Por Alberto Morales Gutiérrez
No hay adjetivo, ni objetivo, ni causa que justifique aniquilar a otro ser humano. No hay guerras “justas”, guerras “necesarias”, guerras “santas”, causas “nobles”, que puedan exhibirse como argumentación en defensa de cualquier guerra.
Eran los años setenta del siglo pasado y, allá en Manizales, apareció un “nadaista” por esas calles frías y estrechas de la época, recitando sus poemas a todos aquellos que los quisiéramos escuchar. Lo hicimos. Decían que había llegado de Medellín y que se llamaba “Mario el malo”.
Quise saber de él por estos días e indagué en varias fuentes. Primero en Google, después en antologías nadaistas, mas tarde en un listado con tono “oficial” elaborado por Jotamario Arbeláez, después en notas de prensa antiguas, y nada, “Mario el malo” no aparece por ninguna parte.
Lo menciono, porque recordé hoy uno de sus poemas que, no solo memorizamos sin dificultad, sino que verbalizábamos cada vez que nos enfrascábamos, aún siendo niños, en discusiones libertarias.
“Hablando de la guerra,
Dijo el pajarito a su mamá:
Madre,
Préstame la cauchera
Que me voy a matar niños al parque”.
Como ocurre que, transcurridos casi cincuenta años, la guerra está ahí y no se acaba sino que se extiende (ya hay, de hecho, guerras en los cuatro puntos cardinales y hay, también, guerras más mediáticas que otras) nadie puede evitar que se presenten dos fenómenos concomitantes: que se hable mucho de la guerra por estos días y que, adicionalmente, la inmensa mayoría de la gente tienda a tomar partido por uno de los bandos.
Es en este sentido que pienso que el poema, de alguna manera, nos ubica.
Lo objetivo es que la historiografía se ha encargado de nutrir los argumentos de la guerra. Observe usted que esta tragedia humana que se está viviendo en Israel y en la Franja de Gaza, tiende a ser justificada por cada bando en conflicto, con el argumento de los “antecedentes históricos“, los que la historiografía relata, los antecedentes que están escritos, los que se constituyen como “pruebas”.
La “ciencia” de la historia escrita es relativamente reciente. Empieza a configurarse apenas cuando aparece la escritura, hace unos 5.000 años. Visto en perspectiva, es un tiempo relativamente corto si se considera el hecho de que el recorrido de la especie humana se inició hace más de 170.000 años. No es posible negar que antes que los orfebres y escritores que dejaron su impronta en las tabletas de Uruk, a orillas del río Éufrates, la historia también existió, solo que nadie puede saber a ciencia cierta, cómo ocurrió.
La inolvidable Gerda Lerner hace una consideración muy importante, en el sentido de que, desde la época de las listas de los reyes de la antigua Sumer en adelante, los historiadores, ya fueran sacerdotes, sirvientes del monarca, escribas o clérigos, o ya una clase profesional de intelectuales con formación, hicieron su trabajo seleccionando los acontecimientos que había que poner por escrito e interpretándolos a fin de darles un sentido y un significado.
Es esa interpretación la que ha hecho que múltiples pensadores hayan confluido en afirmar que “la historiografía compete al arte de la guerra”. Michel Onfray habla de que al escribir la historia de cada guerra, al relatar cada batalla, las informaciones que se registran son gestionadas. Se miden las correlaciones de fuerza, se piensa en qué se calla, en qué se silencia. Hay intención en la manera como se subraya la evidencia, a la hora de determinar quién es el vencedor y quién es el vencido. La conclusión es más que relevante: “la historia es débil con los ganadores y despiadada con los perdedores”.
¿Cómo se le hace la guerra a la guerra? ¿Qué decisión tomar frente al absurdo del combate, la sangre y la muerte?, ¿cómo demostrar que no existe nada ni nadie que justifique guerra alguna?
Hay múltiples rutas a elegir, ninguna más importante o poderosa que la otra, pero bien vale la pena reflexionar en la posibilidad de escoger alguna.
Tito Lucrecio Caro, en la antigua Roma, convocaba por ejemplo, a asumir una mitología laica, en el supuesto de que son los dioses y los amos quienes con sus llamados, consignas y creencias, convocan al combate y a la muerte. Habla de “una odisea marcial contra todo lo que impide gozar y en consecuencia, vivir: una odisea contra los temores, los miedos, las ficciones, las fábulas…”
Epicuro y Aristipo de Cirene, precursores del hedonismo y en quienes se inspiró Lucrecio, afirmaban la necesidad de terminar con el cielo, de bajar el cielo a la tierra, para poder arrasar con las supersticiones, para derrumbar a los ídolos que son, también, fabricantes de guerras y cultores de la muerte.
Anaxágoras y Empédocles, con el eclecticismo, alertan sobre los estragos que genera la posesión de “la verdad” y convocan a abrir la mente a la reflexión sobre ideas diversas, sobre extraer de los postulados aquellos aspectos que no atentan contra la inteligencia. No solo fueron teóricos de la conciliación, sino que vieron en la construcción de las “doctrinas”, amenazas latentes que desencadenan fanatismos y son combustibles de la guerra y de la muerte.
Immanuel Kant en el siglo XIX convoca al sentido común, al juicio reflexionante y a la experiencia, a lo empírico, para entender que, es en la vida en donde subyacen tanto la moral como la estética. La vida es lo genuinamente trascendente.
No es en la guerra, ni en la barbarie de la aniquilación de otro ser humano, en donde descansa “lo bueno y lo útil” a que se refiere Nietzsche.
No hay adjetivo, ni objetivo, ni causa que justifique aniquilar a otro ser humano. No hay guerras “justas”, guerras “necesarias”, guerras “santas”, causas “nobles”, que puedan exhibirse como argumentación en defensa de cualquier guerra.
No hay camino diferente al de reconstruirnos éticamente. Frente al escenario de horrores del mundo contemporáneo, solo la ética ofrece una posibilidad. Este mundo de hoy nos urge a trabajar juntos por un Proyecto Humanidad en el que la ética nos salve.
16 respuestas a «Hablando de la guerra…»
Prohibido olvidar. Un pueblo que oprime a otro pueblo no es un pueblo libre.
Muchas gracias por leer, Wilmar. Muchas gracias por comentar.
La guerra está en todos y cada uno de los seres humanos, mirense detenidamente…
Eduardo, gracias por leer. Pienso que la guerra es una tragedia. Me niego a asumirla como consubstancial en nuestra especie.
La Historia de la Humanidad está marcada por guerras, el odio, la perversidad, la mezquindad y las Pasiones más bajas del llamado ” Hommo Sapiens “. Pareciera que hace parte de lo más profundo del ser. Soñamos con lo imposible, la Paz Universal. La Paz , igual que el Paraíso o el llamado Infierno, es , en parte una construcción de si mismo.
Hola Luis Fernando. Gracias por leer. Hay que construir nuevos círculos virtuosos.
Hola Alberto!
Mucho recuerdo que en el ambiente nadaista se hablaba de “Mario el malo”. No lo conocí, pero Miguel mi amigo poeta en el colegio lo mentaba cada rato.
Referente a la guerra, te respondo con esto que escribí hace poco:
ESPECIE MALDITA
Por: Juán Fernando Uribe Duque
¿Han visto las escenas de la guerra? ¿Han visto como tienen los hermosos barrios de Kiev? Los colegios, los asilos y los hospitales? ¡destruidos! En Gaza empujan y golpean a las mujeres y los niños heridos, descalzos, llorando… y todos esos soldados estuvieron en una sinagoga o en un templo ortodoxo dándose golpes de pecho y haciendo genuflexiones. Pura mierda. Maldad es lo que destilamos. Los campos de concentración, los desbarrancaderos de los espartanos donde arrojaban a los más débiles, los empalamientos masivos, las masacres con Napalm en Vietnam sobre las aldeas campesinas indefensas, los bombardeos en las noches sobre las ciudades alemanas o sobre Hiroshima y Nagasaky, las masacres paramilitares en Colombia, en Cambodia, los desplazamientos y el despojo, el robo de las tierras a los campesinos y la humillación en los reclamos, la indiferencia y la ironía al confesar los crímenes, el querer perpetuar la guerra para ocultar los delitos, la manipulación, la mentira y el insulto, el robo de los bienes públicos, el racismo, la segregación, la pederastia entre quienes se llaman así mismos “hombres de Dios”, la tortura, la degradación de la mujer, el machismo perverso, el adulterio, la corrupción perfumada, la doble faz y la guerra abierta como expresión grotesca, como campeona de la podredumbre y el enseñoramiento de nuestra apestosa condición humana vil y abyecta.
No tenemos presentación, nuestro teatro ha sido y será el de la infamia y el horror. Todos los logros de la especie humana para adaptarse a un planeta lleno de belleza fueron para envenenarlo y envenenarnos. Pura ponzoña con poses de sabiduría y bondad.
Muchas gracias por leer, Juan Fernando. Qué bueno saber de ese poeta. Muy buena tu reflexión.
Alberto, gracias por compartir sus reflexiones, en el pasado reciente leí también avances suyos sobre el ordenamiento territorial. Sobre la guerra, hay autores que afirman que es es una constante de la humanidad, que hay treguas, algunas que duran meses, otras años, y la mayoría de ellas se documentan y registran en la historia. No pasa lo mismo con las expresiones de paz entre los pueblos, falta que hace esta manera de abordar la conflictividad humana. Lo que pasa, ha pasado y no sabemos hasta cuándo continúa, entre palestinos e israelíes, es una expresión de la insensatez humana, en una tierra que llamamos santa. Esta confrontación entre hermanos es una expresión de la barbarie mandada a hacer por líderes del mundo que pretenden demostrar su poder desde la distancia.
Lo dices muy bien Daniel. Todo es una insensatez. Gracias por tu lectura y comentario.
Había un avestruz que no quería ver, ni oler ni oír el horror de afuera. Es mejor enterrar mi cabeza y vivir allí con tranquilidad. Hasta que llegó un cazador e hizo con su cuerpo visible un sancocho.
Es muy buena tu alegoría Hugo. No podemos esconder la cabeza y quedarnos quietos frente a esta crisis ética.
Las guerras, todas, son una calamidad que no dejan sino desolación y muerte, y, son aún peores, cuando son guerras de imposición de una gran potencia militar contra un pueblo inerme como en el caso de Israel, apoyado por la Primera Potencia Mundial, contra un pueblo sin ejército como lo es el pueblo palestino. Hamás no representa a la nación palestina y no son más que otra calamidad para ese sufrido pueblo.
Gracias por tu lectura y comentario Edgar.
Apreciado Alberto… Oportuna tu columna y la reflexión documentada que haces. Sin duda la ética supone un momento de reflexión… En las decisiones guerreristas ese momento prioriza las conveniencias políticas y económicas y poco, muy poco, las conveniencias sociales y/o humanas… Las víctimas, en todos los casos, son humanos y la siguiente “baja” es la verdad… De ahí que, por lo regular, la versión de la historia que conoceremos es parcializada, tal y como afirmas en tu texto.
¡Abrazos!
Abrazos Patri. Muchas gracias por leer y comentar.