Vivía una situación compleja pues, ya a finales del año anterior, una inmensa mayoría de italianos tenían la certeza de que el Duce era el culpable de cada injusticia, de cada derrota, de cada mal que se vivía en el Estado fascista.
Por Alberto Morales Gutiérrez
En el fragor de la segunda guerra mundial, la propaganda antifascista mostraba a Mussolini como un “monstruoso bufón” mientras sus adeptos lo elevaban a la condición de un semidiós. Esa es la constante. Dado que cada quien habita en sus creencias, estas determinan la manera como cada quien mira y analiza lo que le rodea. Así ha sido desde siempre.
Cristopher Hibbert (1924-2008) un intelectual inglés que escribió algunas biografías notables, publicó en 1962 uno de sus textos más emblemáticos: Mussolini.
De su lectura se desprenden, no solo aprendizajes sino confirmaciones relevantes. La más importante de ellas: es cierto que la historia se repite como tragedia o como farsa.
Mire esta descripción de El Duce en mayo de 1943. Cualquiera sea el parecido con algún personaje colombiano conocido, no es pura coincidencia: “Obsesionado por el miedo de las derrotas y de los fracasos, de dudas e incertidumbres, abrumado por repentinas angustias seguidas de días de desesperación, consciente de sus mejillas colgantes, de su cuello adelgazado y de sus ojos rodeados por profundas ojeras, se puso cada día más reacio a aparecer en público y vivía, como le dijo a Giuseppe Botai, en el Palazzo Venezia, “una vida solitaria llena de problemas que debo resolver yo solo”
Vivía una situación compleja pues, ya a finales del año anterior, una inmensa mayoría de italianos tenían la certeza de que el Duce era el culpable de cada injusticia, de cada derrota, de cada mal que se vivía en el Estado fascista.
Las traiciones y deslealtades en su círculo más próximo empezaban a trascender. El mariscal Badoglio soñaba con reemplazarlo, el primer ministro Bonomi, dudaba; el general Castellano se reunía con Pompeo Carboni a fraguar la caída. Cuando el barco empieza a hacer agua, empieza también la estampida.
Pero ocurren cosas aparentemente inexplicables que desconciertan a los analistas. En medio de ese escenario desastroso, unos pocos meses después, ya en 1944, hizo una breve visita a Milán acompañado de Wolff y Rahn. Su automóvil se vio rodeado de una multitud que fue creciendo en el trayecto y que empezó a ovacionarlo “como si estuviera anunciando el fin de la guerra”. Ese delirio espontáneo sorprendió a Mussolini, a los conspiradores, a sus amigos, a los antifascistas, a los alemanes, al mundo; pero el entusiasmo fue efímero. Pocos meses después, su desprestigio en el país, su decaimiento físico y moral, su ausencia de energía, su desinterés por los temas del gobierno era manifiesto. El ala dura del fascismo hablaba mal de él, lo acusaba de blando. Había un consenso en el rumor que se esparcía entre sus más cercanos: estaba desesperanzado.
G.G. Cabella, un periodista que lo entrevistó el 20 de abril de 1945 en el Palazzo Monforte, encontró al personaje “en muy buen estado de salud a pesar de lo que dice la gente” y le respondió todas sus preguntas con un extraño entusiasmo. Dos horas después se enteró que Bologna había caído. A los dos días se enteró del avance a lo largo del Po y la caída de Módena y Reggio, el 23 de la caída de Parma. Ya no había nada qué hacer. El 26 se enteró que “su” gobierno y los alemanes se habían rendido. El resto es historia conocida: su viaje a Como, su huida al encuentro con el convoy alemán que retrocedía hacia el norte hacia Innsbruck, su detención a seis millas de Menaggio, el juicio de los rebeldes en Dongo, su traslado a la Villa Belmonte y el desenlace de todo el 28 de abril de 1945, en donde fue abaleado y su cadáver fue escupido, pateado, vilipendiado y finalmente colgado por la multitud en Piazzale Loreto.
Nada de esto se imaginaban ni el fascismo en general, ni Mussolini en particular, en las épocas remotas de la “Marcha sobre Roma” (1922) cuando cabalgando sobre la exaltación del panitalismo, del expansionismo y del anticomunismo, lograba unas concentraciones apoteósicas y alcanzaba los más importantes cargos de la nación.
Persuadió a sus compatriotas de las bondades que anidaban en la “Gran Italia”, los puso a soñar con la reconstrucción del “Imperio Romano” y convirtió al fascismo en el relato dominante. Armamentista, brutal, fanático del argumento de la fuerza, guerrerista, antidemocrático, jamás entendió el axioma que, milenios atrás, recitaba ese esclavo romano a quien se ordenaba acompañar a cada nuevo emperador, cuando era ungido.
El nuevo gobernante descendía por las escalinatas del Senado, desde donde podía ver a la multitud que lo aplaudía con veneración a ambos lados de la vía Apia. Un lujoso carruaje abierto, con artesonados de oro y jalonado por dos imponentes percherones blancos, lo esperaba. El mismo emperador conducía el coche sosteniendo las riendas con evidente excitación. Al iniciar la marcha, la multitud explotaba con un grito común que acompañaba todo el recorrido hasta las orillas del Tíber, desde donde el carruaje se devolvía para detenerse de nuevo en las escalinatas del Senado. ¡El momento era glorioso!
El esclavo romano, mientras lo abanicaba, tenía la misión de susurrarle sin descanso a lo largo de toda la marcha una sola frase: gloria labilist est, gloria labilist est… la gloria es efímera, la gloria es efímera.
Es cierto. Son efímeros estos personajes, son efímeras estas ideas en las que subyace la destrucción y la muerte, efímeros desde siempre, efímeros allá y efímeros acá, pero ellos parecen no entenderlo…
7 respuestas a «Historias de fascistas…»
Puede ser el mismo caso el colombia en donde creen que puede llegar a gobernar el comunismo en un país que siempre es de derecha
Gracias Willian por leer.
No solo de algún personaje Alberto, de muchísimos personajes Colombianos de todas las pelambres y múltiples discursos, según mi memoria, de los cincuenta años pasados. En fin, me gusta tu columna.
Hola Camilo. Gracias por leer. Tienes razón. Son muchísimos los personajes de nuestra historia pasada y reciente los que creyeron que sus glorias eran eternas.
Alberto, sospecho que su escrito pretende establecer una similitud entre el Duce y Álvaro Uribe. Difícil de concebir así, en mi opinión, porque la historia de ambos difiere en muchas cosas. Fundamentales todas. Pienso que aplica más al general Rojas Pinilla.
Sin embargo el recuento de esos ùltimos días del regidor italiano es ameno, interesante e ilustrativo.
Gracias por leer Luis F. Nunca, unas sospechas como las tuyas, fueron más acertadas…
Como se parecen los extremos!