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Al Alberto

Echar carreta es un goce pagano…

Por Alberto Morales Gutiérrez

Permítame este ejercicio intimista.

Uno de los chats en los que participo, tuvo la idea de propiciar un encuentro presencial para que habláramos de la política, la ética y la ciudadanía. El tema no era arbitrario. Se originó en el hecho de que alguno de sus miembros había aceptado una responsabilidad en el gobierno municipal, a pesar de que estando en campaña (el hombre se había lanzado a un cargo de representación popular) manifestó siempre diferencias sustanciales con quien ganó la alcaldía. ¡La coherencia clama!, expresábamos algunos.

Tuvimos entonces una reunión formidable, inteligente, divertida, respetuosa, irreverente; en la que  el vino bueno, las viandas exquisitas  y la atención esmerada del anfitrión, configuraron un auténtico encuentro pagano.

Romántico que es uno, no pude menos que pensar en esos “salones” que, a la manera de tertulias, se realizaban en las principales capitales europeas a lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX. Encuentros en los que se agitaba el pensamiento y que se convirtieron en el germen de las grandes transformaciones sociales que, como la Revolución Francesa, lograron transformar al mundo de esa época.

De ellos se ha dicho que “fueron espacios de libertad para la cultura y el pensamiento, más allá de las doctrinas oficiales; espacios para el encuentro, más allá de las diferencias estamentales, y espacios para la emancipación femenina más allá de las normas sociales.”

Debo destacar, a propósito de la emancipación femenina, que la gran mayoría de estos salones tuvieron anfitrionas extraordinarias con un lugar propio en la historia: Catalina de Vivonne, Madame Geoffrin, Julie de Lespinasse, Madame Helvétius, entre otras.

El sorprendente Philipp Blom describe estos encuentros de manera excepcional en su texto “Gente Peligrosa” (Anagrama 2012) y hace énfasis en el “Salón d’Holbach” que fue nutrido con el talento y la personalidad deslumbrante de los enciclopedistas. Dos de ellos en particular: el Barón d’Holbach, y Denis Diderot, que acaparan buena parte del libro.

Entonces, como uno de los temas de nuestra tertulia estaba enfocado en la ética, la coherencia y las responsabilidades de las personalidades públicas, me resultó grato recordar la manera como Blom narra las peripecias de Diderot, ya al final de su vida, cuando decidió aceptar una propuesta que le hizo la emperatriz de Rusia Catalina La Grande.

Mire le cuento.

Denis, que fue brillante como pensador, como investigador y escritor ilustrado, carecía no solo de todo sentido práctico, sino del mínimo talento empresarial o financiero. Su vida cotidiana fue una vida de deudas que crecían, se multiplicaban, y lo acorralaban siempre.

Recién cumplidos los 60 años, Diderot empezó a angustiarse por el futuro de su familia y su sobrevivencia. Las condiciones de su entorno eran difíciles, la Iglesia estaba resentida con la Enciclopedia y había endurecido la actividad inquisitorial con especial fiereza. Temía que lo detuvieran y lo lanzaran a la hoguera. Tomó entonces la decisión de vender su biblioteca que era un auténtico tesoro y el único activo del que disponía.

Descubrió rápidamente que no sería una tarea fácil. Nadie quería comprar una biblioteca estigmatizada por pertenecer a un ateo, subversivo y peligroso que se encontraba, además, en la mira del Tribunal del Santo Oficio.

Ya al borde del desespero, un amigo le recomendó que escribiera al general Betski, el gran chambelán de la emperatriz Catalina de Rusia y, para su sorpresa, le respondieron de inmediato, con una propuesta tan generosa que el no pudo menos que aceptar: compraban toda la biblioteca en efecto, “con la condición de que Diderot se ocupara de cuidarla en su propia casa y de que todos los libros y documentos se enviasen a San Petersburgo solo después de la muerte del philosophe”. Además de entregarle una cifra fabulosa por la compra, le pagarían de igual manera, un sueldo permanente por las labores del cuidado.

Y es aquí en donde este relato se conecta con el encuentro presencial de nuestro chat.

Aunque por primera vez en la vida de Denis, sus problemas económicos estaban finalmente solucionados, emergió, enorme, un gran dilema moral: Diderot, que era de una integridad absoluta, se había resistido siempre a cualquier tipo de relación con el poder y las fatuidades de la riqueza. Nunca había aparecido en la corte francesa, no cultivaba amistad con aristócratas (salvo d’Holbach) no había viajado. Ni siquiera había aceptado las permanentes invitaciones de su amigo Voltaire para que lo visitara en el exilio.

Y, de repente, ahora estaba en la nómina de Catalina la emperatriz, una mujer inteligente sin duda, que había llegado al trono después de haber ordenado asesinar a su marido y cuyas prácticas de gobierno eran “despiadadamente autoritarias”.

Obligado a visitarla en su palacio de San Petersburgo, Diderot se aferró al predicamento de que sería capaz de persuadirla de las ideas ilustradas.

El relato de Blum da cuenta de que esa  visita causó sensación y no pocos malestares en la corte. Carente de las nociones de la etiqueta de Palacio, tuvo con la emperatriz un comportamiento nada convencional que, cosa extraña, resultó fascinante para ella. Se comunicaba muy cerca, la tomaba de las manos para reafirmar un concepto, le hablaba sin tapujos, no le guardaba reverencia alguna y, de manera audaz, empezó a darle recomendaciones y a escribirle textos sobre la modernización del imperio a partir de los principios ilustrados y a sustentarle las bondades de la tolerancia. Llegó, incluso, a presentarle un borrador para una nueva constitución. ¡Estaba desbocado!

El texto de respuesta de Catalina a las solicitudes de Diderot, es de antología: “Monsieur Diderot: he escuchado con el mayor placer todo lo que ha inspirado su brillante genio; pero todos sus grandes principios, que entiendo perfectamente, aunque estarían muy bien para los libros, harían un triste trabajo en la práctica. Usted olvida, en todos sus planes de reforma, las diferencias entre nuestras dos posturas: usted trabaja solo sobre el papel, que se presta a todo; es obediente y flexible y no pone obstáculo ni a su imaginación ni a su pluma; en cambio yo, pobre emperatriz, trabajo con la naturaleza humana que es, por el contrario, irritable y se ofende con mucha facilidad…”

Los biógrafos de ambos, dicen que el desencanto fue mutuo.

Como era de esperarse, Diderot no fue capaz de cambiar a la despótica emperatriz. Entretanto, en el caso de nuestro encuentro presencial, el amigo del chat manifestó que conserva la esperanza de “aportar a la ciudad” con la gestión que se le ha encargado.

A su regreso de San Petersburgo, Diderot terminó de escribir “Jacques el fatalista y su amo” una novela que es, en el fondo, una de sus más profundas reflexiones. El texto, experimental, propone varios finales, en una alusión inteligente al carácter azaroso de la vida y del universo. Es mi deber destacar que de esas cosas de la incertidumbre, sabía mucho el honorable enciclopedista. Diderot murió en Paris el 31 de julio de 1784, doce años después de haber vendido su biblioteca, sin dejar nunca de disfrutarla.

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20 respuestas a «Echar carreta es un goce pagano…»

Echar carreta es además un privilegio de la clase ociosa, curiosamente una de los grandes placeres que la vida nos da pero no de forma gratuita, hay que mantener la mente abierta y entrenar la tolerancia para que las posiciones diferentes se conviertan en aprendizaje y no en enfrentamiento

Hola María del Mar. Si, mente abierta, atreverse a pensar. Muchas gracias por tu lectura y comentario.

Alberto, lo único que me pesa de esta columna es no haber asistido a dicho encuentro pagano.

Abrazo.

Hola Juan Raúl, hay que retomar la conversación, regresar a la práctica deliciosa de la palabra.Gracias por leer.

Diderot fue un pensador utópico. Tuvo la oportunidad de manifestarlo ante Catalina de Rusia.

Gracias Eduardo, por leer. Diderot fue el enciclopedista mayor. Alma y corazón de la ilustración.

Maravilloso leerte Alberto. Que vuelvan las tertulias, goce pagano mas necesario que nunca..

Hola Alberto
Cuando el contertulio de repente está en el gobierno, su discurso, su conversación o “carreta” se verá obligada a asentarse y con un mínimo ético llevará a la práctica lo “posible”, de ser posible.
No todo, entonces, es carreta, alguna de sus ideas tratará de ser llevada a la práctica. Ahora,si el contertulio es un aprovechado diletante, corrupto y mentiroso, pónle la firma de que saldrá rico y no volverá a la tertulia.

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