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Al Alberto

Lo mismo, pero distinto…

Creo, con todo respeto, que los analistas están incurriendo en un error de dimensiones colosales. Están confundiendo cambio con relevo y no han entendido las características del nuevo escenario de la confrontación. Es cierto que los electores no votaron por los clanes conocidos y que el candidato que encarnaba la decadencia del establecimiento, no pasó aún por encima de la manipulación mediática. Pero estamos a distancias siderales de la idea que está haciendo carrera, según la cual, vamos a ingresar a una nueva era.

Por Alberto Morales Gutiérrez

Bueno, ya estamos en la recta final de esta atosigante, envilecida, decadente y vergonzosa campaña electoral. Mire usted que, culminada la primera vuelta, el hecho más sorprendente y que opera a la manera de colofón dramático de lo sucedido, es que los dos candidatos que se enfrentan, han logrado, cada uno, insertar en sus huestes a lo más representativo de este país que conocemos, con todos sus matices y tendencias, sin lograr establecer una diferencia substancial.

Cada uno cuenta con el apoyo de personalidades eximias de la corrupción imperante; cada uno de ellos exhibe con el mismo orgullo, ya a figuras públicas de la farándula o de la academia; cada uno se reparte los residuos de los partidos derrotados; a cada uno de ellos los acompañan desde analistas y gurús, pasando por comunicadores, periodistas, influenciadores, hasta payasos renombrados del circo nacional. Hay en cada una de las dos campañas, expresidentes decadentes y también expresidiarios; sin dejar atrás la larga fila de lagartos que aparecen, por generación espontánea, en cada proceso electoral.

En este escenario de los acompañantes diversos que se aglutinan a su alrededor, ninguno de los dos puede demostrar una diferencia sensible. Y entonces, escucha usted su discurso público, y encuentra que están hablando de lo mismo: luchar contra la corrupción, prometer el cambio, instaurar la justicia social. También los dos gritan en coro: ¡ahora sí!

Es un espectáculo triste y decepcionante. Ha desaparecido todo vestigio de argumentación, de ideología, de visión del mundo y de país, que es lo que debería animar a una campaña presidencial. Aquí los dos bandos son incapaces de mirarse a sí mismos.

Los aterradores niveles de enajenación que han desencadenado estas elecciones entre los seguidores de cada cual, hacen particularmente patéticas las reacciones cuando se integran personajes, partidos o tendencias, a alguna de las dos campañas; porque de inmediato los opositores se deshacen en insultos y acusaciones en el sentido de que aquellos se están uniendo a la corrupción, se están uniendo al pasado, se están uniendo a la indecencia; cuando, de verdad,  nadie puede tirar la primera piedra y todos tienen enormes vigas en sus ojos mientras critican la paja que habita en los ojos de los demás.

No se puede argüir que fueron derrotados los viejos clanes políticos, las viejas prácticas políticas, cuando en uno y en otro bando perviven los que representan esos males, por mucho que se maquille el discurso y se alce la voz.  

Sí, los dos candidatos son distintos físicamente, tienen diferentes tonos, diferentes edades, diferentes oficios, historias diferentes. Pero ¿qué significan realmente?

Creo, con todo respeto, que los analistas están incurriendo en un error de dimensiones colosales. Están confundiendo cambio con relevo y no han entendido las características del nuevo escenario de la confrontación. Es cierto que los electores no votaron por los clanes conocidos y que el candidato que encarnaba la decadencia del establecimiento, no pasó, aún por encima de la manipulación mediática. Pero estamos a distancias siderales de la idea que está haciendo carrera, según la cual, vamos a ingresar a una nueva era. Eso no es cierto. No puede negar usted como las rémoras y los delincuentes y los avispados, han encontrado espacios para medrar indistintamente en las filas de cada una de las dos campañas, sin objeciones.  

No, no hay mística ni creencias transformadoras en ninguno de los dos candidatos ni en sus seguidores. No existe esa pulsión que, al decir de Michel Onfray, “procede de los postulados que nuestra alma produce”. No existen esa ética, esos principios, ese pensamiento, esas acciones que se derivan de la pulsión aludida.

Es el modelo imperante el que está ganando la partida. Los escenarios de la internet propician, de manera acelerada, la entronización de la simpleza. Los expertos cohonestan con la decadencia y recomiendan campañas adaptadas a las condiciones de los nuevos medios digitales, de manera tal que nos están condenando a que, en las elecciones del futuro, la escogencia sea entre la Liendra y Epa Colombia, dado que cada uno de ellos si sabe acumular seguidores y sabe cómo influenciar.    

Y no se trata de soñar con un ejercicio de la política en donde cada candidato encarne la perfección absoluta, pero si que se sienta un espacio, una diferencia, aunque sea sutil, una muestra mínima de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, y no una confirmación de eso que representa el ejercicio electoral de hoy, en palabras de Onfray: “profesionales de la deserción, renegados que van de un extremo a otro según los conduzca el interés…que acampan a igual distancia de aquellos a los que se venderán, con tal de que sea el mejor postor”.

Perdone usted el atrevimiento si insisto en una reflexión antigua: no veo el voto, en estas contiendas, como un ejercicio meramente transaccional, en el que me sienta obligado a elegir al menos peor.

Cuando se renuncia a la ideología, la confrontación electoral puede ser cualquier cosa, menos confrontación política.

De verdad, ¿cree usted que un candidato puede cambiar el país acompañado de Roy Barreras, de Benedetti, de Ernesto Samper, por un lado, o de Maria Fernanda Cabal, Nubia López o Iván Duque, por el otro?

Reivindico entonces la posibilidad digna de votar en blanco. Esto es, de expresar con mi voto que no encuentro a ningún candidato que me represente. Me niego a dejarme envilecer. No votaré azuzado por la idea obtusa de que debo hacerlo para que no gane el otro.

El voto en blanco no es, ni significa lo mismo que abstenerse. El voto en blanco manifiesta una posición.

No me repongo de este espectáculo desolador, en el que el cadáver del pensamiento flota inerme sobre las aguas negras del río de la barbarie…

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12 respuestas a «Lo mismo, pero distinto…»

Bueno, ya lo dijiste: votaras en blanco. Ese voto es un simple legitimador del sistema. El que gane esta bien, nuestra democracia funciona y vamos para adelante. Muy triste que tanto leer te de tan poca claridad en la práctica política. Te falta autocrítica, no te revisas; pero bueno, eso es lo que hay, ese escepticismo intelectualoide ha llevado muchos fascistas al poder. Lamento que busques un candidato ideal, esos no existen Alberto, solo existen los reales, con los defectos de nosotros los humanos. Además ningún político es bueno en su esencia, pero no escoger entre Petro y Hérnandez con esa verborrea es el colmo de los colmos.

Hola John, gracias por leer. Respeto mucho la decisión que tomes con tu voto y tu sueño de cambiar al país.

Don Alberto creo que la mayoría de colombianos votarán simple y llanamente para derrotar a petro sin pensar en el país eso somos los colombianos

Hola William, gracias por leer. Creo que será un resultado apretado, pero no soy capaz de esclarecer cuál de los dos resultará elegido. Cada elector ha de creer que con su decisión está “salvando” al país y ningún elector será capaz de entender y admitir, que fue groseramente manipulado…

Gracias Tatiana por leer. No siempre he votado en blanco, pero debe confesarte que esta es mi segunda vez.

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