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Entre ovejas podridas y manzanas descarriadas…

Cubrir desde lo más alto del escalafón de esas organizaciones, matizar, esconder esos excesos, no es defenderlas sino contribuir a su destrucción. Por el contrario, la denuncia desde adentro, el castigo ejemplar, terminarían fortaleciéndolas, pero tal vez el castigo ejemplar puede operar como un bumerán que las descabece.

Por Alberto Morales Gutiérrez.

Hay dos frases recurrentemente utilizadas para justificar esos excesos diarios que se cometen en todas partes del mundo, por quienes tienen el poder: “la defensa de las instituciones”, “la amenaza a las instituciones”.

Esa obsesión por sacralizarlas tiene un objetivo específico: el de revestirlas de un halo de perfección, para que sean percibidas como infalibles en sus decisiones, invaluables, justas, eternas, inapelables. Características que, de contera, también puedan cubrir a quienes las dirigen y las orientan.

Olvidan, con evidente mala intención, que las instituciones no han existido desde siempre, que son creaciones de las sociedades y que van mutando en la medida en la que las sociedades mutan. Eso explica que las haya de todo tipo: públicas, privadas o mixtas. Las hay políticas, académicas, legislativas, educativas, religiosas, militares, económicas, financieras, en fin.  

En tanto organizaciones sociales, todas están inspiradas en el cumplimiento de un objetivo que se trazan quienes las integran. El objetivo, la creencia que las anima, exige que haya siempre un grupo encargado de su dirigencia y coordinación, para “fijar los pasos a seguir y mantener sincronizados los esfuerzos”.

Hay, por estos días, dos instituciones conmocionadas por escándalos que, aunque se han convertido en una especie de sello identitario de su accionar, quieren defenderse con el estribillo de que se trata de acciones individuales, desviaciones de miembros indisciplinados que no actúan en consecuencia con su doctrina, ovejas descarriadas o manzanas podridas que no representan el espíritu de esos establecimientos. Se trata de la Iglesia católica y de las Fuerzas Militares.

En la una, los casos de pederastía que involucran a centenares de sacerdotes protegidos por sus jerarquías; en la otra, los falsos positivos, torturas y asesinatos cometidos por, o a instancias de comandantes, oficiales, suboficiales y soldados, que quedan en la impunidad.

Las dirigencias de ambas, en vez de actuar en consonancia con la doctrina que las inspira, hacen de la complicidad con el actuar criminal de sus miembros, un verdadero atentado contra la institucionalidad que dicen defender.

Cubrir desde lo más alto del escalafón de esas organizaciones, matizar, esconder esos excesos, no es defenderlas sino contribuir a su destrucción. Por el contrario, la denuncia desde adentro, el castigo ejemplar, terminarían fortaleciéndolas, pero tal vez el castigo ejemplar puede operar como un bumerán que las descabece.

No es violando menores y pervirtiéndolos, como se “recorre el camino espiritual hacia Dios”, ni asesinando inocente o masacrando opositores como “se resguarda la vida de los ciudadanos y se defiende a la nación”.

Monseñor Ricardo Tobón Restrepo, arzobispo de Medellin, es patético. No ha entendido cuál es la sociedad en la que le tocó vivir. Se asume como un príncipe de la iglesia medieval, un Cirilo intocable e inmaculado.

Son evidentes las malas mañas que ha practicado sin descanso para desprestigiar al periodista Juan Pablo Barrientos quien, con seriedad, método y eficiencia, ha logrado desmadejar el entramado de abusos, violaciones y comportamientos atroces, protagonizados por casi un millar de sacerdotes de esa arquidiócesis. Tobón se ha hecho el de la vista gorda ante las órdenes de los jueces y ha pretendido ocultar con la mano lo que la gran mayoría de la sociedad ya empieza a entender: que es uno de los dirigentes mercachifles de esa organización que, amparada en el fervor de sus feligreses, enriquece a sus jerarquías y orquesta “una red de pederastía internacional”.

Cuando el pasado 25 de agosto hizo el simulacro de entrega de los archivos referentes a los casos denunciados, no solo incumplió la orden dada por la Corte Constitucional, en tanto solo dio a conocer documentos de 36 de los 915 sacerdotes comprometidos en estos hechos, sino que se deshizo en acusaciones al periodista por sus “ataques injustos e inaceptables”. Insistió en esa frase que ya genera hilaridad: aprovechándose de hechos aislados, pretenden desacreditar a todos los obispos y sacerdotes y destruir toda la obra de la Iglesia”.

Diría uno que la dimensión de las “ovejas descarriadas” incluyendo desde luego obispos y cardenales  ha llegado a unos niveles tales, que la Iglesia católica parece destruirse sola.

De manera coincidente, las Fuerzas Militares y su predicamento de las manzanas podridas, no excluyen los abusos sexuales y violaciones recurrentes, la particular saña con las mujeres indígenas y las dirigentes sociales. Al igual que la Iglesia católica, las Fuerzas Militares se apresuran a individualizar los hechos. Los crímenes son cometidos por sujetos específicos, no por las instituciones.

Los 6.400 falsos positivos debidamente documentados constituyen uno de los más execrables actos de barbarie cometido por gobierno alguno, por organización militar alguna. Igualmente, los abusos del ESMAD están además grabados en centenares y centenares de dispositivos móviles a lo largo y ancho del país. Los casos selectivos de sacrificios a muchachos inocentes, estudiantes, campesinos inermes, no admiten sustentación o defensa alguna. Son incontrovertibles. De hecho, ante la JEP, soldados y oficiales, incluso uno con rango de general, han hecho declaraciones que hacen inobjetable el carácter institucional del salvajismo e inhumanidad con el que se orientó la solución al conflicto interno en Colombia.

Pero no, que hablar de eso atenta contra la institucionalidad.

Pese al carácter monumental de las evidencias, el lamentable general Zapateiro expresó antes de irse que “no cree en esa cifra” por la elemental razón de que “este ejército no es un ejército de bárbaros”. Dijo también que se iba “con el honor del deber cumplido”. Así, sin sonrojarse. Muy ¡ajúa! él.

Olvidó reconocer las investigaciones que se le siguen por casos de corrupción, las presiones ejercidas a los jueces militares encargados de su caso. Tampoco hizo referencia a su expresión pública de dolor y registrada por escrito, ante la muerte de “Popeye” con quien tenía no se sabe qué nexos. Ha convocado Zapateiro, revestido de un halo de superioridad moral, a “no confundir los villanos con los héroes”.

La palabra héroes es lo que resume su visión de la institucionalidad. Como son héroes son intocables. Los héroes hacen lo que les viene en gana, el resto somos los villanos.

Hannah Arendt hizo una reflexión sobre el holocausto nazi en su texto sobre la banalidad del mal: “El problema con Eichmann fue precisamente que muchos fueron como él, y que la mayoría no eran ni pervertidos ni sádicos, sino que eran y siguen siendo terrible y terroríficamente normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones legales y de nuestras normas morales a la hora de emitir un juicio, esta normalidad es mucho más aterradora que todas las atrocidades juntas”.

Ciertamente, Tobón y Zapateiro, tanto como las instituciones que representan, son terroríficamente normales.

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11 respuestas a «Entre ovejas podridas y manzanas descarriadas…»

Excelente Alberto, bravo 👏 👏👏👏👏👏👏 Muy buena columna. Si se puede prosperar.

Así han oprimido a las personas y atacado a los que denuncian, son dos instituciones que se alimentan de la desgracia para favorecer los gobiernos y sus ideolgos.

Y los que los dirigen son patéticos. Tienen una gran capacidad de andar en zigzag, de moverse acorde al momento y a las circunstancias. Gracias Alberto por esta columna.

Gracias Juan Fernando, por leer. Esa palabra nueva me gusta porque tiene la virtud de ser, además, una definición…

Excelente escrito, ojalá lo leyeran todos los que hacen afirmaciones defendiendo la ignominia de unos y otros y pudieran ver más allá de sus creencias.

Gracias Helena, por leer. Me parece precisas tu expresión: ignominia es lo que hacen.

Gracias Helena, por leer. Me parece precisa tu expresión: ignominia es lo que hacen

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