La verdad es que el acto violento en particular y la violencia generalizada (la guerra por ejemplo) no es un asunto menor. Su complejidad es evidente y nuestra especie lleva miles de años reflexionando alrededor de ella.
Por Alberto Morales Gutiérrez
De unos días para acá, fluyen por las redes unos videos concebidos en un tono testimonial, cortos, efectivos, que narran una historia única: las golpizas “sanadoras”.
Un marido golpea a su pareja en la calle y entonces empiezan a brotar de todas partes hombres indignados que le propinan una paliza al agresor hasta hacerlo huir o dejarlo inconsciente. El video, segundos antes de terminar, pregunta: ¿está usted de acuerdo con esta solución?, ¡compártelo! (sic)
Hay video de “paloterapia” con el carterista cogido “in fraganti”, con la mujer adúltera, con el que comete una infracción de tránsito, con el atracador de la tienda, con el comensal grosero, con quien humilla a un humilde, con el que arroja la basura en un sitio prohibido. Quienes graban y difunden estos videos sostienen la teoría de que la “paloterapia” ¡todo lo cura!
Es, evidentemente, una estrategia habilidosamente concebida para que la solución de la violencia sea asumida como natural, como un ejercicio cotidiano necesario y eficaz, que terminará por domesticar a todo el mundo. La idea es que impongamos a los desadaptados, el comportamiento sano y civilizado de nosotros, los buenos.
Podría ser, tal vez, un engendro de los propagandistas de Bukele; una conspiración de los defensores de las “guerras justas”; tal vez una idea de los estrategas comunicacionales de Netanyahu y el sionismo. De igual manera, podría ser una habilidosa campaña de la industria de las armas; quizá una operación propagandística de lo que queda del uribismo, en fin. Como todo el mundo sabe, los defensores de las soluciones de fuerza constituyen una logia variopinta de fanáticos irredimibles. Su lógica es que el mundo solo es susceptible de arreglarse en la perspectiva del garrote.
El uso de la fuerza y los desafueros de las violencias han sido temas de reflexión a lo largo de los siglos. La sobrevivencia como prioridad existencial se usa como argumento central de quienes la defienden y la ética es el hilo de la narrativa que esgrimen quienes la combaten.
El gran logro de tan perversa estrategia es que la violencia expuesta, ejercida, socializada, ya no repugna, sino que divierte. A las gentes le parecen “charras” todas esas experiencias y las comparten con entusiasmo y las aprueban. Así, los feminicidios, la intemperancia, los balazos a los vecinos, los disparos a los indigentes, las peleas callejeras, son una rutina ampliamente aceptada. Algún experto sentenció: “la violencia ha devenido en cultura”. Y tiene la razón.
Aunque ha existido desde siempre, podría decirse que todas las formas de violencia que se manifiestan en el mundo de hoy, tienen una especie de carta de ciudadanía: los genocidios, las masacres, el terrorismo, la violencia delincuencial, los maltratos a los grupos más vulnerables, los abusos, el bulling, el trolleo, no solo son naturalizados, sino que operan como una especie de pandemia que ha terminado por ser aceptada con resignación.
Incluso hacen carrera afirmaciones tales como que nuestra especie “es violenta por naturaleza” y surgen teorías diversas dedicadas a sustentar esa naturalización: la Teoría del Impulso, según la cual la agresión proviene de condiciones externas ineludibles que activan el instinto de dañar a otros. El Modelo Cognitivo de Berkowitz, que refiere la violencia contagiosa producto de la exposición de los actos violentos en los medios de comunicación. El Modelo afectivo de Craig Anderson, centrado en las “variables de entrada” que activan el instinto violento: provocación, frustración. Explica que hay factores internos como la “afectividad negativa” y factores de salida que son las expresiones finales de la violencia.
Don Xavier Etxeberría Muleon le ha dedicado su tiempo a esclarecer una definición de la violencia en sentido moral y afirma que “la violencia en sentido moral, esto es, la violencia inmoral (la violencia moralmente justificada o permitida no es violencia en este sentido), es una injusticia cometida contra quien la sufre”
Para el buenazo de Xavier la “violencia moral” está totalmente permitida, claro, toda vez que los buenos tenemos causas buenas que nos permiten ejercerla sin remordimientos.
La verdad es que el acto violento en particular y la violencia generalizada (la guerra por ejemplo) no es un asunto menor. Su complejidad es evidente y nuestra especie lleva miles de años reflexionando alrededor de ella.
Nietzsche aporta, por ejemplo, lo que algunos teóricos definen como una concepción “densa” de la violencia, al explicarla como una “expresión de la dimensión trágica y heroica de la vida del hombre”. Se trata de una realidad -dice- que ha sido “falsificada” por la moral y el logos. Junto con Schopenhauer, arguye que la historia de la humanidad es una historia de crueldad manifiesta. Ambos hacen parte del club de los pesimistas.
Pero hay otras miradas. Me impacta en particular el filósofo lituano Emmanuel Lévinas (1906-1995) que aborda el tema de la ética del reconocimiento del otro y la ética de la responsabilidad para con el otro. Un reconocimiento que podría entenderse como una “ética de la mutua dependencia entre el yo y el otro” que, desde mi punto de vista, pone el tema en donde debe ser, toda vez que permite que entendamos y nos expliquemos la violencia como un mal, “en la medida en que hace sufrir al otro, por mantenerlo en condición de inferioridad o dependencia sin ninguna razón sólida, o sea, porque tan solo objetiva al ser que es el otro afectado”.
Reivindica Lévinas el ethos protector del otro.
Creo que ese es el secreto para abordar este asunto tan angustioso. Entender la existencia del otro, la necesidad vital que tenemos del otro; entender el significado liberador de la diferencia con el otro y aceptar esa diferencia. Pienso que este raciocinio es lo único que nos separa de la bestia.
Tal vez en esta dignificación del otro, descanse la narrativa necesaria del Proyecto Humanidad.
16 respuestas a «“Paloterapia”, una campaña siniestra.»
Ayer reflexionamos en el taller de escritores”aprendiz de brujo” sobre el tema de la guerra y la apuesta de países como Dinamarca por la paz a pesar de su pasado salvaje y violento .Las creencias nos separan,aceptarnos humanos nos une.
Hola Angela! Muy grato verte por aquí. Muchas gracias por tu lectura y por comentar. No dudo que la reflexión sobre las exigencias de nuestra condición humana contribuye a neutralizar las pretensiones de los cultores de la violencia.
La paliza que dispensan en el concejo comunal de los tunebos a los infractores de sus normas nos parece una salvajada primitiva,sin embargo al observar cuidadosamente el ágil y poderoso vuelo de un avion de combate nos sentimos felices de ver los grandes avances de la ciencia…
Igual que los Daneses y tantos otros que posaban de pacifistas llevando en paralelo y en secreto el deseo de matar al otro.
Buenos días Eduardo. Muchas gracias por tu lectura y por comentar. Tienes razón, los defensores de la violencia moral, de las guerras justas, han construido todo tipo de narrativas en defensa del garrote selectivo.
Buenos días don Alberto, creo que estamos volviendo al tiempo de Moisés del”ojo por ojo’ antiguo testmento🙏🏻
Hola John Jairo. Muchas gracias por leer. Desde antes de los tiempos de Moisés nos vienen persuadiendo de que la violencia es consubstancial a nosotros. ¡La falacia es antigua!
Me vino el recuerdo de ” contra la violencia reaccionaria la violencia revolucionaria”. Cuantas veces gritamos esa consigna. Ahora a la luz de tu artículo no se justifica semejante engendro.
Hola Eduardo. Un abrazo. Tu definición es exacta: la violencia es un engendro. Gracias por leer.
Estoy totalmente de acuerdo con la “paloterapia” cuando la justicia no obra con el rigor y la oportunidad que se debe. En nuestro medio se ve muy seguido está nueva forma de justicia. Eso es para que lo piensen dos veces quienes piensen obrar mal.
Muchas gracias por leer Eduardo. Desde luego no comparto tu apoyo a la “paloterapia” y no la veo como una alternativa a la justicia no aplicada. La veo, por el contrario, como un signo de decadencia de nuestra sociedad.
Eso es una clara muestra de la impotencia del estado burgués. Es el huevo de la serpiente.
Hola Wilmar. muchas gracias por tu comentario y por leerla.
Totalmente de acuerdo, no se puede aupar la justicia por mano propia, pero con la inmediatez de las redes, cada día perdemos más los valores.
Hola Helena. Gracias por tu reflexión y gracias por leer. Somos víctimas de una conspiración en la que las redes ocupan un lugar relevante. Nos manipulan, orientan, engañan, mostrando otras realidades. ¡Hay que estar vigilantes!
Estos paloterapustas deben ser las mismas bestias que se indignan con el toreo y que derraman lágrimas por un perro o un gato.
Tartufos.
Àlvaro hola. Muchas gracias por leer. Abrazo