Categorías
Al Alberto

¡El último de los pastranazos!

Ocurre que los hermanos Rodríguez Orejuela, quienes firman el documento de marras, hicieron pública de igual manera una comunicación en la que narran los hechos y expresan que se trató de un chantaje del entonces presidente Pastrana, quien estaba metido hasta los tuétanos en los hechos criminales asociados a los contratos muy sonados de Dragacol y Chambacú,

Por Alberto Morales Gutiérrez

Al lado de Julio César Turbay y del lamentable Iván Duque, Andrés Pastrana configura el trío de personajes que, desde el cargo de presidentes, lograron no solo el prodigio de convertirse en el hazmerreir de la opinión pública nacional e internacional, sino instalar igualmente sus desafueros y desaguisados, como la impronta que los identifica, como el sello de sus personalidades.

Además de  dedicarse a enriquecer con solvencia los temas de los caricaturistas y los chistes callejeros, sus discursos y frases célebres perduran como monumentos erigidos a la estulticia que caracteriza a nuestra clase política tradicional.

Impertinentes, ignorantes, incultos, lagartos; los tres se caracterizan por un despropósito adicional: se creen importantes, lúcidos, majestuosos, estadistas. ¡No hay de dónde cogerlos!

Turbay, que falleció en el 2005, está ya en las fronteras del olvido, pero el caso de Pastrana y de Duque tiene aún cuerda para rato, no solo por la resonancia mediática de sus desastres, sino porque tienen el perfil, ambos, de dar de qué hablar incluso cuando no están haciendo nada. Ser incluidos en los titulares de los periódicos les desencadena a ambos, verdaderos espasmos orgásmicos. Su vocación por la farándula es emblemática.

El rabo de paja de Andrés Pastrana tiene unas dimensiones descomunales. Incluir en su “palmarés” una relación con el célebre pederasta Jeffrey Epstein y la sospecha documentada de que visitó junto con otras “personalidades” la isla en las Bahamas, en donde las orgías con menores de edad eran el plato fuerte, es un tema horroroso que tendrá que cargar en sus espaldas por toda la eternidad.

Como es ampliamente conocido por la opinión pública, fue un casete dado a conocer por el entonces candidato a la presidencia Andrés Pastrana en 1994, lo que desencadenó el escándalo del Proceso 8.000. La denuncia de la infiltración de los dineros del narcotráfico en las campañas políticas.

Hoy, 27 años después, esa infiltración no solo está demostrada hasta el cansancio, sino que compromete a todos los partidos tradicionales del país, que han operado en un contubernio vergonzoso al servicio de los más oscuros intereses. Esa infiltración empezó mucho antes que los hechos denunciados y perdura intacta y creciente hasta hoy. Pero Andrés Pastrana asumía que su papel protagónico en la denuncia inicial, lo eximía de toda sospecha. Sus limitaciones le impedían darle significado a sus alianzas, sus incoherencias, sus decisiones políticas más recientes. Deje así.

Se fue entonces para la Comisión de la Verdad (¿cómo se iba a perder de ese pedazo de la historia, cómo no estar?) Y, para redondear su “aporte”, decidió entregar otra “prueba reina” que acabaría definitivamente con su rival de años, el también expresidente Ernesto Samper. La figura es patética. Se fue a la Comisión de la Verdad con la intención expresa de mentir.

Ocurre que los hermanos Rodríguez Orejuela, quienes firman el documento de marras, hicieron pública de igual manera una comunicación en la que narran los hechos y expresan que se trató de un chantaje del entonces presidente Pastrana, quien estaba metido hasta los tuétanos en los hechos criminales asociados a los contratos muy sonados de Dragacol y Chambacú, en los que se abudinearon también millones de dólares, como es costumbre en este país.

La paranoia de Pastrana se centraba en que había una conspiración entre los narcos presos y sus enemigos políticos para destapar el escándalo.

La presión de ser extraditados, obligó a los dos narcos a redactar el documento con el que, según ellos, Pastrana amenazó a su vez a Samper y a Serpa para que se callaran en torno al tema de Dragacol y Chambacú.

Ahí están pues los protagonistas y los objetivos cumplidos: nadie volvió a hablar de ese caso de corrupción de la década del 90, todo el mundo estaba callado, incluido el expresidente Samper y, de repente, con su pastranazo, Andrés logra revivirlo todo y demostrar que en este país acanallado por el crimen, los presidentes tienen diálogos ininterrumpidos con las mafias y que estas se desenvuelven como peces en el agua por los pasillos turbios del palacio presidencial.

Les creo a los Rodríguez Orejuela, pues a estas horas de sus tristes vidas, no tienen nada que perder, ni que ganar.

Es urgente que todas esas bandas criminales, sus apellidos nefastos, sus agentes y testaferros, sus patrañas políticas, sus elecciones espurias, sus agentes en los organismos de control, todos ellos, sean despojados del poder al que se aferran. No perdamos la esperanza…

Compartir

4 respuestas a «¡El último de los pastranazos!»

Solo Gustavo Petro sería capaz, como lo empezó a hacer en Bogota cuando fue alcalde, de romper las mafias de la contratación pública en Colombia. Alejandro Gaviriaa y Sergio Fajardo son muy bien educados y de muy buenas maneras para eso, hasta terminan llevándosela muy bien con los delincuentes de cuello perfumado.

No nos engañemos Fajardo y Alejandro Gaviria son de la misma catadura su paso por la academia no los salva de ser de la misma entraña corrupta.

No nos engañemos Fajardo y Alejandro Gaviria son de la misma catadura su paso por la academia no los salva de ser de la misma entraña corrupta.

Los comentarios están cerrados.