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Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia…

Por Alberto Morales Gutiérrez

La verdad es que el ritual católico de la novena de Navidad es extraño. Propone convertir la infancia de Cristo (la primera infancia) en una especie de fase superior de su existencia y, a través de esta pretensión, termina fraccionándolo. Así, uno es el Cristo acabado de nacer, otro el Cristo adolescente (que ha sido totalmente invisibilizado) y otro es ese Cristo del corto período de predicador nómada que termina sacrificado en la cruz. Se repite, obcecadamente, el misterio de la Santísima Trinidad: “tres personas distintas y un solo Dios verdadero”.

La novena de Navidad hace una evaluación muy singular que brinda a la infancia de Cristo un valor inmenso, excepcional. Es precisamente a partir de esa evaluación que propone el estribillo que, con la dimensión de un axioma, aceptan y rezan los católicos en el período navideño: “todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado”.

Finalmente, la promesa resulta ser bien frustrante, porque cuando se trata de pedir, la gente pide de todo y a nadie en este mundo le pueden dar todo lo que está pidiendo.

Mi mamá, que era un monumento erigido a la resignación cristiana, siempre nos respondía la pregunta de qué le estaba pidiendo al Niño Dios, con una frase que le duró toda la vida: “la salvación del alma y la salud del cuerpo”.

No olvide usted que la realidad, que es tozuda, es cruel y es aleccionadora, da cuenta de millones de personas en el planeta tierra, fundamentalmente niños, que piden incluso pequeñas cosas a esa omnipotente infancia divina y, finalmente, no les es dado nada, salvo su miseria.

Otro enfoque para la recordada novena del Niño Dios, sería concentrarse en que la gente entendiera qué significa la infancia y cuál es la razón por la que debemos prestarle la máxima atención. Que la gente entendiera como se trata de un período en el que nuestra especie tiene una capacidad infinita de succionar información que será decisiva para su sobrevivencia, para la adultez.

En los seis primeros años el niño aprende cuál será su rol en el mundo, cómo será su comportamiento, cuál su manera de abordar las dificultades, qué tipo de ser humano va a ser en ese tramo en el que le corresponderá vivir.

Mire usted la historia infantil de las personas más excepcionales y también la de las más crápulas, antisociales y perversas; para entender el significado de ese período en sus decisiones existenciales.

He encontrado recientemente un texto extraordinario que me tiene conmovido: “Una historia de la lectura” de Alberto Manguel (Norma 1999) y, no he podido menos que pensar obsesivamente en ese período de la niñez, que nos dota de las creencias capaces de convertir nuestro tránsito como seres humanos, en un recorrer de caminos en los que arrastramos inexorablemente, tanto nuestras luces como nuestras sombras.

Relata el autor su encuentro con la lectura y esa experiencia se presenta ante nuestros ojos como un ejercicio alucinante. Dice que a los cuatro años descubrió que sabía leer. Fue un descubrimiento personal e íntimo, una deducción que le surgió luego de darle un sentido al conocimiento de las letras que se encontraban en las ilustraciones de los libros infantiles, en donde su niñera lo instaba a que rellenara con color el dibujo de, por ejemplo, un ojo, mientras le explicaba que esas formas negras que se encontraban bajo la ilustración decían, a su vez, “ojo”. Manguel construyó la percepción de que esas formas negras contaban cosas diversas: “el niño corre”, sería el otro ejemplo.

Confiesa que aquellas percepciones eran simples actos de prestidigitación que perdían gran parte de su interés “porque otras personas los habían ejecutado para mí… se trataba, sin duda, de una experiencia placentera, pero fue perdiendo intensidad con el paso del tiempo. Faltaba sorpresa”.

Y entonces cuenta que, un día, a los cuatro años, sentado en un coche en el que iba de viaje con su familia, vio una valla. Entendió que las mismas formas negras estaban allí, inmensas, pero que no había visto antes esa composición. Ocurrió, en ese momento, algo extraordinario, “supe lo que eran; las oí en mi cabeza; se metamorfosearon, dejaron de ser líneas negras para convertirse en una realidad sólida, sonora, plena de significado. Todo aquello lo había hecho yo solo. Nadie había realizado para mi aquel acto… el haber podido transformar unas simples líneas en realidad viva, me había hecho omnipotente. Sabía leer”.

Manguel, que nació en Buenos Aires en 1948, se convirtió en un lector formidable, un escritor prolijo y abundante, políglota, erudito y notable editor. Tuvo la fortuna, siendo un adolescente, de ser contratado por un cliente de la librería en la que trabajaba, para que varias veces a la semana se acercara a su apartamento y le leyera, pues había perdido la vista. Se trataba del mítico Jorge Luis Borges. Manguel fue su lector a lo largo de cinco años.

Su padre, un abogado, diplomático y político peronista de origen judío, era silencioso y rígido. Manguel relata una traición de su abuela a la que escribió quejándose por alguna pequeña tragedia familiar, con la esperanza de ser comprendido. Ella le envió la carta a sus padres, quienes lo reprendieron.

Repleto de distinciones y reconocimientos, luego de vivir en diferentes países a lo largo y ancho del mundo, fue nombrado en el 2015 director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina y se posesionó en 2016. Tenía 68 años. Fue allí en donde emergió, públicamente, el Manguel omnipotente de la infancia, el Manguel educado por la servidumbre, el niño a quien casi todo le fue dado. Renunció en 2018 luego de denuncias y escándalos por maltrato laboral, gastos excesivos y suntuarios, viajes por todo el mundo a cargo del erario, e irregularidades en el manejo de los viáticos. Recién posesionado se quintuplicó el salario.  

En el año 2020, donó a la ciudad de Lisboa los 40.000 libros de su biblioteca.

Mire otro caso: Javier Milei confiesa públicamente un odio visceral por sus progenitores, habla insistentemente de las palizas irracionales que recibió en su infancia, los gritos de su padre que lo definía minuto a minuto como un fracasado, las humillaciones que recibía de su madre.

Milei se siente orgulloso de ese maltrato: “eso en mí fue una gran experiencia, porque los mejores momentos son los de crisis, porque los cagones se van y los incompetentes se van. Solo se quedan los que saben y tienen bolas”.

La lección es inmensa. Un intelectual aristocrático e individualista y un político vulgar y bárbaro. Dos adultos “configurados” así desde su niñez. Ellos son los que son hoy, por los “méritos” de sus infancias…

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6 respuestas a «Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia…»

Gracias Don Alberto,un excelente artículo,lo felicito.Recuerdo mi niño dios pobre que me qudó debiendo tantos regalos de Navidad.Yo,ahora anciano y ante he llevado la Navidad a mis seres amados y recuerdo a esa divinidad que nunca tuvo un regalo para este niño pobre,que fuí yo.

Hola Luis Fernando. Muchas gracias por leer y comentar. ¡A todos nos quedaron debiendo regalos! Abrazo

Hola Alberto
Permítete desearte una Feliz Navidad y compartir con tus lectores mi saludo:

¡FELIZ NAVIDAD!

QUÉ LINDO, QUÉ NECESARIO NO SÉ CÓMO DAR LAS GRACIAS, PERO SIQUIERA TENEMOS LA PINTURA, LA MÚSICA, LA POESÍA, TODOS ESOS HERMOSOS LIBROS, LOS CONCIERTOS, LOS ARTISTAS, ESOS AMIGOS QUE SE SITUARON EN LA OTRA VERTIENTE DE LA VIDA -LEJOS DE LOS LUGARES COMUNES Y DE LAS SOCIEDADES DEL MUTUO ELOGIO-, O DE LOS ADORADORES ANSIOSOS Y TRÁGICOS DE LA CONSECUCIÓN DEL DINERO, TAMBIÉN DE LOS TEMEROSOS A LA MUERTE QUE CONSTRUYEN TORPES FALACIAS DE JUVENTUD, LLENANDO SUS INSTANTES DE UNA ANGUSTIA DISFRAZADA DE ESPERANZA.
SIQUIERA TENEMOS LA OPCIÓN DEL AMOR SILENCIOSO Y REPOSADO, ESE QUE NO ACEPTA CONTRARIOS, NI DILETANCIAS DE ARGUMENTOS PROFANOS, SIQUIERA PODEMOS SENTIR QUE DÍA A DÍA, NACE UN NIÑO EN NUESTRO CORAZÓN.

¡FELIZ NAVIDAD EN VERDAD!

Pues Eduardo, si se lo pides al Niño Dios, es improbable que te sea concedido el deseo. Un abrazo y gracias por leer y comentar.

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