Esta exacerbación del fanatismo, esta intención de acallar todo aquello que les parece distinto, esta ausencia total de respeto, es una especie de oleada que recorre los pasillos de los parlamentos del mundo, que sacude casas de gobierno, que se traslada a las aulas escolares y conspira a la vuelta de la esquina. ¡El oscurantismo está envalentonado!
Por Alberto Morales Gutiérrez
Hay dos hechos de esta semana que están ligados conceptualmente, aunque en apariencia no tengan conexión: De un lado, el comportamiento atrabiliario de la bancada del gobierno en el senado, para impedir a toda costa el debate que ponía en evidencia las trapisondas cometidas por el ministro de Defensa Carlos Holmes Trujillo, a propósito de la autorización del ingreso de soldados estadounidenses a nuestro territorio y, de otro lado, la iniciativa del gobierno colombiano en el seno de la OEA a través del señor Alejandro Ordoñez , que pretende modificar una resolución de ese organismo en torno a los derechos de las mujeres y las comunidades LGTBI. Se trata en efecto de dos manifestaciones profundamente retardatarias, que desconocen principios elementales de la democracia: los derechos de la oposición y los derechos de la ciudadanía.
Esta exacerbación del fanatismo, esta intención de acallar todo aquello que les parece distinto, esta ausencia total de respeto, es una especie de oleada que recorre los pasillos de los parlamentos del mundo, que sacude casas de gobierno, que se traslada a las aulas escolares y conspira a la vuelta de la esquina. ¡El oscurantismo está envalentonado!
Pareciera una especie de retorno a las mangualas conciliares de los primeros siglos del cristianismo, en donde obispos corruptos, cardenales astutos, clérigos taimados, se confabulaban para unificar a garrotazos sofistas las “verdades” de la nueva ortodoxia. Derrotados los unitarios, los modalistas, arrianistas, nestorianos, pelagianos, donatistas, encratistas y el sinnúmero de sectas que se erigieron como seguidores del mártir del Gólgota, se impone la entronización de la ciudad de Dios, la connivencia entre el poder espiritual y el poder terrenal, la subordinación de la inteligencia a la fuerza de la fe y, fundamentalmente, el desprecio total, inmisericorde, por quienes no adopten esta creencia. Un desprecio que terminó legitimando la barbarie de las llamadas guerras santas y la bendición de todas las masacres que se han perpetrado desde esas épocas, en nombre de Cristo.
Todos los diferentes a este pensamiento son enemigos de Dios, sentenció en sus “poemas dogmáticos” el Padre de la iglesia Gregorio Nacianceno en el siglo IV de nuestra era.
No es de extrañar entonces que parezca un coro de hermanos el grito acucioso del ancianito enardecido que increpa a alguien que no piensa como él, con esta frase lapidaria: “plomo es lo que hay”, con la señora cachaca que vocifera desde su carro a los miembros de la minga: “no los queremos, váyanse para su tierra. ¡Ignorantes, brutos, porquerías!”, al lado de la reflexión legendaria de Monseñor Builes: “que el liberalismo ya no es pecado, se viene diciendo; nada más erróneo, pues lo que es esencialmente malo jamás dejará de serlo, y el liberalismo es esencialmente malo”.
La propaganda se agudiza para construir falacias, pues una cosa es que el Consejo de Estado afirme que una tutela no es el mecanismo idóneo para tramitar el incumplimiento del gobierno a las exigencias de ley sobre la autorización del tránsito de tropas extranjeras y otra cosa muy diferente es que le haya dado el visto bueno a la turbia actuación de Duque y su ministro de Defensa.
El espectáculo es deprimente: La democracia se hace trizas frente a los ojos complacientes de todo el establecimiento, la división de poderes ha sido neutralizada a fuerza de componendas y la misoginia y la homofobia se transmutan en política de estado.
Hay una frase que hizo carrera en los tiempos de la inquisición: “los hombres deben creer del modo en que hay que creer, esto es, al pie de la letra”. No hacerlo te lleva a la hoguera. Eso es lo que ellos quieren.