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Al Alberto

La gratitud de un lector…

Por Alberto Morales Gutiérrez

Sé que la primera vez que leí a Hamnet (Libros del Asteroide) la novela de Maggie O’ Farrell, lo hice mal, lo hice rápido; lo hice con la respiración agitada, en una especie de frenesí, de fiebre curiosa, de alucinante maravilla. Era incapaz de comprender lo que había adentro de esa historia, adentro de esos personajes, adentro de esa manera de narrar fluida, lúcida y poética; escrita como en un trance, como en un delirio inspirador.

Al terminar quedé desolado. Era como si el peso de esa narración desgarradora tuviese, sobre mí, la misma dimensión, la misma carga del impacto de un mazazo en la cabeza.

La segunda lectura (adoptada con urgencia) fue lenta, escudriñando renglón a renglón, degustándolo todo con una curiosidad enfermiza; tratando de desentrañar la trama y la urdimbre de ese texto, ante cuya alquimia he quedado rendido. Me corroe la envidia.

Sé que cuando un libro te golpea a estos niveles, no vuelves a dormir bien por semanas. Pero este, en particular, atravesó una línea que no soy capaz de describir.

Trasciende la historia que se nos ha contado; trasciende su estética, la magia de los personajes; trasciende el detalle de su mirada. Se trata de un espectáculo de literatura en carne viva, de talento escritor, de arquitectura narrativa, de ubicación en el tiempo.

Me devano los sesos tratando de entender, de aprender, de inhalar todo eso que llamo el efluvio de Hamnet.

¿Quién diablos es esta mujer que ha logrado conmoverme hasta los huesos?, ¿de dónde salió?, ¿qué hace?

Nació en Irlanda del Norte, en Coleraine el 27 de mayo de 1972. Recién acaba de cumplir cincuenta años. Ganó su primer premio notable, el Betty Trak, en el año 2000, cuando tenía veintiocho años, con una novela también deslumbrante “Después de que te fuiste”.

Luego de diez años, a los treinta y ocho, es reconocida con el premio Costa Novel por “La mano que primero tomó la mía”.

Tiene, desde luego, otros títulos exitosos, con tramas fascinantes, pero su consagración definitiva a nivel internacional es, sin lugar a dudas, Hamnet.

Hay, en su historia personal una serie de circunstancias relevantes que permiten entender; más bien, tratar de entender; la propiedad con la que narra la discriminación, la enfermedad, la muerte, los pensamientos trascendentales, los detalles cotidianos, lo más elemental y lo más grandioso.

Vivió el tormento de los comentarios de mal gusto por ser natural de Irlanda del Norte, los chistes de profesores y compañeros (muy británicos ellos) cuando, por la obviedad irlandesa de su apellido, le preguntaban con sorna “¿tu familia es del IRA?”, “¿tu papá es terrorista?

Fue, desde siempre, una niña enferma. Estuvo al borde de la muerte en muchas oportunidades. Sus biógrafos hablan de que ha sufrido 17 enfermedades delicadas y también ha tenido experiencias similares alguna de sus hijas.

Su talento profesional le permitió hacer carrera en el periodismo. Llegó a ser editora adjunta de The Independent on Sunday en Londres, pero luego del éxito de su primera novela decidió dedicarse exclusivamente a la literatura.

¿Qué piensa al escribir, cómo escribe?

No tiene ningún interés en construir una narrativa mítica alrededor del oficio. A mí me conmueve y me enseña esa ausencia total de ínfulas intelectuales, esa manera de asumir su trabajo con una naturalidad que fluye: “No tengo una rutina, sé que hay escritores que se levantan temprano, se toman un café y se ponen en el escritorio durante unas horas fijas. Pero yo tengo tres hijos, y no paro. Me pueden llamar a cualquier hora del colegio, decirme que un niño está enfermo… Escribo durante las horas de colegio, que es cuando estoy tranquila. A veces me hace ilusión pensar que tengo cuatro o cinco días seguidos, pero siempre surgen imprevistos. Es algo con lo que vivo. Lo primero es vivir y lo segundo escribir. No planifico demasiado”.  

¿En dónde descansa esta dimensión de sus relatos, el impacto de su estética, el prodigio del engranaje con el que se estructuran sus palabras? Esta pregunta me sobrecoge.

Después de mucha reflexión me atrevo a sugerir una respuesta irresponsable: en la rabia inspiradora.

Desde luego todos los escritores tienen alguna intención cuando abordan su trabajo narrativo, y esa intención es, las más de las veces, muy evidente, casi obvia. En el caso de Hamnet, uno se demora para entenderlo.

Descubro casi que en estado febril, que lo que denomino “la rabia inspiradora” la desencadena Agnes, la madre de Hamnet. Ella, su vida, su heroísmo, su fortaleza, su dimensión humana que ha sido borrada, distorsionada, enmudecida, negada; ella es la verdadera intención oculta. Maggie O’ Farrell se rebela. Es justiciera.

Le exacerba que se haya tendido un manto de negación alrededor de esta mujer que es reconstruida con una pericia singular a partir de muy pocos datos. La insidia quiere reducirla a nada por el hecho de que era ocho años mayor que Shakespeare. Asumen que no haber vivido con él en Londres es inadmisible y sospechoso. Arguyen que fue un matrimonio obligado, pues se casaron estando ella embarazada. Sus intuiciones, su relación con las plantas, su vocación mágica, su sabiduría, dieron para tejer todo tipo de habladurías. Decían que era, además, una mujer fea.

Y entonces Maggie, la indignada, logra verla, lo sé. Logra retratar a Agnes y meterse en su pensamiento, sentir su dolor, retratar su épica, su conexión mágica con la naturaleza, su saber ancestral, su poder.

La verdad es que cuando Shakespeare regresa a Stratford, regresó a ella y vivió con ella hasta su muerte. La amó toda la vida.

Es verdad que Hamnet fue también un niño olvidado, una víctima de la peste, un ser invisible para la historia, pero inmensamente vivo para sus padres y cuyo nombre es visibilizado en la formidable obra del escritor inglés; pero la verdad completa es que su existencia, desvelada certeramente por Maggie, da una nueva dimensión a los hechos y a la obra misma. Ya uno lee a Hamlet de otra manera.

No menos cierto es que nadie nunca, maltrató la memoria de ese niño, mientras con Agnes hubo maledicencia sin límites. Creo que Hamnet es una novela en la que habita la indignación femenina, el grito libertario y que, es allí, en donde descansan su poder y su magia.

Solo gratitud.

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10 respuestas a «La gratitud de un lector…»

Muy interesante el comentario. Tendré en cuenta el nombre de esta autora para futuras lecturas. Por lo pronto estoy engolosinado con El infinito en un junco de Irene Vallejo y Ensayo sobre la lucidez de Saramago. Tengo en capilla el último de Juan Gabriel Vásquez sobre la familia Cabrera y siempre me tienta releer pedazos de Detectives Salvajes de Bolaño, o disfrutar de párrafos olvidados de las novelas de Gabo o los cuentos de Cortazar. Tantos autores y tantos mundos por descubrir!
Que tengas un año tranquilo y lleno de alegría.
Un abrazo para tí y Liliana.

Muchas gracias Juan Fernando por tus buenos deseos. Lo mismo para ti. La lectura es, sin duda, un placer enriquecedor.

Gracias,Don Alberto por citarnos a esta autora y su obra.A pocas horas del año nuevo 2024,estará en mi lista para comprarla.
Feliz año nuevo 2024.

Gracias a ti, Luis Fernando, por la compañía en esta aventura. Si compras el libro, no te vas a arrepentir

Hola Helena. Gracias a tí por leer. Qué bueno que desperté tu interés. Abrazo

Ese libro lo tenía en la lista de los que debo leer este año, después de tu lúcido comentario le daré prioridad.

Gracias Edgar por tu lectura. Me emociona que esta columna haya reafirmado tu decisión con Hamnet.Abrazo

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