Hay por ahí un expresidente de Colombia cuya fantasía infantil era tener la “gloria” de Diomedes Diaz y empezó a utilizar su poder para interrumpir cuanta reunión convocaba o a cuanta reunión asistía, con el fin de “regalarle” a la audiencia sus “talentos” como “cantor”.
Por Alberto Morales Gutiérrez.
Esto de la psique es bien complejo. Tengo dos amigos altamente exitosos y admirados por lo que hacen, pero ninguno de los dos puede ocultar el enorme grado de angustia y frustración que sienten, al no ser reconocidos en lo que quieren ser reconocidos. Estas dos personas realmente desean brillar en otros oficios y exhibir otros talentos.
Se dan también, casos diferentes.
Hay por ahí un expresidente de Colombia cuya fantasía infantil era tener la “gloria” de Diomedes Diaz y empezó a utilizar su poder para interrumpir cuanta reunión convocaba o a cuanta reunión asistía, con el fin de “regalarle” a la audiencia sus “talentos” como “cantor”. De hecho, pocas horas después de abandonar el palacio de gobierno, al terminar su desastroso período, la primera urgencia que tuvo en su condición de“ciudadano de a pie”, fue la de salir a cantar en un bar cercano a su apartamento y aburrir a los asistentes. ¡Pobre tipo!
Y existen también personas cuya patológica sed de reconocimiento los hace cometer locuras, mentir, despeñarse por los excesos, buscando que se hable de ellos. El caso más relevante (ya lo he contado) es el de Eróstrato, en la antigua Grecia, quien después de intentarlo todo en su obsesión por pasar a la historia, incendió el templo de Diana (una de las maravillas del mundo) y reclamó su autoría con verdadero entusiasmo, para que todo el mundo supiera que él lo había hecho.
La justicia griega, cuya sabiduría era notable, lo condenó a muerte previo advertir que nadie asistiera al juicio y a su posterior ahorcamiento, de manera tal que Eróstrato murió convencido de que nadie se interesaba en él.
Hay por aquí un alcalde que padece la misma obsesión y a fuerza de mentiras, trapisondas y grandes inversiones en su “imagen pública”, ha inventado enemigos, causas, alegatos absurdos, para que su nombre suene, mientras con dolo evidente y sin ningún disimulo, se apropia de los recursos del erario. ¡Un verdadero truhán!
Es fácil detectar este tipo de enfermos, pues a ellos les queda imposible ocultar sus verdaderas intenciones. Son mitómanos en el sentido estricto de la palabra, algunos son esquizofrénicos. Su mediocridad es, siempre, más que evidente.
Pero, paradójicamente, existe también el fenómeno contrario. Seres humanos verdaderamente sobresalientes, de enorme talento y capacidad que no obstante sus méritos, transitan por el mundo de manera casi invisible y la historia tanto como la sociedad, se niegan a abrazarlos. Son seres humanos que también sueñan o soñaron con el reconocimiento merecido, lo anhelaron con urgencia.
Para la muestra, el filósofo Giambattista Vico, a quien Isaiah Berlin define como “uno de los innovadores más audaces de la historia del pensamiento humano”. Son múltiples y sorprendentes sus reflexiones y análisis, sus aportes innegables, sus concepciones disruptivas. Vico es, a partir de sus elucubraciones sobre la naturaleza del conocimiento, el creador de la idea de la “cultura”. Se ha dicho de Vico, igualmente, que “prácticamente inauguró” en el siglo XVIII una nueva visión de la historia y de las ciencias sociales. A Vico se debe “la invención” de la antropología comparada y de la filología.
Berlin reivindica que fue también Vico el primero que trazó la distinción entre las ciencias naturales y las humanidades.
Incansable en el ejercicio de pensar, habló profusamente del lenguaje, del símbolo, del derecho, del mito, de las matemáticas, de “la fuerza vital” y de una “humanidad que se crea a sí misma”. Muchas de sus consideraciones que fueron atacadas como absurdas, terminaron convirtiéndose no solo en verdades aceptadas universalmente, sino en conceptos probados científicamente.
Impactado por un accidente de la juventud que lo dejó lisiado, Vico vivió virtualmente en la miseria. Aun en su condición de profesor universitario, recibía unos honorarios muy bajos y sufrió penurias a lo largo de casi toda su existencia. Era pues – según expresa Isaiah Berlin-“un erudito asolado por la pobreza, irascible y, en cierto sentido, patético, que escribía cuando y como podía, y vivía en una sociedad que no reconocía sus extraordinarios dones”.
Salvo en Nápoles, en donde nació, su reconocimiento es muy reducido. Los grandes pensadores de su tiempo lo ignoraron por completo y, ocasionalmente a lo largo de los últimos trescientos años, ha ocurrido que algunas de sus hipótesis son retomadas y reconocidas por personalidades prestantes que, incluso, se esfuerzan por reivindicar el carácter histórico de su pensamiento y de su existencia, pero la adversidad que lo persigue aún después de muerto, logra hacerlo desaparecer de nuevo.
Desde luego que la generalización es inadecuada en todo proceso discursivo, pero voy a pecar con premeditación, a propósito del tema de la mediocridad (esa condición que exhiben los obsesionados por ser reconocidos): Un texto de la doctora Amanda Rayo, especializada en Ciencias Políticas y profesora de la Universidad de Granada en España, atribuye a la internet la banalización del discurso político contemporáneo, pues los “políticos” que se engolosinan con la herramienta, necesitan que ese discurso quepa en un trino.
Esa es la herramienta de la mediocridad. La edición del noticiero de televisión o la nota en la noticia de radio, obliga a que se piense siempre en los términos de esos veinte segundos disponibles para “impactar”.
La “democracia de las audiencias” ha logrado el prodigio de que sean los imbéciles los que brillen. Si, el pensamiento ha sido derrotado.
Por eso, lo vital son las resonancias, los likes. Que hablen de ellos, aunque sea que hablen mal, pero que hablen.
Y en el entretanto, la lista de los mediocres que resuenan más por sus exabruptos que por sus logros, se acrecienta: Nerón, Eduardo II de Inglaterra, Nicolás II, Bokassa, Napoleón III… puede usted poner los nombres que conozca y que más encajen con la historia reciente de esta “Colombia con P mayúscula”, que se estremece por estos días con “el cambio en primera”. La lista es infinita.
2 respuestas a «¡Que hablen de ellos, aunque sea que hablen mal, pero que hablen de ellos!»
Que hablen aunque sea del mal. Pero que hablen
Gracias Pedro, por leer.