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“GENTE PELIGROSA” DE PHILIPP BLOM: UNA MIRADA REBELDE Y REBELADORA SOBRE LA ÉPICA DE “LA ILUSTRACIÓN”

Por: Alberto Morales Gutiérrez

Originalmente publicada en : REVISTA GENERACION
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Fecha: Publicada en _ de _

Aunque también ha escrito algunas novelas, este alemán nacido en Hamburgo en 1970 es por sobre todo un señor historiador, agudo, minucioso, disruptivo.

La primera edición de su libro “Enciclopedia” fue en el año 2004 y la versión en español, bajo el sello de Anagrama, se hizo en el 2007. Da envidia buena ver que, con tan solo 34 años de edad en ese momento, Philipp Blom haya escrito un libro de tan enorme dimensión conceptual y tan profunda contundencia, que permite entender no solo la épica de Diderot, D’Alembert y el formidable equipo de inteligencias que los acompañó en su gesta, sino cómo esa enciclopedia, sin ser la primera editada, protagonizó según el mismo Blom: “el triunfo de la razón en tiempos irracionales” 

“Gente peligrosa” editado en inglés en el 2010 y en español en el 2012 por el mismo sello editorial, aborda el tema del “radicalismo olvidado de la ilustración europea” y logra no solo rescatar a una serie de personajes decisivos para esa gran batalla humanística, sino que, como lo expresa Mike Rapport “cuestiona la jerarquía oficial del Panteón de la ilustración” (The Globalist. 2010)

Personajes de la vida real.

El eco de la historia nos brinda siempre figuras cuyas imágenes están “consolidadas”. El recuerdo de quienes recibimos ese eco pareciera “estancarse” y entonces toda la idea que tenemos de esos seres humanos impide que los miremos en una perspectiva diferente a la de su pedestal. Las figuras históricas operan como esculturas refinadas. Es un fenómeno que atrapa incluso a las biografías y que nos dificulta entender que esas estatuas tuvieron los agobios, alegrías, amores, mezquindades y temores propios de la vida misma.

Philipp Blom tiene en su narrativa la virtud de entregarnos personajes profundamente humanos, cuyas debilidades y grandezas son verosímiles y se entrecruzan con su entorno para recibir finalmente el abrazo de la historia.

Da gusto descubrir a un joven rebelde y anárquico como Francois Marie Arouet cuyos mordaces e irreverentes escritos le generan un temprano destierro del París de 1716. Da gusto, digo, ser testigo de su regreso en 1717, ver como de nuevo es sancionado con un año de cárcel en La Bastilla porque se niega a callar sus sátiras impertinentes, y entender finalmente su transfiguración en Voltaire, el nombre con el que el joven Francois Marie terminó ascendiendo al cielo eterno de la ilustración. 

Ese Voltaire terrígeno fue capaz, por ejemplo, de entender los errores matemáticos del diseño de la Lotería Nacional de ese entonces, cuyo asombroso primer premio era mucho más voluminoso que la suma del valor total de todos los boletos en venta. Voltaire los compró casi todos (Francois Marie ya era un hombre muy rico) y se lo ganó desde luego, multiplicando irracionalmente su fortuna.

Ese Voltaire ya era un nombre deslumbrante en 1728, cuando otro muchacho, hijo de un próspero maestro cuchillero de la pequeña ciudad de Langres y con apenas 15 años de edad, llegó a París con el objetivo de hacerse sacerdote. Se trataba de Denis Diderot: “un niño brillante y afable, agudo y sociable”

Mucho más pequeño que los otros dos, otro niño de origen alemán y con escasos cinco años llegaba también a París en la misma fecha, de la mano del barón Franz Adam d’Holbach, su tío, quien decidió “adoptar a su inquieto sobrino, llevarlo a la más grande de todas las ciudades y darle la mejor educación que el dinero podía comprar”. Se trataba de Paul Thiry d’Holbach a quien Philipp Blom rescata para la historia.

Apenas un año menor que Diderot, en 1712, nació en la “orgullosa, independiente y calvinista ciudad-república de Ginebra, al otro lado de la frontera francesa”, el hijo de un relojero a quien la historia conocería como Jean Jacques Rousseau.

Personajes y personajes

Y entonces las vidas de estos hombres empiezan a entrelazarse de manera extraña y fascinante, en medio de un entramado de circunstancias en las que aparecen protagonistas como Julien Offray de La Mettrie, cuyo materialismo epicúreo ya escandalizaba su entorno: “si no hay alma, ni Providencia y ninguna posibilidad de averiguar si existe un Dios, entonces solo quedan nuestras sensaciones…”

Y también la influencia de Pierre Bayle quien con su “Diccionario Histórico y Crítico” editado entre 1696 y 1705, abrió los ojos a los pensadores de la siguiente generación y dejó una influencia tan notable, que de él dijo Voltaire que fue el “mayor maestro en el arte de razonar”.

Tanto Diderot como Rousseau quienes habían sido educados en la fidelidad de la Iglesia y pretendieron ser curas en sus primeros años, quedaron deslumbrados con la contundencia argumental de los textos de Bayle quien, a través del análisis de los hechos, los llevó a concluir con él que “ser cristiano no conduce necesariamente a una vida virtuosa”.

Y ahí están Fiedrich Melchior Grimm un bisexual seductor y entretenido de inteligencia sobresaliente, la escritora Louise d’Épinay, que tuvo que morirse para que sus escritos empezaran a vivir y la influencia del portentoso Baruch Spinoza, quien había fallecido 50 años antes, y también David Hume un escocés exquisito que, con su inocente apariencia de monje benedictino, era dueño de un radicalismo subversivo y, como no, David Garrick el gran actor y empresario londinense, si, Garrick, el del poema mañé de don Juan de Dios Peza. 

Todos estos y otros más, integran un universo de personajes que se entrecruzan, que hablan, que coinciden, que vibran, que viven y piensan para protagonizar uno de los más sublimes capítulos de la historia del pensamiento. Ciertamente, gente peligrosa.

Cada quien en su sitio

Pero Blom no se deja deslumbrar. Los estudia, los disecciona, los analiza y nos deja mirarlos sin maquillaje, tanto en su dimensión humana como en su irrenunciable brillantez. 

Así, Voltaire, que estaba exiliado en Suiza y tenía a través de sus corresponsales y corifeos una notable influencia sobre el pensamiento que se agitaba en las tertulias de París, empieza a intuir que el grupo de Diderot y d’Holbach no está bajo su férula. De hecho, los artículos que le encargaron para La Enciclopedia eran sobre temas de poca importancia. Siente que su brillo puede ser eclipsado por un grupo de pensadores que eran no solo más jóvenes sino decididamente más radicales y entonces decide marcar distancias. Convertido en un pensador y político de resonancia, pero además en un exitoso empresario “sabía que era inútil adoptar una postura tan marcada contra los grandes poderes”. Desapareció el rebelde Francois Marie y se abrió paso el pusilánime.

Rousseau se desvela como un enfermo, inseguro, con delirio de persecución. Su magnífica inteligencia era auto-reducida por el hecho de que no tenía una formación filosófica formal, sabía muy poco de latín y nada de griego. Es evidente que desarrolló frente a sus amigos una especie de complejo de inferioridad.

Su amistad íntima con Diderot se transmutó en una aversión creciente a él y a todos quienes lo rodeaban, de manera tal que la pasión de ellos “por la cultura, el debate y el conocimiento parecía expresar sus ideas más pesimistas sobre la corrupción intrínseca de la sociedad”.

Tanto a Voltaire como a Rousseau, con diferentes condiciones y matices, los separó del grupo de Diderot y de d’Holbach el hecho de que estos concebían un mundo sin Dios que no encajaba con la “fe instintiva” de aquellos.

Para la historia, las luminarias fueron los dos primeros, en tanto su discurso edulcurado daba cuenta de que “los sentimientos sanos y la religión eran esencialmente lo mismo”. La metáfora del relojero que, según Voltaire, había creado el mecanismo del universo y de la humanidad de acuerdo con su razón divina, fue “comprada” por las multitudes.

Las ideas morales de Diderot y d’Holbach solo resucitaron un siglo después, en la segunda mitad del siglo XIX. Su radicalismo ilustrado apenas empieza a ser entendido.

Paul Thiry d’Holbach el nuevo héroe.

El Barón d’Holbach hizo mucho más que escribir cerca de 3.000 artículos para La Enciclopedia, montar en su casa una colosal biblioteca científica, convertir sus salones en un museo de la mineralogía y dedicarse a la lectura, a la escritura y al estudio como un obseso, sino que creó todas las condiciones para institucionalizar en su palacete, unas reuniones que se convirtieron en el epicentro del radicalismo ilustrado del París de la segunda mitad del siglo XVIII. 

El salón d’Holbach en donde la buena mesa y la bebida brillaban también con luz propia (su chef era antológico) se convirtió en el momento mágico de la lucidez del pensamiento en la historia de occidente. Toda la inteligencia conocida pasó por allí y deliberó allí.

Para Philipp Blom, d’Holbach fue no solo el hábil constructor de un edificio filosófico bien equilibrado, sino uno de los hombres más valerosos e intelectualmente lúcidos y clarividentes de ese siglo.  

Leer este texto es una aventura fascinante que deja huella, porque no escatima en anécdotas y argumentos que recrean la consistencia de esa epopeya humanística que contribuyó a la transformación del mundo conocido. Un humanismo que clama por volver a empezar…

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