Instalados en el universo de los galimatías, lo que estamos observando hoy es una especie de envilecimiento colectivo de las almas, que sucumben a la manipulación. Lo dice premonitoriamente el autor: “el alma envilecida no es capaz de ofrecer resistencia al destino”.
Por Alberto Morales Gutiérrez
En épocas de confusión, se vuelve un factor común hablar de revoluciones, de cambios extraordinarios. Las gentes claman que tales revoluciones salvadoras sean capaces de reconstruirlas y, en consecuencia, salvarlas del desastre.
Así, la palabra cambio se apodera de todo. Hablan de cambio los que sufren y también hablan de cambio los sátrapas. En nombre del cambio hay sociedades, naciones, ciudades, que terminan no solo doblegadas por hampones, patanes y negociantes sin entrañas; sino en condiciones más deplorables que las que tenían cuando se impuso el cambio que les fue propuesto, y con el que fueron engañadas.
José Ortega y Gasset publicó en 1923 un inteligente ensayo sobre el tema de las revoluciones, cuyas premisas son una mirada refrescante en estos tiempos, en los que el ejercicio del pensamiento parece haber sido derrotado.
Su análisis se alimenta del ritual egipcio de los muertos, en el que luego del desdoblamiento del cadáver, el sujeto tiene que hacer la gran definición de sí mismo ante los jueces de ultratumba y entonces, para definirse, “se confiesa al revés”. El ejercicio significa “enumerar los pecados que no ha cometido”.
Eso le permite al autor afirmar que, para definir una época, no basta con saber lo que en ella se ha hecho, sino que es preciso saber lo que no se ha hecho, lo que fue imposible de hacer. Y explica que una época es un repertorio de tendencias positivas y negativas, “un sistema de agudezas y clarividencias unido a un sistema de torpezas y cegueras”
A partir de allí, sostiene que no puede definirse como revolución a todo movimiento colectivo en el que se emplee la violencia contra el Poder establecido y sintetiza, de manera poética, que la revolución no necesariamente es la barricada sino un “estado del espíritu”.
Es por ello que no habla de revoluciones sino de eras revolucionarias, eras que duran de dos a tres siglos, hasta instaurarse definitivamente. Explica, por ejemplo, que el hombre medieval, cuando se rebela, se rebela contra los abusos de los señores, pero que “el revolucionario, en cambio, no se rebela contra los abusos, sino contra los usos”
Reivindica la importancia de la idea que alimenta la construcción de cualquier revolución. Lo sintetiza de manera didáctica cuando afirma que “lo mismo en Grecia, en Roma, que en Inglaterra o en el continente europeo, la inteligencia, siguiendo su normal desarrollo, arriba a un estadio en que descubre su propio poder de construir con sus medios exclusivos, grandes y perfectos edificios teóricos”
La revolución exige un vuelco, una total inversión de la perspectiva espontánea, un revolcón de la idea que se tiene del relato dominante, de la idea aceptada por todos; esas ideas que operan como el instrumento al servicio de la aceptación de las necesidades vitales. La revolución exige un vuelco radical en las relaciones entre la vida y la idea, pues una vez adoptada la idea revolucionaria, es la vida la que se pone al servicio de esa idea.
Este período oscuro en el que nos encontramos hoy, se caracteriza por la persistente, efectiva y monstruosa campaña emprendida para que desaparezcan las ideas. La simplicidad y la ausencia de pensamiento, la castración de todo intento reflexivo, es el logro más siniestro de las nuevas técnicas de dominación. Es la instauración del imperio de la tontería. La gente ya no se hace preguntas.
Resulta, por lo menos patética, la inusitada “compra” de esos conceptos con los que los pregoneros del cambio recién llegados al poder, escudan su ausencia de intenciones para propiciar un cambio.
Mire que, en Colombia, está haciendo carrera la falsa idea de que las alianzas con los sectores más corruptos y retardatarios de la sociedad, propiciarán que logremos, por fin, instaurar cambios trascendentales.
Está haciendo carrera también la falsa idea de que los avales de los organismos financieros internacionales que han propiciado los desastres conocidos de la economía de mercado, son los avales que revisten de “transformadoras” las propuestas del cambio económico.
Está haciendo carrera la falsa idea de que los intereses políticos, económicos y sociales de los Estados Unidos, coinciden con los intereses políticos, económicos y sociales de las grandes multitudes que aspiran a un cambio.
Instalados en el universo de los galimatías, lo que estamos observando hoy es una especie de envilecimiento colectivo de las almas, que sucumben a la manipulación. Lo dice premonitoriamente el autor: “el alma envilecida no es capaz de ofrecer resistencia al destino”.
En tiempos así, como lo ha demostrado la historia, “el espíritu, incapaz de mantenerse por sí mismo en pie, busca una tabla donde salvarse del naufragio y escruta en torno, con humilde mirada de can, alguien que lo ampare. El alma supersticiosa es, en efecto, el can que busca un amo…el hombre siente un increíble afán de servidumbre. Quiere servir, ante todo: a otro hombre, a un emperador, a un brujo, a un ídolo. Cualquier cosa antes que sentir el terror de afrontar solitario, con el propio pecho, los embates de la existencia”
Causa horror observar esa humilde mirada de can, en muchas personas que vociferan a voz en cuello, que ellas son revolucionarias…
6 respuestas a «¿Qué tan revolucionario es usted?»
La mejor inteligencia es aquella que no envejece Alberto, y la tuya se aproxima peligrosamente a la jubilación. Es una lástima porque lees buenos libros y tratas de coger apartes de ellos para coadyuvar tus argumentos, algunas veces con éxito.
Añoras sueños del pasado que por fortuna nunca se cumplieron ni se cumplirán. Los sueños del MOIR venido a menos (mucho más a menos), en su matrimonio con Sergio Fajardo.
Como todos sus militantes, odias a Petro sin que el resto de los mortales sepamos la razón y critican su gobierno, aún incipiente, como si fuera un gobierno revolucionario, cuando apenas si es un gobierno liberal y con vocación de reformas.
A Petro le piden ser revolucionario, pero a Fajardo lo aceptan tal cual y tan tibio y sin carácter como lo fue siempre, ¡es increíble lo que puede hacer el odio en el corazón humano!
Creo que este gobierno quiere hacer reformas importantes sin volvernos Venezuela o Nicaragua, y aún así, la extrema derecha sigue insistiendo en que Petro es el diablo, y como los extremos terminan juntándose, ustedes los revolucionarios verdaderos de la izquierda histórica de colombia (el MOIR), piensan igual.
Gracias John por leer. Tu fe en Petro es conmovedora.
Rebelde es el que se disgusta y patalea porque la sopa está fría o no le gustó la carne. Mafalda es rebelde. De otra parte, revolucionario es aquel que lucha por un cambio, por modificar el paradigma, lo establecido.
El actual gobierno lo que hace cada día es mostrarnos el país que heredamos y asumirlo. Sabe que el cambio es imposible por las vía social demócrata, pero hace los intentos para que se aprecie mejor el decorado: se reúne, trata de llegar a acuerdos, otra vez se reúne, pero en el curso habla, muestra, enseña y educa hacia el cambio. Trata de abrir fisuras e ingresar taladrando constantemente para debilitar esa “mentalidad”, esa ideología formada a base de miedo, ignorancia y desprecio hacia el otro.
Otra cosa es estar convencido de que solo con una acción militar de tipo stalinista se logrará la “revolución”. Eso es simple rebeldía.
Al final importarán cuatro o cinco leyes que traten de conservar la selva, el agua y el aire limpio.
Petro, fue el Diablo, es el Diablo y seguirá siendo el Diablo, mentiroso, corrupto, inmoral e incapaz.
¿Será Fico el enviado del Señor?
Gracias por leer Juan Fernando. Siempre es grato alimentar el pensamiento y la deliberación. Tú sabes hacerlo