…a propósito de esas jaurías que atacan en gavilla a través de las redes a quienes piensan diferente, tiene que ver con el hecho de que este tipo de individualidades, al integrarse al colectivo, adoptan de igual manera creencias sobre la colectividad misma que, al exacerbarse se tornan, también, en una patología
Por Alberto Morales Gutiérrez
Aunque existen excepciones desde luego, puede decirse con certeza que estas campañas electorales son, aquí y en Cafarnaúm, las batallas de los egos.
Los escenarios no ofrecen muchas diferencias. Quienes están en poder de su propio ego (los dirigentes y quienes los siguen) aturdidos por la creencia de considerarse en un estadio superior, asumen que ellos siempre tiene la razón, que el resto del mundo está equivocado, que sus juicios son superiores. Los ególatras tienen una disfunción, porque el ego es insaciable cuando se desata. Las creencias que construye el ego rebasan el sentido de la identidad.
Un fenómeno que debe llevarnos a reflexionar, a propósito de esas jaurías que atacan en gavilla a través de las redes a quienes piensan diferente, tiene que ver con el hecho de que este tipo de individualidades, al integrarse al colectivo, adoptan de igual manera creencias sobre la colectividad misma que, al exacerbarse se tornan, también, en una patología
A esa exacerbación algunos expertos como Erich Fromm y Theodoro Adorno la han denominado “narcisismo colectivo”. Se trata de un sentimiento de pertenencia que se asume “en un tono defensivo y paranoico” y que convoca “de manera insaciable” a obtener un reconocimiento permanente. Este narcisismo, explican, es diferente al orgullo nacional, a la adhesión a un equipo deportivo con sentimientos positivos, el sano sentido de pertenencia a una organización.
La profesora Aleksandra Cichocka, de la Universidad de Varsovia, ha realizado un trabajo investigativo serio en torno al narcisismo colectivo y plantea que: “otra evidencia sugiere que ciertos aspectos del narcisismo colectivo emergen como una manera de compensar sentimientos de insuficiencia personal, de la misma manera que los narcisistas individuales pueden alardear su importancia para ocultar su ansiedad”.
Otra investigadora de origen polaco, la doctora Agniezka Golec de Zavala de la Universidad de Londres, quien se ha dedicado al mismo tema, explicó que, aunque no todas las personas que votaron por Trump en los EE. UU. o apoyaron el Brexit en Inglaterra son narcisistas colectivos, sí encontró pruebas preliminares en su trabajo, de que los narcisistas colectivos estaban más dispuestos a votar por esas opciones.
No deben existir dudas en el sentido de que temas como el patriarcado, el etnocentrismo y el antropocentrismo, para no citar sino tres ejemplos, son creencias egocentristas colectivas, ideas que han prosperado en diversas instancias de la historia de la civilización y cuyos efectos perversos son inocultables.
Tal vez la última de las “intelectualizaciones” de la argumentación egocéntrica ha sido la de propiciar que nos autodefinamos como dioses.
Luego de la cháchara difundida en El fin de la historia, de Francis Fukuyama, aparecen dos autores más, quienes dieran la impresión de estar fletados por los cultores del neolioberalismo y que aportan novedosas teorías, que más que teorías, se intuyen como propaganda.
De un lado, el psicólogo Steven Pinker quien con su texto En defensa de la ilustración (2018) pretende sustentar que el humanismo moderno se expresa en los prodigios del desarrollo tecnológico, un desarrollo que, según él, nos ha ubicado hoy en el mejor de los mundos posibles.
De otro lado, el historiador Yuval Noah Harari quien con su Homo Deus nos ubica en la cumbre del conocimiento y nos define como dioses creadores y omnipotentes. La primera edición del libro fue en octubre de 2016 y se promociona como una “breve historia del mañana”.
Hay un cierto tufillo de justicia poética entre la contundencia de los hechos reales, como el COVID-19 y la narración planteada por Harari en el aparte que denomina Ejércitos invisibles. Expresa, en un tono evidentemente soberbio que, después del hambre (desde su perspectiva es un mal totalmente superado), “el segundo gran enemigo de la humanidad fueron las pestes y las enfermedades infecciosas”. En la página 17 se encuentra el facsímil de una pintura que relata el drama de la peste negra y que Harari describe en los términos de que en la Edad Media se la personificaba como “una horrible fuerza demoníaca fuera del control y de la comprensión humana”.
Hace un recorrido por las calamidades originadas en epidemias letales a lo largo del tiempo desde el 1330 hasta el 2014. Habla del VIH, la gripa aviar, el SARS, la gripa porcina, el ébola, todos ellos virus tsunamis, bacterias asesinas. Dice que “hay buenas razones para pensar que, en la carrera armamentística entre los médicos y los gérmenes, los médicos corren más de prisa”. Hace una apología al último de los grandes inventos, la teixobacticina, a la que define como “un punto de inflexión en la lucha contra gérmenes muy resistentes”. No olvida exaltar la presencia de los nanorrobots que navegarán por nuestro torrente sanguíneo, identificarán enfermedades y aniquilarán los patógenos, pues hemos de saber, señoras y señores, que “aunque los microorganismos tengan cuatro mil millones de años de experiencia acumulada en la lucha contra enemigos orgánicos, su experiencia en la lucha contra depredadores biónicos es absolutamente nula”.
Su conclusión es delirante: “Es probable que la época en la que la humanidad se hallaba indefensa ante las epidemias naturales haya terminado. Pero podríamos llegar a echarla en falta…”
Es cierto, el ego hace estragos.
2 respuestas a «El ego hace estragos…»
El ego es lo que tiene a mal nacido de Gustavo petro que se cree el Salvador de Colombia pero para destruirla
Gracias por leer Willian. No hay duda, egos exacerbados son los que abundan.