El repentino resurgimiento del escándalo de Odebrecht en Colombia, como consecuencia de la difusión de las grabaciones que evidencian su financiación a la campaña de Oscar Iván Zuluaga, exhibe, en todo su esplendor, el espectáculo grotesco de la política colombiana. Los responsables, que fueron muchos, se hacen a un lado, muestran extrañeza, se sienten “engañados”.
Por Alberto Morales Gutiérrez
No recuerdo haber visto, como hoy, un derrumbe tan dramático del discurso político, una pérdida de vergüenza tan descomunal.
Tanto en Colombia como en el mundo, el tema electoral está cargado por la corrupción, la mentira desaforada y la podredumbre.
Las redes sociales y la acelerada neutralización del ejercicio del pensamiento, han convertido la práctica política electoral en un muladar en el que confluye toda la basura discursiva, toda la capacidad de engaño, toda la argucia y todas las mentiras que puedan ser concebibles. No se trata de un hecho repentino. Ha sido, desde luego, un largo proceso de descomposición.
En el 2016, los analistas norteamericanos tenían muchas dificultades para entender que un personaje nefasto como Donald Trump, barriera a los precandidatos republicanos y generara tal pasión con sus peroratas, construidas desde la vulgaridad, la ignorancia y, sobre todo, la provocación. Veían al grosero millonario y al proceso, como totalmente ajenos a lo que ellos entendían que era la democracia estadounidense, en la que “los pesos y los contrapesos eran ponderados y los extremos no tenían cabida”.
Los electores de ese encumbrado país, al igual que los de Asia, África y América Latina, sucumbieron a la burda seducción de la insolencia y el relato soez, que se transmutó por arte de birlibirloque, en virtudes como “fuerza, determinación, claridad de miras”, según se escuchaba en Fox News.
La argucia discursiva de la vulgaridad, se estructura a partir de presentar soluciones “fáciles”, porque desde el principio Trump habló como “si instituciones, leyes y normas no existieran, y toda la acción gubernamental estuviera en sus manos”. Le funcionó, de la misma manera que le ha funcionado a decenas de gobernantes y políticos a lo largo y ancho del mundo. No es una práctica que sea extraña en nuestro país, ni en nuestra ciudad.
Pero, claro. No se trata solo del discurso. Las campañas electorales que han sido definidas como “procesos intensos de proselitismo y cortejo de los electores, que realizan los partidos y sus candidatos, en la búsqueda de los votos de los ciudadanos”, han operado como instrumentos legitimadores del poder en las sociedades democráticas, y se han utilizado, con habilidad incluso, en regímenes dictatoriales. Esta legitimación del poder les da, a los políticos delincuentes, solvencia para la gestión corrupta del manejo de las instituciones. Las campañas políticas son hoy, en lo fundamental, confrontaciones entre “empresas electorales” que es en lo que ha degenerado la política.
En el pasado, los políticos aludían plácidamente a sus “clientelas” y no había precisamente mucha libertad de elección. También había compra y coacción del voto, cacicazgos, acuerdos oscuros entre “contradictores” y repartijas por doquier. Pero ahora, con el advenimiento de las nuevas tecnologías, se han entronizado nuevas formas de hacer proselitismo, por cuenta del saber, con mayor precisión, en dónde están los votantes, dónde viven, su filiación política, sus hábitos, oficios, ingresos, en fin.
El mercado de las bases de datos relacionales se exacerbó y las empresas electorales se convirtieron en “nuevas” organizaciones partidarias de duraciones fugaces, mientras los “nuevos” políticos exhibían nuevas habilidades: comportamiento ante los medios electrónicos y redes, frases cortas, mucho cinismo, mucha vulgaridad, mucha provocación, mucha audacia. La habilidad más destacada: mentir sin parpadear, instalarse e instalar a sus electores en mundos paralelos. Un auténtico “metaverso” construido, adicionalmente, sobre la base de que desaparezca la memoria. Es asombrosa la amnesia colectiva en los procesos electorales.
La frase “es el negocio, socio” , define de manera certera la inspiración de la vulgaridad política. Se trata de que sus líderes se enriquezcan en tiempo récord, teniendo a sus disposición todos los presupuestos gubernamentales. Hay dinero para todos ellos, lo que explica el contubernio entre el narcotráfico, la corrupción y las empresas electorales contemporáneas.
Creo que el sonado caso de la “ñeñepolítica” que toca a lo más granado de la política colombiana, da cuenta de ese contubernio. Es la “prueba reina” que explica la razón por la cual la investigación no se hace pública, ni prospera.
El repentino resurgimiento del escándalo de Odebrecht en Colombia, como consecuencia de la difusión de las grabaciones que evidencian la financiación a la campaña de Oscar Iván Zuluaga, exhibe, en todo su esplendor, el espectáculo grotesco de la política colombiana. Los responsables, que fueron muchos, se hacen a un lado, muestran extrañeza, se sienten “engañados”. El señor Álvaro Uribe, sí, Álvaro Uribe Vélez, se atreve a decir que ni él ni sus hijos, ni sus alfiles en el Centro Democrático, tuvieron nada que ver.
Resulta incluso patético ver los micro videos en Tiktok y otras redes, en donde, en sus épocas de campaña, Zuluaga hacía esfuerzos vergonzosos por parecer un candidato “del mundo de hoy”, bailando, posando y payaseando, sin pudores.
Ha de haber una carga de segundas y terceras y cuartas intenciones, con el “sacrificio” de Zuluaga, para construir en torno a los otros responsables, un halo de santidad.
El mes pasado, se realizó en Panamá el foro “Integridad Política y el Financiamiento de la Democracia”. Ya nadie se estremece con verdades como la entregada por el argentino Pablo Secchi: “las campañas electorales son los principales espacios donde se lavan dinero político, sobre todo en Latinoamérica”. Recalcó que “hace años” se está hablando del tema y no se evidencian “medidas efectivas”. La agencia EFE destacó, de la intervención de Secchi, que se trata de ” una forma de ingresar dinero y que ese dinero después vuelva a quien lo aportó en forma de obra pública en contratos”. “Muchas veces los que lavan dinero son de otros países y son de otras regiones”, y agregó que “hay países que exportan la corrupción y otros que la importan”.
Su conclusión es una verdad a gritos: “El caso Odebrecht nos mostró una foto de lo que todos sabíamos: que hay una irregularidad muy fuerte en la relación entre el sector privado y los gobiernos en muchos de nuestros países”.
El poder de los intereses que confluyen en el universo de la corrupción política es tan dramático que, mientras en el resto de los países se han presentado detenciones, juicios y condenas alrededor de este caso, en Colombia apenas aparece hoy un pez grande. Todos sabemos que Santos, Uribe, Néstor Humberto Martínez y otra pléyade de “notables” están metidos hasta los tuétanos, pero la fiscalía y la justicia persisten en esa ceguera patológica que exhiben, cuando de tocar al poder de la corrupción se trata. Sí, la corrupción y la vulgaridad política tiene muchas caras. Ya circula la idea de que la inculpación que hace la fiscalía a los Zuluaga, está concebida para “salvarlos” de la extradición.
Es descomunal la tarea que tiene que emprender el muy reducido grupo de políticos y ciudadanos éticos, dispuestos a participar en estas elecciones…
7 respuestas a «Las elecciones como espectáculo de corrupción y vulgaridad.»
Fiel radiografía ” PICANTE” Análisis de una verdad de a puño….a ratos dan ganas de votar en BLANCO, o de no Participar en las elecciones del “ESTABLO PARLAMENTARIO” !!!!+
Si, Miguel, se confgura un establo…
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Gracias Miguel por tu interés. Claro. Te seguirán llegando.
Para acceder al poder, quiérase o no, hay que hechar mano de todas las estrategias comunicacionales-corruptas si se quiere- además de alianzas temporales y mermeladas transitorias.
Recuerda cuando en la campaña, Verónica regañaba a Roy y a Armando mientras Gustavo en silencio sólo escuchaba en una silla del frente.
Lo mismo ha sucedido y sucederá. HAGAN LO QUE QUIERAN QUE YO NO ME DOY CUENTA DE NADA.
Así llegaron Samper, Patrañita ( con lo dineros del cartel caleño) también con el apoyo de los Ñeñes y los Ñoños Duque el avispado, casi Oscar Iván y también Santos el último heredero poscolonial chapetonoide. No te extrañes Alberto, es la única forma de optar por el ” poder”* aquí y en todas partes. Lo importante es quien llega: su historia, su talante y sus logros, su plataforma ideológica y el compromiso con un pensamiento social progresista. Su capacidad de convocatoria y su despliegue internacional en busca de alianzas que confirmen las necesidades de una estrategia común para afrontar el inicio de una nueva economía dado la amenaza del cambio climático y el neoliberalismo depredador. Una búsqueda de la paz muy extraña y grotesca – como grotesca es nuestra historia-. Necesitamos un nuevo país, inclusivo y con personalidad nacional, no un conglomerado de bobitos muertos de miedo buscando la visa o la nacionalidad española.
Hablar de transparencia en un mundo oscuro, es fundir de antemano la lámpara.
Un abrazo a Liliana y a Mónica Durán. Ojalá que nos invite a otra tertulia.
Gracias Juan Fernando, por leer. No sé, siento que pertenezco a una escuela diferente a la escuela de los pragmáticos. Todo mi organismo y mi pensamiento claman porque la ética impere por encima del aprovechamiento de las oportunidades y que las ideas puedan ser libremente discutidas pero que representen y signifiquen no solo algo en lo que creemos y queremos defender, sino una frontera que permita actuar con coherencia (coherencia con mis ideas). Tal vez este soñando…
Sí, estás soñando. La crítica inmediata que me harían, sería ¿ Entonces estás de acuerdo en usar todas las marañas corruptas para llegar al poder? ¿ En donde queda tu ética, tu respeto por una moral sana? Solo quedaría una toma violenta del poder, una revolución armada. Teorizar es hermoso y para los ilusos intelectuales como nosotros que aún soñamos con cielos de miel y rosas, es necesario que otros hagan el trabajo sucio.
Sería muy interesante, en un medio corrupto y violento como el actual – aunque siempre lo ha sido- saber hasta donde se nos permite sin avergonzarnos aceptar como prácticas ciertas acciones que de no hacerse, permitirían que los hampones de siempre se perpetuen en el saqueo y el oprobio.