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Merlí

Este Merlí Bergerón es un ser humano complejo y brillante, que tiene el poder de desencadenar en sus alumnos reflexiones y pensamientos que impactan sus vidas cotidianas, que esclarecen sus relaciones, que conmocionan a sus familias. Y todo ocurre de manera fluida, sin estridencias, pero señalando a la filosofía como una especie de hilo conductor que todo lo teje.

Por Alberto Morales Gutiérrez

La escena me llegó por una de las redes sociales: El presentador de alguno de esos eventos rutinarios de la reciente campaña electoral en los EEUU se disponía a decir algo a la audiencia, cuando fue interrumpido por un energúmeno que apareció a sus espaldas. El guardia de seguridad más cercano se interpuso entre los dos y, con una calma que me pareció asombrosa, resistió ahí por uno o dos minutos el discurso patético, enardecido, rabioso, insultante del adepto a Trump que, con una ignorancia y una grosería exacerbadas, insultó a los que estaban allí reunidos y que, a no dudarlo, eran del bando contrario. Aunque aquí estamos acostumbrados a esos desplantes burdos de los uribistas de la falange, la escena me conmovió. El energúmeno se fue y sentí que ese perfil del fanático enceguecido que se repite en todas las geografías, es la muestra rediviva de que el pensamiento ha sido derrotado. No. No piensan.

Es tal vez como consecuencia de esta reflexión que me persigue desde tiempo atrás, que fui capaz de digerir en cinco o seis largos y emocionantes días, las cuatro temporadas de Merlí, esa serie de televisión catalana que narra la relación de un profesor de filosofía con sus alumnos de bachillerato, en un colegio público de la Barcelona del siglo XXI.

Este Merlí Bergerón es un ser humano complejo y brillante, que tiene el poder de desencadenar en sus alumnos reflexiones y pensamientos que impactan sus vidas cotidianas, que esclarecen sus relaciones, que conmocionan a sus familias. Y todo ocurre de manera fluida, sin estridencias, pero señalando a la filosofía como una especie de hilo conductor que todo lo teje.

Merlí, desde luego, no se parece a ninguno de los profesores de esa escuela, ni se parece a la mayoría de los profesores de hoy. Merlí pone patas arriba esos enfoques basados en la memorización, que carecen de toda reflexión y entendimiento, y ejerce un modelo constructivista tal vez, que logra demostrarle a sus alumnos como la filosofía no es una especulación etérea, sino que tiene una formidable aplicación en la vida práctica.

La relación con sus alumnos, de este hombre repleto de defectos y debilidades, es profunda, intensa, aleccionadora, virtuosa. Se alimentan mutuamente. Merlí también aprende de ellos, con ellos crece. Es su condición de profesor la que le permite aprender a ser padre, pues resulta conmovedora la manera como se modifica la relación con su hijo una vez éste empieza a ser su alumno en el colegio.

Viendo a Merlí se me viene encima la memoria de los sofistas, esos primeros profesionales de la educación de la Grecia pretérita, que daban tanta importancia al papel de la palabra e hicieron de la retórica el eje enriquecedor de sus discusiones y discursos.

La serie ofrece una visión crítica sobre la institución escolar y sobre eso que, muy atinadamente, Michel Onfray llama la esquizofrenia de su relato, toda vez que una es su prédica y otra es su práctica. En teoría, la escuela forma individuos cultivados en saberes que les permitirán emitir juicios claros, les enseña a leer, a escribir, a hacer cuentas, a pensar. La escuela – dicen – forma al ciudadano y lo educa para la libertad.  Pero la práctica demuestra que, al privilegiar el ejercicio de la memoria y el aprendizaje mecánico, la escuela cultiva lo que él llama “la negligencia de la inteligencia”, además de incentivar la docilidad, la hipocresía y el imperio de lo artificial.

La serie toma partido por Aristóteles y es por ello que Merlí llama a sus alumnos “los peripatéticos”, aludiendo a esa denominación de “caminantes” que tenían sus alumnos, por el hecho de que les enseñaba paseando por los jardines que quedaban situados al lado del Templo de Licio. Si sus realizadores se hubieran decidido por Epicuro, podría decirse que la serie habría sido perfecta.

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6 respuestas a «Merlí»

Que bueno que haces alusión a esa serie que a mí también me cautiv. Recuerdo con especial agrado, la noche en que algunos de los alumnos castigados, se quedan en el colegio, la luz se va y empiezan entre ellos a disertar sobre la nada, vacían el salón, hablan, bailan bajo la lluvia y es entonces cuando uno ve que en ellos ya ha ocurrido una transformación, impulsada por Merlí y la filosofía. Son críticos, son sensibles, son adultos que tienen sus propias y serias reflexiones.

Maravilloso texto. Tambien disfrute muchisimo esa magnifica serie. Reflecxiones fundamentales en este momento crucial como humanidad y como pais.

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