¡cierre esa mierda!”. ¿Hay una manifestación de descontento?, entonces el morón grita: “¡sáqueme esa chusma de ahí!” Son felices con los decretos, los regímenes de excepción, las medidas extremas, las facultades especiales.

Al fascismo le fascinan los morones. Hay que verlos cómo aplauden a Nayib Bukele, el fantoche que hoy gobierna en El Salvador, quien exhibe con orgullo lo que considera es la solución final contra las bandas de los maras. Producen escalofrío las fotografías y videos que exhiben el traslado al “Centro de confinamiento del terrorismo” de centenares y centenares de detenidos, con las cabezas rapadas, las manos atadas, cubiertos solo con una pantaloneta blanca, descalzos, exhibidos como animales hacinados en un patio gigantesco. Ya están condenados sin juicio alguno, pues el presidente ha dicho que estarán allí por décadas.  Los detuvieron en las calles, muchos de ellos son maras en efecto, y otros muchos son muchachos que fueron detenidos por la manera como vestían, por tener un tatuaje, por la manera como caminaban o como miraban. El imponente edificio (la cárcel más grande de toda América) fue construido con una contratación a dedo, y su incalculable valor no tiene vigilancia alguna, pues se trató de una orden presidencial.

Esta abundancia de gobernantes fantoches, fanfarrones y payasos, haciendo y deshaciendo desde sus despachos locales, regionales o nacionales; identifica una tendencia de retroceso de siglos en la política y la democracia contemporáneas. Hay que verlos protagonizando berrinches y asonadas cuando las urnas no los favorecen y movilizando a sus electores para que se tomen el Parlamento o los palacios de gobierno en nombre de la voluntad popular. Verlos también “castigando” con el despojo de la ciudadanía a quienes no comparten sus métodos y pensamientos; entregando funciones gubernamentales a sus parejas sentimentales, como si también ellas hubiesen sido elegidas; destrozando las normas, ejerciendo de jueces y señores, burlando con todo tipo de maromas la acción de los organismos de control, destrozando en fin, todo concepto de institucionalidad.

En plena “coherencia” con sus propias limitaciones, tampoco les sirven los canales institucionales para relacionarse con sus gobernados. Son fanáticos de las redes sociales, ciber-gobernantes a quienes el trino permanente, los excita y los controla. “¡Suéltela, suéltela ya!, es lo que el instinto les dice y entonces la sueltan, la dicen, la vociferan sin pensar.

Así era el mundo en el medioevo, pero sin redes sociales. El despotismo feudal se inspiraba en la idea de que los señores de la tierra eran los dueños de las almas y las vidas de los siervos de la gleba y que la religión católica era la única verdad. Estas dos premisas básicas e inapelables hacían que el exceso fuera el fundamento del poder.

Un joven italiano, Cesare Beccaria, escribió en 1764, cuando apenas llegaba a los 25 años, un texto que aún hoy resuena: “De los delitos y las penas”. Los enciclopedistas franceses leyeron el texto con pasión y tuvo impactos en todas las corrientes del pensamiento que se agitaban en la Europa de la época.

El profesor Nódier Agudelo Betancur escribió un texto inteligente que desvela el impacto de ese libro en la revolución francesa y en los fundamentos del derecho penal moderno. Resalta por ejemplo que el autor no se refiere a un conjunto normativo determinado, ni hay en el libro redacción de códigos. Lo define, acertadamente, como una obra de filosofía penal.

Es por ello que la respuesta de Beccaria a su pregunta: ¿queréis prevenir los delitos?” es de antología y alude a esta pléyade de fanfarrones y payasos a que se ha hecho referencia: “Haced que las luces acompañen a la libertad… un osado impostor se gana la adoración de un pueblo ignorante y la rechifla de un pueblo ilustrado… ante las luces esparcidas con profusión en una nación, calla la calumniosa ignorancia y tiembla la autoridad desarmada de razones…”

Spinoza hablaba de “la anónima fuerza libertaria” que anida en la condición humana. Los morones la desconocen, no saben que, inexorablemente, esa fuerza se impondrá.

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5 respuestas a «¡Duro y a la cabeza!»

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Gracias a ud. por escribir este artículo. Los romones se tomaron la institucionalidad. Los daños aun no han sido ni advertidos, ni imdemnizados, ni cuantificados, DEBIDA Y LEGALMENTE. La sociedad está llamada a desterrarlos del turbio ejercicio….

Gracias Juan por leer. Tienes razón. Una tarea urgente es cuantificar la dimensión aterradora de sus daños.

Hola Alberto
Complemento tu interesante escrito, con una apreciación de mi parte.

BUKELE

Pregunto:

¿Todos los muchachos que Bukele tiene sometidos semidesnudos en su super cárcel custodiados por guardas enmascarados, ya han sido condenados?
¿No será la mayoría producto de zafarranchos desenfrenados en las barriadas populares en acciones sorpresivas y violentas?
Aplaudir este tipo de acciones aparentemente redentoras en un país violento con índices de desempleo y miseria preocupantes, sólo lleva a cohonestar con medidas arbitrarias que sirven de pretexto para crear supuestos héroes en un mundo de miedo. Es mostrar la redención grotesca de un factor engendrado por su misma degradación social. Exponerlo ante el mundo es mostrar la llaga infecta producto de los malos gobiernos.
Una cosa es una política de seguridad ciudadana efectiva. Otra el fascismo ramplón ante la opinión pública.
¿Cuántos inocentes no estarán entre esos grupos, sólo por el hecho de ser pobres y estar en la calle en una noche de batidas?
Recuerden la frase “No estarían cogiendo café”, a lo mejor no, pero sí compartiendo con los amigos después de llegar del rebusque.

Nota

¿Cómo podríamos hacer que esos muchachos se rehabiliten?

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