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Los susurros al oído del poder…

Cada alocución, cada salida pública, cada nuevo nombramiento, es tan escandaloso y desacertado, que pareciera borrar la atrocidad precedente. El mundo nos mira con horror, pero los del jolgorio ni siquiera lo perciben.

Por Alberto Morales Gutiérrez.

Es difícil encontrar en el pasado, un momento histórico de nuestro país que se parezca a este que estamos padeciendo. Un momento que, independientemente de los estragos del COVID-19 y su aterradora dinámica ascendente, se caracteriza por una crisis institucional de dimensiones colosales, de contenidos múltiples, siniestros, desconcertantes. Crisis en la que se aprecia, igualmente, el vertiginoso ascenso hacia las responsabilidades ejecutivas, la dirección de los organismos de control, las obligaciones judiciales y legislativas; a una suma dramática de personajes extravagantes, incapaces, sin formación ni liderazgo, de un perfil deprimente, cuya probada vocación es la de no pensar y cuya misión es solo la de obedecer.

Un jolgorio de mediocridad que, en medio del festín, los persuade de vivir en un mundo paralelo en el que solo se hace lo que ellos quieren, en donde solo existe su mirada, solo se escucha su propia voz, y en donde están convencidos de que podrán actuar impunemente por los siglos de los siglos.

Cada alocución, cada salida pública, cada nuevo nombramiento, es tan escandaloso y desacertado, que pareciera borrar la atrocidad precedente. El mundo nos mira con horror, pero los del jolgorio ni siquiera lo perciben.

El contubernio de los grandes medios de comunicación con sus dueños, los grandes grupos económicos, lucha desesperadamente por construir un imaginario de gobierno, de liderazgo, de crisis ocasionada por fuerzas oscuras internacionales; pero la verdad es que se trata de un esfuerzo infructuoso. También y, tal vez como nunca antes en nuestra historia reciente, existe una más masiva, mayoritaria y clara percepción sobre la verdad de lo que está ocurriendo. Los hechos son incontrovertibles: La corrupción, las atrocidades, las violencias, desigualdades, injusticias, ausencias de oportunidades, miserias, son ya insostenibles.

Incumplir los acuerdos, manipular las negociaciones, borrar con el codo lo que hacen con las manos, exacerbar el gasto público en medio del desespero de la pobreza, insistir en la presentación de propuestas legislativas leoninas, en reformar organismos e instituciones para privilegiar las impunidades,  juzgar a los más débiles con prontitud y hacerse los de la vista gorda con los amigos; y todo de cara a la opinión pública nacional e internacional, sin pudor alguno, pareciera haber llegado ya a los niveles deplorables de una especie de patología.

Pero no es un fenómeno nuevo. Es un reflejo preciso, contundente, del nivel al que ha llegado la crisis. Lo que ellos leen como la apoteosis del poder que han acumulado, es una señal de su decadencia, de la proximidad de su derrumbe.

Don Erasmo de Rotterdam (recuerde usted que se trata de un pensador del siglo XVI) refiere en su Elogio de la locura la extremada desdicha de los príncipes que no tienen quien les diga la verdad y la manera como “se ven obligados a tener a su lado a aduladores en lugar de amigos”.

Es cierto. Observe usted la manera como la adulación se ha convertido en una impronta del periodismo que opera en los grandes grupos de comunicaciones que controlan los dueños del capital. Escuche la manera vergonzosa como los funcionarios mediocres y abyectos se adulan entre ellos. La aberrante manera como adulan a los líderes corruptos, a los expresidentes, a los generales retirados y en ejercicio, a los contratistas.

“Es que los oídos de los príncipes aborrecen la verdad y por este mismo huyen de los sabios, temiendo tropezar con alguno libre en demasía, que se atreva a decirles cosas más verdaderas que agradables”, insiste don Erasmo.

¿No le pareciera que el filósofo neerlandés estuviese hablando del señor Uribe?

Es un lugar común y de práctica milenaria. No es propio de los regímenes autoritarios escuchar absolutamente nada; el autoritarismo no tiene el más mínimo interés en aprender nada. Cuando habla de escuchar, de negociar, lo dice como una apariencia, pues el autoritarismo de todos los tiempos no es capaz de interlocutar con nadie distinto a él, por el contrario, su vocación es silenciar, silenciar siempre. Solo escucha las lisonjas de sus acólitos.

No, no son originales y, como todos los autoritarismos, desde el principio de los tiempos, terminan siendo derrotados. Ese es su destino inexorable…

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6 respuestas a «Los susurros al oído del poder…»

Excelente artículo.
Felicito al Sr Alberto Morales Gutierrez, por ser tan justo y verídico en lo que escribe.

Querido Alberto… el lio de los autoritarismos es que como consecuencia de sus limitaciones físicas, entre éstas la sordera y la ceguera, ellos se encargan de cavar sus tumbas, de establecer los límites de sus tiempos… Nada y así sea lo que este pasando en este país…

Si, Patri, los autoritarismos son enfermos. Nos pasarán! Gracias por leer

Excelente escrito, traer a colación a Erasmo de Rotterdam nos traslada a la historia, que al no conocerla se repetirá, así como ha de suceder, NO PASARAN!!!

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