El funcionario le ha expresado que ese tipo de poder especial está en la creación y no en la destrucción. Calígula le responde que no hay diferencia entre la una y la otra y acota que “la única manera para ser igual a los dioses es rivalizando con su crueldad”.
Por Alberto Morales Gutiérrez
Se murió el papa Benedicto XVI a los 95 años. Había renunciado a su altísimo cargo en febrero del año 2013, en un hecho que el mundo católico se demoró en asimilar, pues en los últimos 598 años ningún otro papa había renunciado. Antes de él, el muy efímero Gregorio XII , lo hizo a los seis meses de haber asumido su responsabilidad . Ratzinger estuvo ocho años.
No deja de extrañar que alguien que ha sido designado, nada más y nada menos, como el representante de Dios en la tierra y quien, en términos doctrinarios, ha sido dotado con el don de la infalibilidad; se levante un día y le diga a su divinidad y al resto del mundo, que ya no va más.
En “Bestiario tropical”, esa divertida joya del inolvidable Alfredo Iriarte, don Leonel Giraldo escribe en el prólogo, con particular solvencia, sobre los dioses y los personajes que se creían Dios. Esas cosas ocurren.
Recoge Giraldo un parlamento de la película “Calígula” (1979) la comedia negra de Tinto Brass y nos cuenta que luego de una escena bárbara de muertes en el salón del emperador, este conversa con Petrelio, su consejero, acerca del “poder divino”. El funcionario le ha expresado que ese tipo de poder especial está en la creación y no en la destrucción. Calígula le responde que no hay diferencia entre la una y la otra y acota que “la única manera para ser igual a los dioses es rivalizando con su crueldad”.
Giraldo avanza mil novecientos años en la historia para contarnos la respuesta que el dictador salvadoreño Maximiliano Hernández Martínez le dio al arzobispo, cuando se le acercó a clamar para que detuviera una de sus famosas matanzas: “Es que en El Salvador, yo soy Dios, su excelencia”.
Y nos demuestra que no es ficción que el general Rafael Leonidas Trujillo, el dictador de República Dominicana, publicó y difundió una biografía suya en la que se registraba como Dios y “que tenía el poder de aplacar los huracanes”. Otro dictador en Bolivia, el general Mariano Melgarejo, hablaba como un dios, caminaba como un dios, gesticulaba como un dios, pues tenía la certeza de haber sido elegido para serlo, toda vez que nació un Domingo de Resurrección.
Y sí, basta con revisar la historia de emperadores, príncipes y reyes, que han gobernado en las más distantes naciones con mano de hierro y han herido sin piedad a sus súbditos, para que desaparezca toda duda sobre el hecho probado y cierto de la crueldad de todos los dioses y de quienes los representan en la tierra.
Las cruzadas y las guerras santas han sido masacres bárbaras; los excesos e ignominias de la Inquisición son execrables. A no dudarlo, la crueldad es la impronta de la Iglesia de Ratzinger.
Observe usted que han transcurrido miles y miles de años desde cuando las religiones y sus jerarquías empezaron a tomar forma y, aún hoy, el argumento del terror sigue siendo el predilecto de todos los que poseen la verdad divina.
Desde mucho antes de ser ungido como Papa, en los pasillos del vaticano se le apodaba “el cardenal Panzer” y, ya ungido, sus detractores hablaban de él como el “rottweiler de Dios”. Sus defensores lo definen como un intelectual y un teólogo brillante.
Para ser bien subjetivo, la primera impresión que tengo es la de su cara adusta, la ausencia total de alegría en su rostro. La segunda, es el impacto que me generaron sus zapatillas rojas.
Pensé mal desde el primer momento, porque me parecía un desliz fashion totalmente impertinente. Ya superada la sorpresa, se me ocurrió que era un mensaje cifrado, un símbolo de modernidad, la promesa de un papado audaz, de cambio. Me equivoqué, claro. La ignorancia nos pone a pensar en cosas que no son.
No, Joseph Aloisius Ratzinger lo que hacía con las zapatillas rojas, era enrostrarnos su visión del papado y de su iglesia, y advertirnos la dimensión de su conexión con las tradiciones y con el más rancio pasado del catolicismo. No se trataba de una decisión caprichosa y light, era su manera de recordarnos las tradiciones de la era bizantina, ese período esplendoroso del cristianismo que se prolongó a lo largo de mil años, desde el 330 de nuestra era hasta 1453. El imperio de Bizancio operó como un Estado teocrático (una especie de paraíso terrenal para las jerarquías cristianas) pues los administradores del estado eran de igual manera los líderes de la religión. Así, desde el poder y la capacidad militar, el cristianismo no solo se extendió por el mundo conocido, sino que logró contener los avances del islamismo en ese largo período.
En la lógica del ritual bizantino, el color rojo simboliza el poder y “solo el emperador, la emperatriz y el Papa, estaban autorizados a llevarlos en sus vestimentas”. Las zapatillas rojas de Ratzinger eran, pues, un gesto imperial.
No sin razón, el experto del catolicismo Edward Stourton lo definió como “un conservador en el sentido más profundo de la palabra. Alguien que cree que la tradición refleja verdades importantes y debe ser respetada”.
No olvide usted que Joseph Aolisius estuvo durante 25 años al frente de la Congregación para la doctrina de la Fe, el nombre políticamente correcto que adoptó la que, en su época, se llamó Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, que “fue fundada por Pablo III en 1542 con la Constitución “Licet ab initio”, para defender a la Iglesia de las herejías”.
Ratzinger actuó como un inquisidor desde mucho antes de ser Papa y, ya ungido, no descansó en sus persecuciones. Fueron centenares sus víctimas, a quienes silenció, prohibió sus libros, y las condenó al ostracismo. Se destacan personalidades como Karl Rahner, Edward Schillebeck, Hans Küng que, aunque usted no ha oído hablar de ellos, son reconocidos por su teología humanista. También el franciscano brasileño Leonardo Boff, la teóloga feminista Elizabeth Johnson y, desde luego, todo lo que representaba la teología de la liberación, en especial los libros de Jon Sobrino. No debemos olvidar que se opuso de manera radical a la canonización del arzobispo de San Salvador Oscar Romero, quien fue asesinado mientras oficiaba una misa.
Tal radicalidad riñe con las realidades que afloran en el informe de la firma de abogados Westpfahl Spilker Wastl presentado el 20 de enero de 2022, que relaciona una profunda y larga investigación sobre los abusos de pederastia clerical cometidos entre 1945 y 2019 en la diócesis de Munich. En él, con pruebas contundentes y hasta el momento no rebatidas, se demuestra el encubrimiento sistemático de Ratzinger a los curas depredadores. La costumbre inveterada de subestimar acusaciones, y de encubrir y trasladar a los abusadores a otro lugar, en donde podían continuar con sus prácticas siniestras.
Su comportamiento con Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y con el arzobispo de Washington Theodor McCarrick, abusadores atroces, es más que vergonzoso. Los sentenció al retiro, a llevar “una vida de oración y penitencia” que, como es de todos conocido, ninguno de los dos depredadores acataron.
Ni un gesto de piedad con las víctimas. Los dioses son crueles. Es evidente que las zapatillas rojas eran, sin lugar a dudas, un grito de combate.
12 respuestas a «Ratzinger, el de las zapatillas rojas…»
Alberto: excelente, agrego que la DW; emitió via canal artículo memorable que la confirma. ✍️
Gracias Juan Eugenio por leer. Ratzinger tenía un perfil siniestro…
Muy buen artículo Alberto, excelente. La importancia de estar a prudente distancia del objeto de análisis. Felicidades!
Gracias John por leer.
Magnifico articulo Alberto. Abrazos
Gracias LuzMa por leer.
La realidad no puede ser tapada, gracias por informar con tan buen artículo.
Gracias a ti Nancy, por leer.
Hacer luz sobre la oscuridad es una manera elegante para denunciar… Lo haces muy bien Morales, te luce la escritura…
Hola Camilo. Gracias por leer. Abrazo grande
Excelente descripción de las zapatillas rojas de Ratzinger, símbolo del obscurantismo y de la inocultable verdad de los atroces crímenes del catolicismo. También de unas de las instituciones más crueles y corruptas que ha tenido la humanidad: el Papado. Todo está mi libro virtual titulado Yo, el ateo.
Gracias por leer Luis Guillermo. Buscaré el libro!