Bueno, hay fenómenos por todas partes en estos días: El fenómeno Trump, el fenómeno Bolsonaro, el fenómeno Uribe, en fin. Personajes extraños que cuentan o han contado con una enorme aceptación popular. Miles y miles de adeptos de las más diversas edades, ingresos, formación, los apoyan con entusiasmo y casi que con veneración. ¿Están engañados?
Por Alberto Morales Gutiérrez
Un lúcido artículo del diario El País de España escrito por Jacobo García, da cuenta del fenómeno Bukele en el Salvador. Un mandatario de 39 años que ha instalado una especie de telecracia y que gobierna a punta de conmociones mediáticas desde su celular. No le gusta que le contradigan y los poderes legislativo y judicial de su país empiezan a estorbarle. Tiene un 71% de aprobación y todo apunta a que su partido se impondrá en las próximas elecciones a cuerpos colegiados.
Bueno, hay fenómenos por todas partes en estos días: El fenómeno Trump, el fenómeno Bolsonaro, el fenómeno Uribe, en fin. Personajes extraños que cuentan o han contado con una enorme aceptación popular. Miles y miles de adeptos de las más diversas edades, ingresos, formación, los apoyan con entusiasmo y casi que con veneración. ¿Están engañados?
La paradoja.
Es muy extraño. Somos una especie animal inteligente, la única con capacidad de reflexión, imaginativa, poseedora de un lenguaje, la única con sentido de la identidad, la única especie que sabe que va a morir, la única capaz de sostener un diálogo interior, de conversar con ella misma. Pero somos a su vez la única especie que es capaz de engañarse a sí misma. Es una paradoja existencial que nos ubica en el peor de los escenarios: Lo que es nuestro poder es, de igual manera, nuestra debilidad autodestructiva.
Existe en la mitología nórdica la serpiente de Jormungand, presente en diversas culturas antiguas que se remontan a 3.000 años antes de nuestra era. Se trata de una serpiente (a veces es un dragón) que empieza a devorarse a sí misma desde su cola. A no dudarlo, el tema del autoengaño encaja en la paradoja que ofrece la serpiente de Jormungand.
El impacto de las creencias.
El autoengaño lo desencadenan las creencias. Asumida una creencia como nuestra verdad, tenemos muchas dificultades para mirarla desde la distancia aun cuando estemos dialogando con nosotros mismos. La gente habita en sus creencias. Si asume que Trump es un gran señor, Uribe un salvador, Bukele un genio, entonces esa es su verdad. Hay un negarse sistemático a observar cualquiera otra alternativa. Nos da miedo pensar. Por eso se ha impuesto esa transmutación que tanto analiza el filósofo corerano Byung Chul Han y somos hoy “el sujeto del rendimiento”, un individuo alienado que habita en la “sociedad del cansancio” y se sumerge en el enjambre digital sin posibilidad de reflexión alguna. Una vida que transcurre entre “instantes fugaces” en la que desaparece el sentido del tiempo y, lo más grave, una vida que se vive en la pecera, exhibiéndose y posando en la vitrina de las redes sociales ante esa que denomina la “sociedad de la transparencia”. Y así, en esa vida miserable, el individuo cree que se siente feliz. “Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose” .
Tal vez la descripción más gráfica del fenómeno la hace Zygmunt Bauman en “La era del vacío”, cuando nos remite a Lion Feuchtwanger, quien sugiere que en “La Odisea”, esos marineros hechizados por Cirse y transformados en cerdos, realmente estaban encantados con su nueva condición. De hecho, resistieron con desesperación los intentos de Odiseo para romper el embrujamiento y devolverles la forma humana. Así, en el instane en el que el héroe les dice que ha encontrado unas hierbas mágicas capaces de deshacer el hechizo y que pronto volverán a ser como antes, esos marinos “devenidos en cerdos” corren a esconderse a tal velocidad, que Odiseo no puede alcanzarlos.
Resalta lo que ocurre cuando éste último atrapa a uno de los cerdos y logra frotarlo con las hierbas, porque de entre esa piel peluda y áspera del animal, surge entonces Elpenor, que ha perdido toda su gracia de marinero heróico. Ahora es un ser común y corriente, simple, elemental, no tiene esa vocación de lucha que lo caracterizaba en el pasado. Devenido en hombre, Elpenor increpa a su liberador:
“¿Así que has vuelto, granuja entrometido?, ¿otra vez a fastidiarnos y a molestarnos?, ¿otra vez a exponer nuestros cuerpos al peligro y a obligar a nuestros corazones a tomar nuevas decisiones? Yo estaba tan contento, podía revolcarme en el fango y retozar al sol, podía engullirme y atracarme, gruñir y roncar, libre de dudas y razonamientos. ¿Qué debo hacer?, ¿esto o aquello?. ¿A qué viniste?, ¿ a arrojarme de nuevo a mi odiosa vida anterior?”
Si pudiera hablarse en términos de esperanzas, pareciera surgir una primera fórmula inicial de salvación: ¡Es mejor que no crea mucho en lo que está creyendo! ¿No le parece?