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¿En dónde está la bolita?

El efecto “despolitizador” del predicamento en torno al saber y la competencia, es que, al objetivar el fenómeno político, se busca rodear a las decisiones políticas de un aura de evidencia incontestable, de verdad absoluta “y allí en donde solo existen verdades absolutas no hace falta la deliberación democrática”.

Por Alberto Morales Gutiérrez

Es una escena de esos juegos de feria que se vivían en épocas remotas y que se repite hoy en videos divertidos de las redes sociales: Un personaje muy habilidoso esconde una bolita en una de cuatro tapas o recipientes menudos, exactamente iguales. Lo hace delante de todos los asistentes que lo rodean en el “espectáculo” que va a protagonizar. Una vez todos saben en cuál de las tapas está la bolita, el personaje empieza a moverlas a gran velocidad, hasta lograr que nadie sea capaz de identificar con certeza la tapa “premiada”. Los observadores se han concentrado en la tapita señalada, la han seguido a lo largo de todos los movimientos e indican, casi con certeza, la que consideran que es la que guarda la bolita. El personaje la destapa y, oh sorpresa, ¡no está la bolita!

En épocas electorales las bolitas son las candidaturas. Las encuestas, los medios, los algoritmos, nos muestran la bolita ganadora, pero ocurre casi siempre que esa bolita alrededor de la cual hay tanta certeza, termina desaparecida, está en otra tapa.

Algo está pasando con la política.

Uno de los más recientes textos de Daniel Innerarity hace referencia a un fenómeno creciente, del cual estamos siendo testigos en los últimos años: La obsesión por entender los conflictos políticos en particular y los asuntos políticos en general, como cuestiones “del saber y del ser competentes”. De allí que, según plantea el autor, haya prosperado la construcción de una especie de lugar común para la interpretación de los problemas de la democracia, en el sentido de atribuirle sus fracasos “a la ignorancia de la gente y a la incompetencia de los políticos”

Es tanto como concluir que la pobre gente no sabe en donde está parada y los políticos son unas rémoras, unos incompetentes.

Su predicamento lo lleva a hablar del “populismo epistémico” que Innerarity explica como la tendencia a profesar una fe ciega en el “conocimiento científico”. Y entonces se hace entender cuando explica que tal “fe” hace creer a este tipo de analistas que la política puede ser disuelta en los datos, las cifras, las evidencias y el saber experto.

Va más lejos en su análisis crítico cuando destaca que la “epistemocracia” sería

algo más abstracto que la “expertocracia”, porque no se refiere al poder de un grupo de actores sino de una idea bien controvertida: la idea de que las diferencias políticas se resuelven mediante el conocimiento.

¿No recuerda usted la cantaleta creciente de los expertos, analistas, politólogos, encuestadores, columnistas, insistiendo en que las ciudades, los departamentos, los países y los partidos, lo que necesitan son “gerentes”, profesionales que lo sepan todo, que lo puedan todo, que estén capacitados para todo?

Se pone usted a reflexionar y termina dando la razón a Innerarity, pues esta tendencia refleja – nos dice – la nostalgia de una política sin intereses, donde todo se resolviera con objetividad, evidencia científica y consenso de los expertos.

¿Qué nos estarían proponiendo, finalmente, estos nuevos genios del análisis? que la política ya no consistiría en organizar mayorías y forjar compromisos para resolver temporalmente las divergencias de valores e intereses, sino en identificar quién es la persona que más sabe o está más calificada.

Esta intención no carece de perversidad. Se trata de darle paso a un viejo sueño que, bajo la apariencia de una propuesta de “racionalización de la política”, lo que pretende es precisamente despojar a la política de todo lo político que anida en ella, que no es nada diferente a la gestión de intereses en conflicto, la toma de decisiones con un saber insuficiente y el esfuerzo por lograr compromisos sostenibles.

Recalca que esa concentración en “el saber” nos distrae así de lo que constituyen propiamente los problemas políticos: valores, intereses e ideologías divergentes.

El efecto “despolitizador” del predicamento en torno al saber y la competencia, es que, al objetivar el fenómeno político, se busca rodear a las decisiones políticas de un aura de evidencia incontestable, de verdad absoluta “y allí en donde solo existen verdades absolutas no hace falta la deliberación democrática”.

Es fácil comprender entonces las intenciones de quienes manejan la bolita.

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