Sí, los planos son como los ordena la academia; la fotografía y la iluminación son razonablemente bien manejadas; algunas actuaciones son francamente buenas, la edición es ajustada. Se invirtió mucho dinero en la construcción de los escenarios, sí. Es lo mismo que un escritor muy limpio que utiliza con corrección las conjugaciones verbales, también los sustantivos y los adjetivos, pero eso no le basta para redactar con acierto un texto literario. El pintor que sabe mezclar los colores, conoce el tema de la perspectiva, utiliza pinceles de alto costo, tiene, incluso, imaginación, pero es incapaz de producir una obra de arte.
Por Alberto Morales Gutiérrez
Claro que Gabriel García Márquez estaba equivocado cuando, de manera insistente, se negó a aceptar que hubiese una versión cinematográfica de su libro. En una entrevista de 1986, afirmó al periodista que la novela deja un margen de creación al lector, porque “le permite imaginarse a los personajes, a los ambientes y las situaciones, como él cree que son”. Un margen de creación que el cine no permite porque en este, la cara del personaje ya no es la que imaginabas, es “la cara que tú estás viendo. La imagen es de tal manera impositiva que tú no tienes escapatoria, no te deja la más mínima posibilidad de creación”.
La mejor manera de entender esa equivocación de Garcia Márquez es demostrarlo con un libro, una película y un director de cine contemporáneo.
Jean Jacques Annaud asumió el reto de filmar “El nombre de la Rosa”. Una tarea épica cuya preproducción se prolongó a lo largo de varios años y que, como si fuera una coincidencia cósmica, se estrenó en ese mismo 1986 de la entrevista al escritor de Aracataca.
La diferencia con el desencanto al que aludo, es que ese cineasta además de haber leído “El Nombre de la Rosa”, había sido seducido también por la erudición de Umberto Eco, por su genio. Lo había conmocionado su capacidad argumental, su poder descriptivo; había entendido su significado, sus intenciones expresas y ocultas. Annaud la leyó en 1980, cuando apareció por primera vez en las librerías; la devoró con pasión, la subrayó. Recién había cumplido 36 años en ese entonces, pero tenía, además de la sensibilidad y el talento, una certeza incontrovertible: “el arte es una mentira sublime…lo imposible solo exige más tiempo y más trabajo”.
Cuando terminó de leer la novela, sabía que él haría esa película.
Para entender la pasión de Annaud con este texto, basta conocer los detalles sobre sus requerimientos en la preproducción y en la producción de la película, que son no solo abundantes sino delirantes.
Mire cuatro ejemplos: la realización de los libros de la biblioteca implicó el encargo de manuscritos que debieron ser elaborados rigurosamente con técnicas medievales. Una de esas páginas que había sido seleccionada para unos planos específicos en el film, desapareció del set (ha de haberla robado otro apasionado del tema) y, para terminar la grabación, hubo que esperar a que los monjes copistas volvieran a dibujarla. La entregaron muchos meses después. Annaud esperó.
Los cerdos de las pocilgas de la abadía ya estaban ubicados y casi listos para grabar varias de las escenas. Entonces el asesor histórico Michel Pastoureau apuntó que en el medioevo no existían cerdos rosados sino negros. El director, aunque los animales estaban cubiertos de lodo y su color no era detectable a simple vista, no dudó en hacerlos teñir.
Las telas de todo el vestuario de los personajes fueron elaboradas y cosidas con los métodos y herramientas propias de la Edad Media. La misma exigencia hizo con el papel que iba a ser utilizado en los libros
Parece una extravagancia pero este dato relevante permite entender la rigurosidad de Jean Jacques Annaud: “hice que le removieran las coronas de los dientes y las muelas a muchos de los actores”. Su idea era mostrar encías grotescas absolutamente coherentes con las formas repulsivas que tenían en esa época, en la que no existía ninguna asepsia.
Annaud y los productores entendieron también, entre muchas otras cosas, un hecho de gran importancia: “la Edad Media es, para nosotros la verdadera protagonista. Es mucho más que el marco de la historia, es realmente su tema principal”.
En el lenguaje cinematográfico la acepción “atmósfera” está definida como la intrincada combinación de elementos visuales y auditivos creados intencionalmente por el cineasta, para establecer un tono específico que guía al espectador hacia la respuesta emocional y conceptual deseada.
Existen “atmósferas” de autor y hay también “atmósferas” que el tema exige.
Es evidente la presencia, por ejemplo, de una “atmósfera” que define el cine de Tim Burton, pero a su vez, una “atmósfera” como la lograda en el film “El Señor De Los Anillos” es absolutamente imperativa para generar una película verosímil, asociada al libro que la inspira.
“El Gran Pez”, también de Tim Burton, es un ejemplo notable de una “atmósfera” capaz de hacer creíbles y fluidas las escenas más exóticas, mágicas, bizarras y fantásticas.
Está en discusión el hecho de que una película (una serie) sobre un gran libro, deba ser una versión textual. Por el contrario, su acierto descansa en la comprensión por parte del cineasta, de lo que el autor literario pretendió con su escrito, porque es esa comprensión la que desencadena la “atmósfera”.
Para regresar a “El nombre de la Rosa” hay un detalle altamente revelador sobre el extraordinario discernimiento de Annaud en relación con lo que está haciendo. Cuando la película empieza a proyectarse y aparecen unos créditos iniciales, se lee: “un palimpsesto sobre la novela de Umberto Eco”. No dice “inspirada en la novela…” que es lo que se estila. Se trata de una presentación profundamente conceptual. Un palimpsesto es “un códice escrito sobre folios de pergamino cuya primera escritura se eliminó mediante lavado o raspado, para poder transcribir sobre ese mismo pergamino un segundo texto”. ¡Qué enorme claridad!
Annaud sabe que el secreto del reto cinematográfico asociado a una obra literaria, descansa en la interpretación del mismo; descansa en la capacidad de “reescribirlo” en imágenes sin perder de vista la perspectiva original del autor. Realmente es una traducción al lenguaje audiovisual.
Sé que he dedicado mucho tiempo a “El nombre de la Rosa” y tal vez le he aburrido a usted con todo este largo prólogo, pero siento que era necesario para permitir a quienes leen, que entiendan la desazón que me genera lo ocurrido con “Cien años de Soledad”, cuyo resultado final es para mí, lo reitero, un desencanto.
Se me ocurre empezar con ese poblado inicial en donde se desarrollan las escenas de la fiesta, de la pelea de gallos y la muerte de Prudencio Aguilar, porque él permite desentrañar los alcances tan precarios de la investigación realizada para esta serie. Digo alcances precarios, no baratos, ni ausentes.
El geólogo francés Eugène Trutat ( 1840- 1910) realizó en 1890 (la época en la que la ficción de García Márquez ubica el principio de todo) realizó – digo- un formidable recorrido por la Guajira y dejó un registro fotográfico notable que da cuenta de esa mixtura étnica que la caracteriza. Mostró su arquitectura, la diversidad de sus rostros, la manera como vestían, como vivían. Tal mixtura, diversidad y vidas no se hacen evidentes en la escenografía y puesta en escena que nos enseñan en la serie. Desconozco las fuentes que la producción de Netflix utilizó.
A su vez, Allal Ezaim, profesor de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Sidi Mohamed Ben Abdellah, Fex, de Marruecos, publicó en 1998 un estudio fascinante: “La creación de Macondo, entre el mito, la historia y la literatura”, en el que se aportan elementos decisivos para comprender el tiempo y el espacio propios de esa narración; para entender las ataduras mágicas que gravitan en su construcción, entender todo el significado de esa impronta caribeña que esclarece su propia atmósfera y brinda los rasgos identitarios de la mentalidad costeña. Una fragua de creencias y comportamientos en los que confluyen herencias africanas, indígenas y europeas. El estudio hace evidente que los presagios, la telepatía y las premoniciones, son parte inalienable de su tejido existencial.
Hay un aspecto nodal: la memoria es el hilo conductor de esta obra extraordinaria. Todo lo que ocurre en “Cien Años de Soledad” antes de ese momento crucial en el que el Coronel Aureliano Buendía se encuentra frente al pelotón de fusilamiento, ES un ejercicio de memoria, ES un recuerdo onírico previo al estertor. Pero, evidentemente, la propuesta de la serie de Netflix no entendió lo que esto significaba.
“La peste del insomnio” (que también ocurre en el recuerdo, pues hace parte de las historias anteriores al pelotón de fusilamiento) parece operar a la manera de símbolo manifiesto, visible, expreso, premonitorio para el mismo autor, sobre el significado de la vida sin memoria. No, nadie en la producción audiovisual entendió lo que significaba esta poderosa señal.
Por el contrario, esa aldea inicial de la serie está presentada a la manera de un poblado en Sonora o Tamaulipas. En ese poblado de la serie, los hombres y las mujeres todas visten igual, impecables, y pertenecen todos a una misma etnia. No hay chivos, no hay indios, no hay negros, no hay Guajira. Es la fotografía de una fiesta sin arrugas. Esta decisión escénica destroza todas las esperanzas.
Laura Mora, que dirigió tres capítulos, explicó que decidieron mostrar los hechos sobrenaturales lo mas naturalmente posibles, insertos en su cotidianidad, sin halos mágicos…sin grandes parafernalias técnicas o de post producción.
La verdad es que había que hacer todo lo contrario. Esa decisión no se compadece con la reafirmación fantástica que hace la escritora argentina Graciela Maturo: “a José Arcadio Buendía, el lugar de Macondo le ha sido anunciado por medio de una revelación onírica…y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural”
La lógica de imágenes asépticas, sin máculas, se aprecia también en esa toma de plano general que muestra a los expedicionarios de José Arcadio Buendía, cuando ya van a ajustar dos años de recorrido, avanzando en su búsqueda de la ruta al mar. En los planos medios, todos se ven impecables, ninguno está perdido ni cansado, todos de blanco hasta los pies vestidos, con bestias vigorosas, sin tedio en sus rostros, sin arrugas y sin dudas. Ni siquiera la puesta en escena de la caída de la mula por el precipicio es capaz de despeinarlos.
Y entonces Macondo se va transformando y se va convirtiendo en un pueblo próspero como sin tener la culpa. La casa grande es levantada en versión Disney, las guerras del Coronel en versión “western”, las batallas son dibujadas por las estampas de la revolución mejicana. ¿Nadie miró las fotografías de Mariano Barragán, Nazario Flórez, Zacarias Caicedo, tomadas por los tiempos de “La Guerra de los 1000 días”? ¿Nadie miró las fotografías de Guadalupe Salcedo, para apreciar cómo se vestían y lucían sus armas, nuestros campesinos rebeldes?
Sí, los planos son como lo ordena la academia; la fotografía y la iluminación son razonablemente bien manejadas; algunas actuaciones son francamente buenas, la edición es ajustada. Se invirtió mucho dinero en la construcción de los escenarios, sí. Es lo mismo que un escritor muy limpio que utiliza con corrección las conjugaciones verbales, también los sustantivos y los adjetivos, pero eso no le basta para redactar con acierto un texto literario. El pintor que sabe mezclar los colores, conoce el tema de la perspectiva, utiliza pinceles de alto costo y tiene, incluso, imaginación, pero es incapaz de producir una obra de arte.
Esta versión audiovisual de “Cien Años de Soledad”, registra – es cierto- los elementos de esa historia monumental: hay una familia, hay un pueblo, unos gitanos que lo visitan, unas amistades, unos conflictos, un cura que vence la ley de la gravedad, un erotismo galopante. Una versión que es capaz de repetir – incluso- lo que hacen muchos de los protagonistas de la obra literaria y, ya a través de un narrador o en los diálogos, también es capaz de insertar frases textuales de la novela de García Márquez; pero no están ahí ni el ámbito, ni la atmósfera, ni la magia exuberante, ni el halo, ni la intención, ni las claves expresas y ocultas de esa obra extraordinaria.
Tal vez lo único que queda claro en este desatino, es la asombrosa capacidad de los hermanos García Barcha para hacer negocios lucrativos con la memoria de su padre, en una especie de manoseo sin piedad que se mueve en dirección contraria a lo que el escritor pensaba. Allá ellos.
También se hace evidente el amor irrenunciable que tienen por México y todos sus símbolos. Están en todo su derecho.
20 respuestas a «Ese desencanto audiovisual con Cien Años de Soledad…»
Ya se veía venir esa parafernalia de los hermanos por lucrarse de la memoria desaprovechada del escritor con tanta rimbombancia publicitaria hasta en la sopa y en los paraderos de buses.
Hola Juan. Tengo la impresión de que los hermanos García Barcha van a exprimir hasta el cansancio el filón de sus vidas. Gracias por leer.
Gracias, Alberto, por evitarme el desencanto. Atinada reflexión.
Muchas gracias Willian. Un abrazo
Alberto,
debemos partir analizando la perspectiva bajo la cual se empieza a traducir la obra literaria a obra audio visual.
La capacidad y madurez del pensamiento europeo (del cual algunos nos sentimos admiradores) permite observar en detalle el diálogo que ocurre entre personajes y entorno, algo completamente anulado por la perspectiva norteamericana farandulera en donde se busca el efecto inmediato solamente por medio de luces y sombras y contrastes.
Se utilizaron los medios y las interpretaciones propias del cine papel higiénico propios del ideario actual donde hasta la inteligencia es artificial ( ósea que proviene de artificio cómo truco de magia..) y no real en completo contraste con aquella otra forma de traducción clásica que refieres.
Eso me hace pensar que la realidad finalmente alcanzó a esa obra y la hace caer en el sitio al que pertenece cómo parte del mundo desechable e intrascendente al que tanto temía el autor.
Que se podía esperar de una perspectiva hollywoodense en donde el éxito se mide en dólares y nó en calidad..?
No había pensado en eso, Eduardo. No dudo que la perspectiva mercachifle lo sesga todo. Gracias por leer y comentar.
Lástima que la serie de Netflix le robe a quienes no han leído Cien años de soledad la posibilidad de disfrutar de tanta belleza literaria.
Hola Willian, estoy de acuerdo contigo. Mucha gente verá la serie y creerá que leer el libro ya no será necesario. ¡Un crimen!. Abrazo agradecido.
Perdóname Alberto pero no pude evitar complementar lo tuyo con lo que he empezado a escribir faltándome por ver los otros capitulos. Ha sido tanta la indignación…
UN MACONDO QUE NO LLEGA A LOS DIEZ AÑOS
Estoy terminando el cuarto capítulo y me parece insípida, sosa, manida, pegada, aburridora y lo que es peor: presuntuosa. Gran escenografía, hermosa fotografía, pero pésimo trabajo actoral, roles sin alma, frenados, mustios, poseedores de un silencio que habla de una pésima dirección, de una adaptación al texto avergonzada, bisoña, no tiene el encanto ni la energía, ni menos la poesía del realismo mágico, la atmósfera de la obra no aparece por ningún lado. En la obra de GM lo menos importante es la trama, la poética de la intimidad de unos personajes sumidos en el trópico más vivaz nunca aparece en la adaptación televisiva, es más, amputa toda la luz de la vitalidad en aras del escenario. Los actores parecen recién llegados de sus casas recién bañados y puestos sus disfraces prestos a entrar en escena, como en una comedia de colegio: a la una, a las dos y a las tres! Sin alma, sin ganas, confusos, pésimos. Un guión simplista, resumido, unos diálogos precarios de ahí la ayuda del narrador que no conmueve,no convence.
GM no debe estar revolcándose en la tumba, simplemente no le interesó.
Otra cosa fue “El Amor en los tiempos del Cólera… fue tan buena que no hubo necesidad de mostrar el mar…
No hombre, ni más faltaba. Este es un foro libre. Muchas gracias por leer y comentar.
Excelente crítica a una obra maestra que la han convertido en una mediocre serie televisiva. Si García Márquez estuviese vivo cogería a garrotazos a sus hijos por irreverentes. Para mi concepto, yo calificaría está serie con un 3 de 10.
Hola Eduardo. No alcanzo a explicarme los comportamientos de los hermanos Garcia Barcha con la memoria de su padre. Me parece sorprendente. Gracias por leer y comentar.
Razón tenía GGM, en no aceptar que hubiese una versión cinematográfica de su libro.
Hola Olmedo. Muchas gracias por leer y comentar.
Gracias, Alberto, por esta discusión. Mi desánimo fue tal, que no alcancé a ver la serie más de diez minutos. Hería el sentimiento de admiración que tengo por la narración de GGM.
Hola Julio César, muchas gracias por leer y comentar. Sentí como tu un desánimo que no podía explicar. Vi todos los capítulos para encontrar la explicación que resumo en la columna.
A mis 73 años de edad había leído en tres oportunidades y edad diferente , la obra que presentó Netflix. Acabo de ver la serie en 2 días. Y desde el primer capítulo comencé a sentir un sentimiento de disolución que se arraigó más al ver los 6 capítulos.
Veía una caricatura de la novela hasta tal punto que leeré de nuevo la obra, para recuperar el encanto de su fluida prosa.
Es un irrespeto de los hijos este atentado contra la máxima obra de G.G.M.
Están en su derecho ? No.
Hola José. Cuentas con toda mi solidaridad frente a tu frustración. Fue lo mismo que yo sentí. Hice referencia a que los Garcia Barcha están en todo su derecho a estar tan comprometidos con la cultura mejicana. Virtualmente son de allá.
Yo amé la lectura de Cien años de soledad, no fue fácil, no es un thriller, y ciertamente no pienso ver la película ni recomendarla.
Es lamentable para la humanidad el permitir dejarse manipular por los creadores de imágenes y perder el gusto por la lectura.
Bradbury lo escribió y antes lo plasmaron Los protocolos de los sabios de Sión.
Adonay, hola. Muchas gracias por leer y comentar.