“El quiebre del desaparecido”, un documento elaborado por Laura Sofía Sequera y Wilson Gabriel Garcés de la Universidad de los Andes, se inicia con una frase contundente: “Educar es un acontecimiento ético”. Hacen referencia al pedagogo Fernando Bárcena y al filósofo Jean Carles Mélich y su planteamiento en el sentido de que la educación tendría que ocuparse de mostrar lo más inhumano y la barbarie que se halla en nuestra propia historia de la civilización.
Por Alberto Morales Gutiérrez
En Colombia, la desaparición de la gente hace parte de la vida cotidiana. Esa “naturalización” es consecuencia del largo proceso de adaptación a una práctica aberrante que estuvo asociada por decenas y decenas de años al conflicto armado.
Las diferentes entidades que se han creado para abordar el tema y reconstruir información, dan cuenta de la cifra de 111.640 personas reportadas como desaparecidas en el marco de esa confrontación. Una cifra aterradora, ciertamente. Se trató y se sigue tratando de líderes y lideresas sociales, dirigentes comunales, activistas de Derechos Humanos, estudiantes, campesinos, sindicalistas; esa “gente peligrosa” cuya vocación de justicia es leída por sus verdugos como militancia subversiva.
Pero hoy, es más que evidente el surgimiento de una nueva categoría de desaparecidos que no están asociados a ese conflicto histórico y que se visibilizan por el llamado angustioso de sus familiares en las redes sociales, que claman porque aparezcan: niños y niñas, adolescentes, mujeres y hombres, que lo mismo salen del colegio, o fueron a una fiesta, que se despidieron de un encuentro de amigos y ya nunca mas se volvió a saber de ellos.
En uno y en otro caso, se configura un espectro de dolor tan desgarrador, que la familia y el círculo más íntimo de la persona que desaparece, también se ha definido como víctima de este crimen.
Hay estudios que dan cuenta de los daños emocionales que les impiden hacer el duelo: “… el desaparecido no está ni ausente ni presente lo que provoca una “quiebra del sentido”. Los familiares no se recuperan del todo, puesto que no existen pruebas del paradero y no hay cadáver, lo cual hace más difícil la pérdida”.
Destacan que algunos miembros de la familia renuncian a sus vidas: su trabajo, sus actividades cotidianas y de recreación, su vida social, entre otras, con el fin de invertir su capital para contratar investigadores y adelantar procesos legales. “Muchas veces no cambian de casa y dejan intactas las pertenencias de su ser querido. De hecho, algunos alteran completamente su proyecto de vida y otros incluso mueren esperando a la persona desaparecida”. La vida cotidiana se parte totalmente marcando un antes y un después de esa tragedia.
Los desaparecidos de segundo tipo, los niños y niñas, los adolescentes, las mujeres, registran un número de 895 en lo que va corrido de este año. Se trata de un promedio que casi llega a las 4 personas desaparecidas cada día. De ellas, el 30% son menores: ¡268 niños y niñas! Un verdadero desastre.
Desde luego no existe una causa única de esas desapariciones. No todos los casos están asociados a actos delincuenciales, secuestros, engaños. Ocurren también por problemas familiares, problemas de salud mental, rebeldías, personas que huyen de deudas y no quieren que nadie las encuentre; también por decepciones amorosas. Es la suma de lo que técnicamente denominan “desapariciones voluntarias”. Pero el verdadero volumen lo hacen organizaciones criminales, bandas de trata de blancas, extorsionistas, comercializadores de drogas, mafias de prostitución infantil, en fin. Un escenario complejo, peligroso y letal.
La desaparición forzada, aquella que tiene que ver con el conflicto, ha sido analizada, documentada, y su estudio ha desencadenado, entre otras muchas consideraciones, reflexiones y corrientes de opinión en torno a la verdad, la reconciliación, la justicia transicional, la reincorporación, el perdón. Se ha abordado a través del cine, los documentales, las artes escénicas y las artes plásticas, alguna literatura. Pero no ocurre igual con la desaparición de personas, niños, niñas, jóvenes adolescentes, adultos, que no son originadas en los escenarios del conflicto.
Las historias y narrativas que se tejen alrededor de la desaparición de un niño o una niña, de una persona cuya actividad está libre de toda sospecha, una joven estudiante que lo único que tenía era futuro, un muchacho estudioso y soñador, una adolescente inundada de dolores y frustraciones, un chico “problema” sobre el que todos tenían esperanzas; son historias y narrativas de las que podríamos aprender, que pueden enseñar a construir nuevas cautelas, agudizar instintos de supervivencia. Historias y narrativas que deberían incidir también en temas trascendentales de la gestión pública, del gobierno, de las autoridades y la justicia, tanto como de la educación, por ejemplo.
“El quiebre del desaparecido”, un documento elaborado por Laura Sofía Sequera y Wilson Gabriel Garcés de la Universidad de los Andes, se inicia con una frase contundente: “educar es un acontecimiento ético”. Hacen referencia al pedagogo Fernando Bárcena y al filósofo Jean Carles Mélich y su planteamiento en el sentido de que la educación tendría que ocuparse de mostrar lo más inhumano y la barbarie que se halla en nuestra propia historia de la civilización.
Su conclusión es relevante: tanto la cultura como la educación “tienen que ser repensadas, pues su herencia ya no es el humanismo, sino una memoria herida de la civilidad y la cultura, o dicho de otro modo, la cultura de lo inhumano”.
En la búsqueda de las expresiones del arte que pueden contribuir a visibilizar y discutir el tema, encontré una tesis de grado de Maestría de Nylza Offir García Vera, quien es Docente-investigadora de la Facultad de Educación de la Universidad Pedagógica Nacional. La tesis se llama “Contar a los desaparecidos en Colombia. Educación, lectura y memoria”. Explica en ella, que la experiencia de la lectura literaria puede ser un acontecimiento que permita algo más que informarnos sobre el tema. Sostiene que hay en esa lectura la posibilidad de encontrar la posibilidad de “vivir, sentir, pensar y memorar con los otros lo que significa esta suerte de purgatorio, esta espera sin fin”.
Lo sustenta acudiendo a una ficción de Fernando González Santos: “Vivir sin los otros” en la que Ramiro Diaz, un mesero de cafetería que salió con vida del Palacio de Justicia en 1985 y desapareció para siempre, narra su versión de los hechos y la manera como se desarrolló su dramática experiencia. ¿Qué puede enseñarnos el dolor de las familias a quienes las han condenado a Vivir sin los otros?. Pienso que deben ser múltiples las enseñanzas. Quiero leerla.
19 respuestas a «Las nuevas oleadas de desaparecidos.»
La desaparición es una forma cruel y despiadada de violencia, porque sus familiares mantienen viva la ESPERANZA de encontrar a su ser querido. Y mientras ” llega” el desasosiego es insoportable. Por eso cuando les entregan parte de sus huesos hallados, por ejemplo, en una fosa común, todos afirman que experimentan ” un descanso”. De allí que muchas familias lo único que reclaman es eso : ” Saber qué pasó”. Qué dolor!
Sandra hola. Muchas gracias por pasar por aquí. Estoy de acuerdo contigo en que no saber qué pasó se convierte en el verdadero infierno de las víctimas.
Este tema de los desaparecidos es un material compuesto por el cruce de la crueldad humana contra los demás y contra si mismo y una pequeña brecha de la fantasía del constructo social.
Los cuerpos no desaparecen, son convertidos en materia prima de una fantasía propia ó ajena. Es allí donde se debe trabajar para separar esas dos fuerzas.
Hola Eduardo, gracias por leer. Es complejo el amplio espectro de sensaciones, pensamientos, dolores y desgarres que genera el drama de los desaparecidos en sus familias.
El tema es trascendental. Los desaparecidos incomodan a los gobernantes que se creen dueños de las almas de esos valientes silenciados.
Hola Juan, muchas gracias por tu lectura. Creo, más bien, que si los incomodaran, actuarían. Lo preocupante es que desaparezcan y a nadie (distinto a sus familias) pareciera importarle.
Hola Juan, gracias por tu lectura. Se me ocurre pensar que el problema real es que a los gobernantes no les importa. A nadie (diferente a sus familias) parece importarle
El clamor de las ” Madres de La Candelaria” cada vez es más lastimero: la ausencia de un hijo sin saber si está o no muerto, es espantoso. El de las “Madres de la Plaza de Mayo” lleva ya casi 50 años de desespero.
La “Operación Orión” en la Comuna 13 duro una semana… matando y desapareciendo. Ya en el nuevo sitio de excavación aparecieron los despojos de dos amigas, dos muchachas que estudiaban, cantaban y se enamoraron. Hay otros trescientos más con sus cantos, su juventud y sus esperanzas ahogadas en los escombros… los escombros del alma colombiana que fue pisoteada por las hienas de la guerra.
Juan Fernando, hola. Agradezco tu lectura y comentario. Todo esto es estremecedor, tu aporte es estremecedor. Abrazo
Existe un desprecio de las autoridades públicas por los desaparecidos. Una muestra de ello es que no existe una política pública enfocada a combatir eses flagelo ya sea por desaparición forzada o voluntaria.
La desaparición genera zozobra, incertidumbre, duda, escozor, miedo a los familiares de las víctimas.
Donde están los derechos fundamentales protegidos constitucionalmente para garantizar seguridad, paz, bienestar, libertad ?
Se habla mucho del tema con retóricas pero sin eficacia real
El sufrimiento de los dolientes del desaparecido como categoría de daño inmaterial se reconoce con montos pírricos por los jueces quienes son la garantía de los justiciables.
Esta es la última ratio que tiene el ciudadano y es revitimizado con groseros fallos judiciales
Nos falta mucho por avanzar como sociedad.
Los estudios a los que usted menciona Dr Alberto son interesantes pero se convierten en oídos sordos en una sociedad indolente
Hola Carlos Arturo, muchas gracias por tu lectura y por comentar. Creo, como tú, que la retórica todo lo invade, porque la constante son los oídos sordos, la displicencia. Debo confesarte, no obstante, que a raíz de esta columna, he conocido dos casos en donde confluyeron la voluntad de las gentes, de algunas organizaciones sociales, de autoridades acuciosas y se produjo un saber de lo ocurrido y el encuentro del cadáver de las personas desaparecidas. Sus familias expresaron con dolor, que por lo menos supieron lo que había ocurrido. Ya no había incertidumbre.
Buenas tardes apreciado Alberto
Gracias por poner tu atención e invitarnos a prestar la nuestra a esta actual situación de dolor personal, familiar y social.
Hay muchas y cada vez son más las personas desaparecidas y se ve poco o ninguna reacción social o Institucional.
Es un dolor que hace nido y deja huella en nuestras almas
Hola Carlos. Gracias por leer y comentar. He aprendido sobre el tema. Es un dolor inenarrable!
Conocí de la desaparición de una niña recién egresada de su bachillerato, una situación demasiado dolorosa para toda su familia. Infortunadamente todas estas tragedias, se volvieron parte del paisaje y creo sin temor a equivocarme que los que nunca han sufrido de las infamias que si han tocado a mucha parte de la población vulnerable son absolutamente indiferentes. Duele mi patria. Gracias don Alberto por recordarnos tanto pasaje oscuro de nuestra historia.
Gratitud contigo Helena.
Efectivamente, estamos ante una nueva ola de desaparecidos. Colombia país de incertidumbres, suma estas también el malestar por la ausencia física de esos cuerpos que se aman y que hacen parte de la vida. Urge elaborar políticas públicas que ayuden a las familias a encontrar a estos seres y a ser asistidos en su angustiosa espera. Si lo repetimos una y otra vez, el Estado y las autoridades deberán tomar acciones al respecto. Pues es evidente su poco interés en el tema.
Hola Juan Fernando, muchas gracias por tu comentario y lectura.
Con tu ermiso y autorizacion, agradezco autorizar la reproduccion de notas en medios virtuales a los que tengo acceso. Por supuesto, haciendo lo correcto a la hora de dar autoria.
Mi WhatsApp es +57 3108811930 de Colombia para comunicarnos, cuando quieras.
Hola Jorge. Desde luego que autorizó. Un abrazo agradecido