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¿El poder del pueblo? ¡Mamola!

Resulta que estamos enfrentados a una ironía atroz: los “representantes” del pueblo solo se representan a sí mismos y a sus intereses. Ejercen – dice Strasser – una cripto-representación que genera, como mínimo, una democracia limitada “y una democracia limitada no vale como democracia”.

Por Alberto Morales Gutiérrez.

Pensándolo bien, otra de las consecuencias que se desprenden de estos tiempos azarosos, es la dramática degeneración de la política a los niveles de un sainete desgarrador que, si bien tiene atisbos divertidos dadas las ridículas barrabasadas de los protagonistas y sus desvergüenzas, no deja de ser la señal premonitoria de los más graves desastres.

Esta semana de movilizaciones en las calles instigadas por uno y otro bando, escuchamos el argumento común de que se trataba de manifestaciones que expresaban la voz del pueblo. Sí, uno y otro bando insisten en representar sus mas preciados anhelos y, amparados en el pueblo, no solo ejercitan cada uno su propio sectarismo enardecido, sino que argumentan que la de ellos, es la auténtica verdad.

Por descontado se da que cada uno de los bandos está defendiendo la democracia.

Ahí, en la calle, la “soberanía popular” está diciendo qué hay que hacer. Unos afirman “soberanamente” que el Congreso debe aprobar las reformas, pues solo una sociedad que se moviliza podrá construir una Colombia potencia mundial de la vida; mientras los otros, también de manera “soberana”, marchan para rescatar a Colombia del populismo.

Sospechosamente, el mas destacado representante de uno de los bandos, el tristemente célebre Álvaro Uribe Vélez, ejerce un silencio atronador, pues a estas alturas de su vida, resulta que ya no quiere tomar partido. Algo debe estar negociando con el bando contrario.

Pienso que este silencio tan premeditado, sirve para proponer una reflexión sobre democracia y soberanía popular, desde la perspectiva propuesta por el gran Carlos Strasser, un destacado estudioso de las ciencias políticas que, de manera brillante, ha demostrado que se trata de conceptos cuyo asidero real es cada vez más precario. Tal vez, incluso, el asidero nunca ha existido.

El tema de la “democracia formal” que es al que apelan los optimistas para referir el hecho de que en nuestros países hay elecciones, un parlamento, un poder judicial, organismos de control, en fin; contrasta en la práctica con el concepto de la “democracia clásica” que, ya está probado, es una auténtica utopía, y no encaja con los hechos reales que caracterizan a las “democracias contemporáneas”.

Todo requiere una nueva lectura. Hay que atreverse a hacerlo.

Para empezar, Strasser demuestra que en el mundo de hoy no es viable, por ejemplo, la idea de los “Estados soberanos”, pues tal soberanía está recortada por el entramado de interconexiones globales que, desde la economía y las finanzas, se encuentran controlados por los grandes conglomerados y organismos supranacionales, cuyo actuar no depende en ningún caso, de la voluntad popular de cada país.

Pero su reflexión va más allá. Afirma que estamos a una distancia descomunal del concepto de la equidad social, lo que es lo mismo que decir que “estamos a una gran distancia de contar con una ciudadanía activa, educada e informada”, que es una de las condiciones esenciales para asumir que esa ciudadanía toma decisiones de manera autónoma.

En esta misma lógica, estamos lejos de poder contar con una soberanía popular legítima, porque lo que está demostrado es que ese vox populi, vox dei producto de manipulaciones severas, compras literales de los votantes y aprovechamientos extremos de la ignorancia, no es una voz soberana.

Resulta que estamos enfrentados a una ironía atroz: los “representantes” del pueblo solo se representan a sí mismos y a sus intereses. Ejercen – dice Strasser – una cripto-representación que genera, como mínimo, una democracia limitada “y una democracia limitada no vale como democracia”.

Es por ello que, en contextos de una desigualdad marcada, la democracia no alcanza a ser democrática, la ciudadanía no alcanza a ser ciudadana y la soberanía popular no alcanza a ser soberana.

Recurre Strasser a Edmundo Morgan, el sobresaliente historiador estadounidense que en su texto “La Invención del Pueblo” (2006) sustenta que la soberanía popular fue una mera ficción desde el inicio, y la representación del pueblo un artificio, pues lo que ha habido desde el principio de las concepciones sobre democracia es “una apropiación o expropiación de la voluntad popular por parte de los políticos”, los políticos con minúscula.

Dígame una cosa: ¿cree usted de verdad que hay una diferencia entre los dos bandos que se manifestaron con “el pueblo” esta semana? El bando del cambio recibe la aceptación de todos los organismos que controlan las conexiones financieras internacionales, y no encuentran objeción a sus reformas. El bando del cambio, cogobierna en ministerios, organismos descentralizados, embajadas, y demás cargos de responsabilidad, con lo más granado del bando opuesto. El máximo dirigente del bando opuesto ha optado por el silencio y recomienda sin pudores en reuniones estratégicas con el máximo dirigente del bando del cambio, su candidato para el cargo de Fiscal General de la Nación e incluso, candidatos para los organismos de control. Las bancadas parlamentarias de los partidos tradicionales (el otro bando) hacen equipo de gobernabilidad y construyen mayorías con las bancadas del cambio.

Ni qué decir que los unos y los otros se comparten comandantes paramilitares y bandas delincuenciales, que ya militan en uno y en otro bando. Los dirigentes máximos de cada bando se toman fotografías con ellos sin ningún recato.

Están juntos los unos con los otros compartiendo responsabilidades. Realmente, los que comparten son los dirigentes de los unos y los otros, mientras allá abajo, marcha confundido y exaltado, el mismo pueblo utilizado, envilecido y manipulado,  por el uno y por el otro bando…

¡Todo esto es una farsa!

El llamado final de Strasser es muy razonable. Lo comparto en su totalidad: “Así que podemos dudar de la democracia, la soberanía popular y el gobierno representativo que tenemos en nuestro tiempo (o que se dice que tenemos) y repensarlos, repensar los conceptos y mirar con inocencia y frescura los hechos” Sí, mirarlos con una inocencia y una frescura, indignadas…

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6 respuestas a «¿El poder del pueblo? ¡Mamola!»

La democracia nunca ha existido en realidad Alberto, es un concepto, una carreta, ni siquiera formalmente existió. Los franceses decían que el requisito para la existencia de una democracia, era que los ciudadanos tuvieran sus necesidades básicas satisfechas (alimentación, vivienda y educación), para que pudieran elegir libremente a sus representantes. Eso nunca ha pasado aquí, ni en las vecindades.

Pero eso no permite asimilar las aspiraciones de Uribe, incluso en silencio (sabemos que éste carece de bondad), con las de Petro. A este último le toca gobernar y se comprometió a hacerlo con las reglas de juego existentes; no ha dado muestras de querer llevarse a nadie por delante y su deseo es mejorar las condiciones de vida de los más débiles, yo particularmente no tengo ninguna duda sobre esto. Esto es inocultable, al margen, de que si eso se quiere hacer institucionalmente, tienes que darle participación política y burocrática a tus adversarios. Lo otro impediría cualquier reforma.

No soy Petrista, pero me sorprende como personas progresistas como tú, como Robledo, como Aurelio Suárez y en general el Moir, prefieran cerrar filas (por acción y por omisión), al lado del viejo establecimiento, que ayudar y animar las reformas que el actual gobierno pretende adelantar y cuya sustancia es mejorar las condiciones de vida de los más pobres.

Gobernar institucionalmente tiene barreras (la Constitución y la ley), para respetar esos diques y adelantar reformas, tienes que hacerlo con pragmatismo (con otros que no piensan como vos).

Y por último Alberto, tu indignación es tu estado natural y de inocente nada tienes, como todos los demás políticos, tienes intereses, y mientras Fajardo no vuelva a tener un pedacito de poder, tú tampoco lo tendrás.

Gracias por leer John. Me fascina esa tranquilidad que te genera caminar por tu vida sin ninguna duda. Te envidio de verdad. A veces, tengo dificultades para entender tu obsesión por convertirme en fajardista, pero, desde luego, te perdono. Tus opiniones son siempre bienvenidas.

Precisamente se hace necesario un PACTO. En el caso de Álvaro Uribe es necesario para evitar la cárcel. Petro es conciente de la necesidad de llegar a un entendimiento con las reales fuerzas del poder: la terrateniencia y el caudal económico de la mafia. Emplea, por ello, una diplomacia sagaz y conveniente para implementar las reformas justas para dignificar la vida de los más débiles; de ahí la certeza de las necesidades y soluciones desde los llamados “Diálogos vinculantes” con la base popular.
Manipular las tensiones del poder y blindarse con el apoyo internacional y la necesidad de los poderosos de seguir actuando moderadamente en PAZ -lejos de la cárcel o una guerra civil que a nadie convendría, menos a ellos-, es deber de un buen gobernante y, al parecer, Petro lo está haciendo.

Gracias por leer Juan Fernando. De pactos es que hablo en este texto. Creo que Tanto Petro como Uribe tienen una meridiana claridad sobre las intenciones y objetivos de sus pactos. Aunque es claro que tenemos diferencias en la interpretación que hacemos de esos pactos. tu opinión es muy valiosa para mí.

El representante del poder mafio terrateniente es Álvaro, pero a su edad, a “estas alturas”, ya con 70 años, hijos,nietos y riqueza, es mejor terminar con sus carnitas y huesitos al lado de sus nieticos rascándose la barriga en el Ubérrimo que en una celda como Fujimori…

De eso se trata esta discusión sobre los pactos Juan Fernando. Yo soy del creer que una vida como la vivida por el representante del poder mafio terrateniente, dedicada a cometer los crímenes más execrables, sí debe tener un castigo ejemplar. La impunidad no es buena para construir ciudadanía, ni para desencadenar credibilidad en la ley, ni para construir sentido de la justicia.

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