Hace, sí, una propuesta apoteósica. Propone “un pacto para dejar de prestar atención a quienes están todo el día extendiendo certificados de virginidad ideológica, autenticidad en la representación del pueblo e integridad política”
Por Alberto Morales Gutiérrez
Vivo obsesionado con la idea de que existe una especie de conspiración universal contra el ejercicio del pensamiento y he sostenido que, de cara a un escenario tan complejo como en el que nos tocó vivir, el pensamiento puede ser lo único que nos salve.
Y entonces, me pongo a leer a Daniel Innerarity (La Libertad Democrática. Galaxia Gutemberg 2023) y recibo una bofetada conceptual que estuvo a punto de mandarme al suelo. Este filósofo español nacido en Bilbao en 1959, fue incluido en el año 2005 en la lista de los 25 grandes pensadores del mundo por la revista francesa Le Nouvel Observateur.
Me dejó pensando lo que escribe sobre el pensar: “es, en ocasiones, una manera de decirle que no a la realidad, a los hechos inaceptables”. Argumenta que muchas de nuestras opiniones, más que ser nuestras, son opiniones a través de las cuales otros opinan por nosotros (lo estoy haciendo en este preciso momento) y agrega que para pensar contra la corriente haría falta al menos que hubiera una corriente de pensamiento (el subrayado es de él).
Sostiene, de manera provocadora, que la discrepancia está sobrevalorada. Aclara que no es porque falten motivos para hacerlo, sino porque la discrepancia se ha convertido en una nueva normalidad y ser crítico no resulta un gran valor cuando todo el mundo quiere ser crítico. Destaca un hecho que, a mi juicio, es trascendental: “el pensamiento vive del contraste y la pluralidad”, lo que significa que el pensamiento es imposible tanto allí donde todo coincide como donde no hay ninguna coincidencia. El pensamiento, según Innerarity, no es un scanner pero tampoco un automatismo de rechazo. Así, la criticidad tambalea cuando uno deja de señalar cosas relevantes pero incómodas “y se apunta a los linchamientos fáciles”.
Hace otra afirmación que pareciera incontrovertible: La razón por la que existen tantas ideologías y tantos partidos políticos y tantas sectas y grupos y grupúsculos y religiones , es porque ninguna de ellas o de ellos, agota la interpretación de la realidad, ni agota la interpretación completa del mundo, ni agota o representa la totalidad social.
El drama es que cada militante, cada sacerdote, cada activista, cada creyente, cada partidario, nos creemos mejores, superiores, más informados, con mayor capacidad de síntesis, más lúcidos, inteligentes, dotados, que quienes no coinciden con nosotros. Los del otro lado, los otros, no tienen la verdad y en consecuencia, no tienen la razón.
De hecho, cualquiera sea el bando, todos han construido una narrativa de justicia, de bien común, de libertad, de progreso, que defienden con fervor.
Hay una tendencia humana “a considerar que no podemos aprender nada relevante de quienes están en las antípodas ideológicas”. Y habla entonces de que las reglas del respeto podrían ayudar a corregir tal posición. Reitera que no es solo una cuestión de respeto moral al adversario, sino de inteligencia política, de inteligencia ideológica, pues podríamos asumir la idea de que no es totalmente razonable interpretar las discrepancias en términos de mala voluntad.
Un magnífico ejemplo de la gestión de las discrepancias anida en una anécdota que me contó en estos días un amigo entrañable: Gustavo Giraldo. Me refirió el contenido de una entrevista que le hicieron a Umberto Eco, en donde hablando sobre la televisión y reflexionando sobre lo que era ficción y realidad, decía con humor que podían el papa y el patriarca de Constantinopla no estar de acuerdo en si el Espíritu Santo era el Padre del Hijo, o si era el Hijo el que era el Padre del Espíritu Santo, pero que ninguno de los dos podía negar el hecho de que Clark Kent era Supermán.
El mismo Innerarity hace una referencia pertinente al relato de Borges en El Aleph: “Los Teólogos”, en donde se cuenta la discrepancia insalvable que protagonizan dos monjes bizantinos: Aureliano, coadjutor de Aquilea y Juan de Panonia. Permítame le sintetizo esa historia. Aureliano se movía por el mundo habitando en un axioma: “las herejías que debemos temer son las que pueden confundirse con la ortodoxia”. Ocurrió que los dos brillantes teólogos coincidieron en hacer una crítica a la secta de “los monótonos” que sostenían un concepto que, a juicio de los dos era una herejía. Aureliano argumentó apoyado en un texto de Plutarco, sobre el significado y el poder de la palabra de Dios; Juan de Panonia se apoyó en Plinio que pondera que en el dilatado universo no hay dos caras iguales, y recurrió a Mateo 6:7 según el cual, tampoco hay dos almas iguales, por lo que el pecador más vil es precioso como la sangre que por él vertió Jesucristo. La argumentación era tan sólida que Aureliano “sintió una humillación casi física”. Aunque los dos hacían parte de la misma iglesia, protagonizaron en sus escritos y cátedras una batalla secreta en la que cada uno pretendía superar al otro. La utilización inadecuada de una frase de Juan en un texto de Aureliano, hizo que el primero fuera condenado a la hoguera, el segundo murió de la misma manera pero en circunstancias diferentes, ya anciano. Un incendio ocasionado por un rayo convirtió en cenizas la choza que habitaba.
Borges concluye: “El final de la historia sólo es referible en metáfora, ya que pasa en el reino de los cielos, donde no hay tiempo. Tal vez cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que Éste se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Ello, sin embargo, insinuaría una confusión de la mente divina. Más correcto es decir que en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia ( el ortodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona”
No hace Innerarity una convocatoria a que tenemos que ponernos de acuerdo o a entender que hay una vocación inane en la confrontación, no. Lo que pretende sustentar, dicho en sus palabras, es que ni la contradicción ni la concordancia son, por sí mismas, un criterio de verdad.
Hace, sí, una propuesta apoteósica. Propone “un pacto para dejar de prestar atención a quienes están todo el día extendiendo certificados de virginidad ideológica, autenticidad en la representación del pueblo e integridad política”
A propósito de las exigencias de la política, mis amigos pragmáticos se van a regodear con otra de sus frases lapidarias: “uno de los efectos de la llamada polarización, es que sustituye el poder compartido por la impotencia compartida”
La forma de hacer política hoy, comenta Innerarity, refiere a la caracterización del poder que hizo Foucault en el lejano 1976: el poder es “pobre en recursos, parco en sus métodos, monótono en sus tácticas e incapaz de invención, condenado a repetirse siempre a sí mismo”
¡Qué vaina!
4 respuestas a «No son tan bienaventurados los que tienen la verdad y la razón»
Relativa, aleatoria e inexacta son las tres características que posiblemente saltan al paso para salvar o justificar cualquier ideología ó partido politico ( que son de raíz lo mismo..)
Ese hallazgo tuyo, Innerarity, es muy reciente y muy necesario como herramienta para iniciar la demolición del nuevo pensamiento crítico. Voy a buscarlo y comprar esos libros.
Como anecdota de los vendedores de certificados de virginidad política, el fin de semana pasado estuve departiendo con uno de los fundadores del nuevo liberalismo…
Hola Eduardo. Sí, es un texto fascinante. Muy bueno que lo leas. Gracias por leer y comentar.
Alberto
Creo que apenas nuestros ancestros se estaban adaptando a la vieja madre. Parecía que la respetaban aunque esa sed de sangre les daba también para pensar y plantearse soluciones evitando el castigo de una hambruna. Tal vez eso fue lo que le pasó a los mayas: No supieron adaptarse y se murieron de hambre en el novecientos.
Ahora lo mismo nos sucederá si nos descuidamos. Por más fantasmagorias de lujo y comodidad, llegará el día en que al abrir la llave saldrá un destilado de pantano y petróleo. Así de simple, y ni siquiera Musk desde su burbuja marciana, o Trump desde su tumba en la Florida, podrán hacer absolutamente nada.
Juan mira. No se había borrado tu comentario. Pienso que los intereses de Trump y Musk van en contravía de los sueños ambientalistas. Ellos son negacionistas. Para ellos, aquí no está pasando nada. Un abrazo agradecido,.