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Miso…¿qué?

Por Alberto Morales Gutiérrez

El tema de la historia que hay detrás del origen de las palabras me apasiona desde cuando en la facultad, nuestro profesor de derecho romano nos relató los hechos asociados a un esclavo que se llamaba Vindicio y que dieron origen al verbo “reivindicar”. Aprendí desde entonces que, no saber lo que la palabra relata, impide casi siempre comprender debidamente su significado

La palabra importante de la que quiero hablar, es misoginia. Su origen etimológico se encuentra en la raíz griega “miseo” que significa odiar y “gyne” que se traduce como mujer. Hace referencia al odio, la aversión, el rechazo, el desprecio a las mujeres y a todo lo relacionado con lo femenino. Un sentimiento ejercido por buena parte de la llamada masculinidad.

Hay dos mujeres extraordinarias que me permiten explicar el tema misógino: la una es Lucrecia Ramírez Restrepo, psiquiatra, y la otra es Ana Cristina Restrepo Jiménez, periodista. Ambas se destacan por su independencia, su pensamiento contracorriente, su valentía, su altísimo sentido de la justicia y su gran inteligencia. Las dos opinan a través de columnas regulares en donde abordan los temas más diversos. Precisamente sus conceptos y maneras de mirar los hechos las han hecho foco de los comentarios más misóginos, lanzados desde las trincheras de machos alfa que las desprecian y son incapaces de reconocer en ellas ningún valor.

Lucrecia ha escrito en las últimas semanas una serie de columnas en el portal “Las 2 Orillas” que, bajo el título de “Confusiones”, aborda una tarea didáctica con la que busca esclarecer, entre muchas otras cosas, las diferencias existentes entre “identidad sexual”, “identidad de género”, “orientación sexual” y “sexo y género”. Destaca en ellas la carga de prejuicios, premeditaciones narrativas, e intereses de poder que anidan en las especulaciones que, con mucha intencionalidad, se han construido en torno a estos conceptos claves.

A su vez, Ana Cristina aborda en su columna más reciente en “El Espectador”, la lógica misógina con la que el INPEC, el ITM y la Alcaldía de Medellín, argumentaron contra la demanda presentada por la familia de la psicóloga Marjorie Kisner Mira, quien fue asesinada y desmembrada por Robert Alexander López, un pospenado de la cárcel de Bellavista, condenado por delitos sexuales y porte ilegal de armas. El día de su muerte, Marjorie hacia una visita domiciliaria profesional a su asesino. Ella era contratista del programa de Paz y Reconciliación. Su trabajo era “velar por la salud mental de los reclusos y acompañarlos en su reinserción”.

Recoge en su columna una serie de apartes de las argumentaciones de esas tres instituciones para defenderse de la demanda, en donde se hace evidente la intención de responsabilizar a Marjorie de su asesinato, pues fue “una visita a solas”, no precavió “la peligrosidad de la persona que le causó su muerte” y ella evidenció “falta de interés sobre su propia vida”. Ana Cristina denuncia: “para elevar la revictimización y la misoginia, la degradaron a amante de su victimario”. El título de la columna es relevante: “Feminicidio moral”

Transcurridos 16 años después del crimen, el Consejo de Estado “le dio la razón a la familia”. La periodista resalta el hecho de que “el ITM y la Alcaldía deberán pedir disculpas y exaltar la memoria de la psicóloga”.

Sí, prejuicios, premeditaciones narrativas, intereses de poder.

Por su parte, Lucrecia explica en sus columnas la confusión existente en tres de los conceptos claves que constituyen el tema macro de la diversidad sexual: identidad sexual, identidad de género y orientación sexual. Explica que no dependen intrínsecamente entre sí, “son tres características humanas distintas, no son binarias todas y no son concordantes”. La identidad sexual y la identidad de género son binarias, el gusto erótico no lo es. Pone en el banquillo la demonización y la confusión que se ha construido en torno a estos conceptos.

Demuestra que los roles, las prácticas y los valores asociados a cada género son inducidos culturalmente. La sociedad se empeña en construir los comportamientos masculinos y femeninos como una camisa de fuerza. Explica que se vive hoy un rompimiento de ese carácter binario de la definición y ya hay cada vez mas comprensión entre la identidad de género asignada y la identidad de género sentida.

Esclarece que “el género” conforme se fue definiendo cultural y socialmente desde el poder, tiene el objetivo de “ordenar el reino…para que cada quién supiera el lugar que le correspondía, las tareas a ejecutar y el espacio al cual iba a estar asignado”. De esta forma, lo masculino está concebido para que se asuman como los dueños del mundo público y su sexualidad es lúdica. Lo femenino, se concibe como biológicamente inferior. Nacen para ser las “dueñas del mundo doméstico y su sexualidad está destinada a la reproducción”. No cabe nadie más. Quien no encaja en los roles asignados es excluido o excluida. Excluye, de igual manera, que no tengas el gusto erótico debido, o que no te comportes como es debido a tu género.

El gran error del feminismo, plantea Lucrecia, fue caer en la trampa de equiparar sexo y género en el fragor de la discusión, de manera tal que cuando ya se habían logrado presencias institucionales y las mujeres estuvieron en capacidad de trazar agendas, denominaron “políticas de género” a sus reivindicaciones, no las denominaron agenda feminista o agendas de mujeres y niñas. Y así, se fue llegando a “conceptos tales como igualdad de género”, asuntos de género”, “violencia de género” y fue de eso que se empezó a hablar. Pero tales denominaciones ubicadas en la territorialidad de la “agenda de género” terminó ubicando el debate en donde el patriarcado lo quería: unir el concepto de la identidad sexual al concepto de la identidad de género.

El patriarcado es astuto, ha logrado envenenar las reivindicaciones de las mujeres. Envenenó la liberación sexual “y logró convertirla en trata normalizada para la prostitución, alquiler de vientres y pornografía de alto impacto”, “hizo de la distribución del trabajo doméstico un acto de amor, cuando es una explotación inmisericorde”. La sustentación es demoledora y recorre, desde luego, muchos más temas.

Y entonces la misoginia emerge como una consecuencia de ese ordenamiento del reino, pues las mujeres que se apartan del lugar que les corresponde, las que no son sumisas, las que no ejecutan las tareas que les han sido encargadas, las que no habitan en los espacios asignados, las que se salen de la fila y no se comportan en consecuencia con su rol; hay que proscribirlas, odiarlas, despreciarlas, rechazarlas, disminuirlas, borrarlas.

Tiene razón Ana Cristina, hay asociado a todo esto “una visión reduccionista” que , pienso yo, lo mismo impacta en análisis de los feminicidios y las múltiples violencias contra las mujeres, como las tareas del cuidado, la diversidad sexual, en fin.

El poder, decía Faucoult, no es solamente una relación de dominación que ejercen unos pocos sobre otros muchos. El poder está presente en todas las formas de interacción social. Se ejerce, también a través de mecanismos de control, regulación, normalización que actúan en todos los aspectos de la vida cotidiana.

No hay manera de entender la sumisión como una alternativa para contener los desafueros de esta conspiración aterradora.

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8 respuestas a «Miso…¿qué?»

Tienes todsa la razón José. Las religiones han jugado un papel importante en el relato misógino. Muchas gracias por tu lectura.

Hola Oscar. Pienso que es un patrón de conducta inducido, creo que hay manipulación. Muchas gracias por leer.

Había leído la columna de Ana Cristina Restrepo y sentí dolor de patria al ver jueces y sistema defendiendo lo indefendible… de doña Lucrecia he sabido es una buena profesional y me parece muy bien ayude desde otros escenarios. Gracias don Alberto, como siempre es un gusto leerlo!

El problema con el Feminismo es creer que la mujer puede ser aplastada por el hombre; y sí de hecho lo es, es porque así lo hemos permitido.
Las principales machistas son las mujeres.
Tanto la mujer como el hombre somos seres humanos y de acuerdo a nuestro rol biológico, debemos ser complementarios, amigos, colaboradores y amorosos. Parece que eso es imposible por un problema de educación básica y errónea: la religión y los paradigmas culturales que la condenan como ser peligroso y eroticamente desestabilizador, por aquello de que son multiorgásmicas y llenas de zonas erógenas que representan un reto para el amante machista uniorgásmico.
San Pablo, el de las famosas “Cartas” lo confirma.

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