Que, en su condición de blancos (la mayoría de ellos, al margen de su color de piel, se definen como tales) heterosexuales, varones, creyentes, están en un estadio superior a las mujeres en particular y a los “otros” en general. Esa superioridad “natural” los autoriza a ser agresivos, dominantes, pues no puede ponerse en duda que son ellos los que “mandan”. Las mujeres pensadoras, indóciles, libres,“se hacen pegar”.
Por Alberto Morales Gutiérrez
Siete hachazos, le propinó en la cabeza Miguel Camilo Parra a Ángela del Pilar Ferro, el pasado 16 de octubre en Bogotá. La idea era matarla. No lo logró.
Este fanático religioso, homofóbico, manipulador y violento, es una síntesis del “macho – man”. En él se reúne todo lo que representa la exacerbación de las violencias de género en general y el feminicidio en particular. Ángela podría estar muerta. El agresor, una vez perpetrado el hecho, corrió a hacerse cambios en su apariencia física con la intención de no ser reconocido. Un criminal, ciertamente.
¿Qué pasa por la mente de hombres como Miguel Camilo Parra? ¿Qué se creen todos ellos?
Que, en su condición de blancos (la mayoría de ellos, al margen de su color de piel, se definen como tales) heterosexuales, varones, creyentes, están en un estadio superior a las mujeres en particular y a los “otros” en general. Esa superioridad “natural” los autoriza a ser agresivos, dominantes, pues no puede ponerse en duda que son ellos los que “mandan”. Las mujeres pensadoras, indóciles, libres,“se hacen pegar”.
Mujeres y hombres son “opuestos” por naturaleza. Ellas son débiles, sentimentales, sin inteligencia. Por el contrario, ellos son fuertes, recios y brillantes.
Desde luego, no hay nada de cierto en esa idea absurda de la superioridad. Todo es una construcción cultural que se ha venido cociendo a lo largo de miles de años, una construcción cultural que pasa por la idea del cuerpo, el de ellos y el de ellas, y que adoptó la forma de dogma a través de las arengas y los escritos de Pablo de Tarso, el célebre San Pablo de la Iglesia Católica, quien convirtió su misoginia, sus neurosis y sus limitaciones, en actos de fe y normas del comportamiento cristiano.
En su texto, “Decadencia” (Paidos 2018) Michel Onfray desvela todas las exigencias de Pablo: “Quiere que las mujeres se vistan recatadamente, que no usen trenzas ni luzcan joyas, que sean sumisas y silenciosas. No deben enseñar al hombre ni ejercer autoridad sobre él” (P, 97) y relaciona el aforismo contenido en la Primera Epístola a los Corintios: “el jefe de todo hombre es Cristo, el jefe de la mujer es el hombre” (11,3)
El maniqueísmo de los Padres de la Iglesia no tiene nombre. Onfray recoge las maromas en las que tiene que incurrir San Agustín en “La ciudad de Dios” para asociar caprichosamente el pecado original a la cópula. Así, el relato del Génesis que hace referencia a como Eva, en contubernio con la serpiente, incita a Adán a probar la fruta del árbol del conocimiento, es convertido por Agustín en lo que denomina “la rebelión de su carne”, porque decide de manera arbitraria, asimilar la serpiente al sexo.
Y es que la lógica de la doctrina cristiana es esa: “Nada de cuerpo, nada de sexo, el deseo es culpable, el placer también”. Se llega a la santidad y a la salvación si logras una extinción total del deseo, de la libido, de las pasiones, de la carne. “Querer ser un ectoplasma a fin de coincidir lo más posible con ese concepto exangüe llamado Jesús” (P, 101)
Todas las mujeres del mundo son Eva, son culpables de que hayamos sido arrojados del paraíso y por eso merecen el castigo. Se las puede cosificar, reducirlas solo a partes de su cuerpo, se las puede poseer, estrujar, escupir, crucificar.
“La masculinidad, como objetivo escurridizo e inalcanzable, se confirma teniendo como reflejo opuesto a una feminidad pasiva, dominada. Y la confirmación de la masculinidad, en una sociedad basada en el género, confirma la hombría” (Horowitz y Kaufman, 1989).
Y entonces, la mejor manera de perpetuar esta barbarie, es no dándole importancia. Son múltiples las hachas: El hacha de la minimización: “Hay muchas más muertes por hambre”. El hacha de “a los hombres les pasa lo mismo”: “vi a una mujer pegándole a un hombre en la calle”. El hacha de la insolidaridad, el hacha de “ella se lo buscó”, de “quién sabe qué le dijo”, “lo provocó”. El hacha de declararlas culpables.
Hay que abordar el tema con coraje, desde la inteligencia. Es necesario entender que hablar de género no es hablar solamente de mujeres, sino de las relaciones de desigualdad y jerarquización que la visión patriarcal les ha impuesto.
Reconocerlo es empezar a solucionarlo.
6 respuestas a «El macho con hacha»
Que buen y bonito articulo Alberto. De una manera breve, contundente y conciza, sin llantos, ni golpes de pecho, con citas y argumentos expones una realidad que muchos desprecian, minimizan onpasan por alto. Gracias!
Gracias por leer, Claudia. Creo que hay que señalar las hachas que no son tan visibles. Tal vez eso ayude a que entendamos. Un abrazo
Es esperanzador leerte… Gracias por nombrar… Por visibilizar éstos atropellos y terribles flagelos contra las Mujeres
Gracias a ti Flora, por leer
Pero de cierta manera las mujeres hemos perpetuado este comportamiento.. pero poco a poco nos hemos salido de estos estigmas.. tanto los hombres como las mujeres . Pero aún hay mucho camino que recorrer
Hola Marta. Todos hemos perpetuado ese comportamiento. Es la conspiración del relato patriarcal. Entre todos y todas vamos a hacer el nuevo recorrido