A la UP la exterminó una “democracia fanática”, un engendro que pervive aún y contamina todas las conversaciones, todos los actos, todos los escenarios. Tal vez la solución empiece, cuando entendamos lo que nos está ocurriendo.
Por Alberto Morales Gutiérrez
Luego de un litigio que se prolongó a lo largo de los últimos 30 años, la Corte Interamericana de Derechos Humanos acaba de condenar al Estado colombiano por la premeditada operación de exterminio de la Unión Patriótica, que llevó a cabo entre los años 1984 y 2004.
La sentencia clarifica, entre otras cosas, dos aspectos centrales del alegato jurídico: el primero, que se trató de más de 6.000 víctimas y no de las 219 que Colombia reconoció a regañadientes. La segunda, que la responsabilidad del Estado no fue “indirecta” como lo sostenía nuestro país, sino que en este caso execrable “se superponen formas de responsabilidad directa que se desprenden tanto de la participación de agentes estatales como de actores no estatales”.
Se recalca en el documento final, a propósito de la responsabilidad del Estado colombiano sobre los hechos denunciados, que hubo “diversos mecanismos de tolerancia, aquiescencia y colaboración, para que éstos sucedieran”.
Tiene mucha trascendencia esta condena, habida cuenta de que recae sobre un país que, desde antes y hasta hoy, ha sostenido que se trata de una “democracia representativa”. No sé si haya un caso igual, porque la constante ha sido que estas decisiones de las cortes internacionales estén asociadas a las barbaridades propias de las dictaduras militares.
Hay una cierta perversidad en algunos analistas, cuando “explican” lo sucedido como una especie de secuela natural del denominado período de la violencia colombiana, que se dio entre los años 1920 y 1960. Esa violencia partidista que confrontó a los dos partidos tradicionales, el liberal y el conservador, les hace afirmar que lo que ocurre es que los colombianos somos violentos por naturaleza.
Sustentan además sus “reflexiones” apelando a la construcción de un axioma adicional : “es de la naturaleza humana, ser violentos”.
Desde esta perspectiva, cuando un ciudadano inofensivo grita con indignación que “plomo es lo que hay”, está haciendo un homenaje a la naturaleza violenta de nuestra especie.
Son felices difundiendo un “estudio” referido en la revista Nature, que reafirma esta hipótesis. En él se lee que “el componente violento de la naturaleza humana podría deducirse de nuestra historia evolutiva en común con los mamíferos”.
Para llegar a esta conclusión, hicieron “una recopilación de datos de más de 4 millones de muertes y la cuantificación del nivel de violencia letal en 1024 especies de mamíferos, a partir de 137 familias taxonómicas y en alrededor de 600 poblaciones humanas, que van desde hace 50.000 años aproximadamente hasta el presente”.
La verdad es que todas las investigaciones que se hacen sobre nuestra especie en una perspectiva zoológica, arrojan este tipo de resultados. Pero la especie humana reúne otras características que trascienden la naturaleza animal. En eso estriba el prodigio de su capacidad de construir culturas.
La antropóloga Margaret Mead dio una respuesta de antología en este sentido, cuando un estudiante le preguntó, luego de una de sus conferencias, cuál era – para ella – el primer signo de civilización. Su expectativa era que hiciera referencia a la rueda, al fuego, a una olla de barro, un anzuelo, una piedra de moler, en fin. Pero no, ella hizo referencia a la experiencia vital que le significó encontrar, en una de sus excavaciones, un fémur humano de miles y miles de años de antigüedad, que tenía señales inequívocas de haberse fracturado y cicatrizado.
La evidencia de que la persona que se había fracturado recibió ayuda y fue curada, demuestra precisamente que empezábamos a transitar un camino diferente al de las leyes que rigen al reino animal. En ese reino, dijo, “si te rompes una pierna, mueres”. La manada no puede hacer nada por ti. Te abandonan a tu suerte. No puedes procurarte comida, ni agua, ni huir del peligro de los depredadores. Ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive el tiempo suficiente para que el hueso se suelde por sí sólo.
El fémur roto y curado significa que alguien se quedó con el herido, lo vendó, lo inmovilizó, lo cuidó. Es el símbolo de la solidaridad, de la empatía, de ponerse en el lugar del otro, que es la antípoda de la “naturaleza violenta”.
Hay una diferencia entre mirar al otro, entender al otro, respetar al otro, reconocer la diferencia que existe con el otro y, de otro lado, desconocerlo, no mirarlo, no escucharlo, no respetarlo, silenciarlo, desaparecerlo. Matar al otro.
La aterradora experiencia del exterminio de la UP y esta decisión de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos, debería convertirse, junto con el informe final de la Comisión de la Verdad, en un punto de inflexión que nos permitiera reflexionar de manera colectiva sobre cuál es el tipo de sociedad que queremos ser; qué entendemos por humanidad, cuál debe ser nuestra respuesta a quienes consideran que la única solución es que el otro desaparezca.
Jorge Giraldo, en uno de los cuadernillo de la colección “Futuros en Tránsito” editada por la Comisión de la Verdad, refiere un artículo de Carlos Arturo Torres que, bajo el título de “La guerra santa” explica la manera como en el predicamento de los fanáticos “se enlazan convicciones, agravios, odios, deseos de venganza y justificación de la violencia” con el propósito de “eliminar las doctrinas y las obras de los rivales y, después, en conexión inmediata, con el objetivo de exterminarlos físicamente”.
A la UP la exterminó una “democracia fanática”, un engendro que pervive aún y contamina todas las conversaciones, todos los actos, todos los escenarios. Tal vez la solución empiece, cuando entendemos lo que nos está ocurriendo.
10 respuestas a «Desaparecer al otro, al que no piensa igual, al diferente…»
Esa intrasigencia oficial y de sus enemigos tiene su punto final con este fallo. Era palpable el exterminio…
Gracias por leer, Juan Eugenio
Fantástica columna Al Alberto, felicitaciones!
Sobre todo aplaudo el ir al meollo del asunto y usar evidencias. Me refiero a la naturalización inadecuada que hacen muchos de los complejos fenómenos socioculturales. El uso permanente de hechos científicos sin un filtro correcto – que no proviene de nosotros los de la ciencia usualmente – para justificar ideologías fundamentalistas.
Muchas gracias, Juan Carlos. El fundamentalismo recurre a todo para justificar su intemperancia.
Excelente documento, muy diciente de lo que ha evolucionado la humanidad, triste, muy triste que la bondad, la solidaridad, el respeto por el sentir, el pensar, el actuar del otro no se entienda por equivocad que este esa es su idea de universo, de la vida. Nuestro país, nosotros mismos, nos aniquilamos entre sí por buscar el beneficio propio, la condición humana es compleja y complicada
Gracias por leer Luis Hernando. A veces, siento que hay una conspiración dedicada a que no pensemos, a desaparecer la reflexión, a hacernos olvidar nuestra esencia, a aniquilar nuestra condición humana…
Es cuestión de una intolerancia segregacionista heredada de las élites criolla de carácter colonial.
No toleran advenedizos, menos si están organizados políticamente.
Gracias Juan Fernando por leer. A decir verdad, no toleran a nadie que sea diferente a ellos…
La arrogancia que da el poder, agrandada por las ganancias de dinero, engendra un egoísmo y un deseo enfermizo de eternizarse en el poder a consta de lo que sea, tal vez si tuvieran más trabajo y menos paga, fueran mejores personas,y respiraran aliviados al final del período.
Amparo, muchas gracias por leer.