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Trump-ón

Por Alberto Morales Gutiérrez

Donald Trump es, sin duda, un imbécil redomado. Todo en él es caricaturesco, sobreactuado. Es también un fantoche carente de ética y de los más mínimos modales, un ignorante de siete suelas y un auténtico payaso.

Pero hay que destacar de igual manera que Donald Trump, así descrito, es también altamente representativo de la decadencia de Estados Unidos y uno de los símbolos mas patéticos de la sociedad contemporánea.

Los habitantes de USA viven hoy de recuerdos viejos. Sueñan con un pasado glorioso de imperio sin fronteras, que todo lo decidía y todo lo controlaba. Sus desafueros neocoloniales, sus abusos, su vocación camorrera, pero, sobre todo la adopción inquebrantable del modelo económico de Milton Friedman, entronizó la doctrina neoliberal y la convirtió en la causante de su propia tragedia. Es una especie de harakiri que ellos no terminan de descifrar.

Sí, claro, el capital financiero se sigue regodeando con la idea del crecimiento infinito y sus dueños y corifeos sienten que esas ganancias que no se detienen, les durarán eternamente. Aún tienen la iniciativa, es cierto, mientras por debajo de sus manteles y de sus alfombras serpentea la tragedia inevitable.

Sí, la cúpula cada vez se enriquece más, pero ya no puede detener en su propio país lo que han logrado por fuera de sus fronteras: altos índices de desempleo, pobreza y exclusión social. Se trata de un hecho que es inocultable en sus calles; no tienen manera de maquillar los problemas que reverberan en las barriadas empobrecidas; no hay remedio para la vida de miseria que padecen altos porcentajes de sus ciudadanos.

Ahora sí están consumidos, desesperanzados, asfixiados. Los hay derrotados por centenares de miles, instalados en el asfalto, a merced de la caridad pública cada vez más escasa. Ya nadie se traga la perorata del “american life”.

Los inmigrantes llegan exhaustos, abren los ojos y descubren que llegaron a habitar en un espejismo frustrante. Cambiaron de geografía, pero sus miserias siguen intactas.

Ese escenario en el que las élites conquistaron una menor regulación gubernamental, y el hecho de que el modelo de financiación del Estado pasó de depender de los impuestos a depender de la deuda, sumado a una baja de la rentabilidad de las empresas (es la especulación financiera la que da ganancias) hizo de los halcones de Wall Street y de las grandes corporaciones, los protagonistas de la fiesta.

Y entonces, toda esa gente desesperanzada, incapaz de reflexión alguna, ve en las palabras del payaso la única alternativa de su redención. Es como si los hubiesen preparado largamente para aceptar y aplaudir todas sus sandeces.

Los analistas expresan, desde el interior, que “el ascenso del nacionalismo populista en casa, es un camino a la autodrestrucción”. Donald Trump les dará la estocada final como sociedad. Los Estados Unidos se están carcomiendo por dentro.

No puede uno menos que pensar en Wilhelm II, el último káiser alemán. Un petimetre cuya estupidez manifiesta contribuyó de manera decisiva a la desaparición del imperio de Prusia. La diferencia estriba en que mientras el lechuguino de Wilhelm fue un heredero nefasto, a Trump lo eligieron presidente.

Todo en Wilhelm fue una puesta en escena. Sus discursos estrafalarios y grandilocuentes lo convirtieron en el hazmerreír del mundo. Carecía de todo tacto. El zoquete de Wilhelm se relamía gritando que él reclamaba para Alemania “su lugar bajo el sol” como la nueva potencia mundial, al igual que Trump vocifera hoy que su tarea es “hacer a Estados Unidos grande otra vez” . Allá en Europa, tanto la aristocracia como las gentes de a pie soportaron al extravagante káiser, su personalidad volátil y sus incoherencias, a lo largo de 29 años. Una tragedia que se vivió entre 1888, cuando ascendió al trono, y 1917 cuando se vio obligado a dimitir, pues todos los sectores de la sociedad rechazaron su presencia. Nadie lo reemplazó, su imperio se desmoronó.

Los Trump y los Wilhelm son aves de mal agüero, dañan lo que tocan y, como toda la sociedad es víctima de la decadencia, empiezan a reproducirse por todas partes. Nadie escapa a su nueva influencia. La espigada flema británica desapareció de un tajo con la irrupción nefasta del mitómano y desatado Boris Johnson; Argentina sufre bajo la influencia de un tal Javier Milei, cuya ordinaria desfachatez y desequilibrio evidente, hace estragos. Este tipo de mandatarios y candidatos ya son la nueva fuerza emergente. ¡La lista es larga!

Nadie puede afirmar con certeza que Trump ganará o perderá las elecciones de noviembre. Pero ocurra lo que ocurra, cualquiera sea el resultado, el gran perdedor será Estados Unidos, porque esas elecciones se convertirán en una fotografía que no se podrá borrar jamás.  Fueron ellos mismos los que eligieron a un delincuente para que los gobernara entre 2017 y 2021. Y hoy, por encima de toda previsión, un amplio sector de esa sociedad quiere que regrese.

El jueves pasado, un jurado en New York lo declaró culpable de 34 cargos que comprometen todo tipo de trapisondas: facturas ficticias, registros contables falsos y utilización indebida de los fondos de la campaña, para pagar US 130.000 por el silencio de una actriz porno, Stormy Daniels, con quien se relacionó. Trump no quería que nadie lo supiera, pues tal relación podía entorpecer su arribo a la Casa Blanca. Las evidencias fueron incontrovertibles.

La verdad es que Trump nunca ha dejado de ser un tramposo. No solo ha practicado todo tipo de artilugios para eludir impuestos y ha recibido sanciones al respecto, sino que ha engañado a sus clientes y a los bancos en varias oportunidades con “avivatadas” inconcebibles en sus negocios. Es bien sabido que aprovechó su paso por el Despacho Oval para lucrarse, él y su familia, con actividades turbiamente tramitadas.

Dentro de los múltiples juicios que lo esperan, hay uno particularmente relevante. Tiene que ver con su asombrosa decisión de empaquetar en cajas de cartón miles de documentos de seguridad nacional y llevárselos para su casa antes de entregar la presidencia. Ha de haber visto en la comercialización de esos secretos, un negocio de proporciones incalculables. Desde siempre, Trump ha sido un hampón en el más literal de los sentidos.

¿Recuerda usted cuando los gringos definían como “republiquetas bananeras” a nuestros países y se reían de la desfachatez tropical de nuestros gobernantes y dictadores recurrentes, que lo manejaban todo: los recursos, los dineros y las gentes (aún lo manejan todo) como si se tratara de activos que les eran propios? Pues, es evidente que su “democracia” ha llegado a las mismas prácticas y personajes. Ya, definitivamente, no tienen remedio. Ellos mismos, todos ellos, construyeron esa debacle.

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14 respuestas a «Trump-ón»

Y aquí querido Alberto no nos quedamos atrás con Rodolfo, Alvarito y hasta Petro. Muy buena columna. Gracias.

Hola Eduardo. Muchas gracias por leer. Lo dicho: la lista es larga.

Los gringos ya beben de su propio veneno. El imperio clama por sobrevivir, pero sus días están contados. Ya no es el paraíso, ahora es un turbión de inmigrantes, drogadictos y negros que odian a un montón de rubiecitos que aún sueñan con sus viejas glorias…

Hola Juan Fernando. Sí, la decadencia de USA ya es visible y manifiesta. Gracias por tu lectura y por comentar.

Buenas tardes Carlos Arturo. Muchas gracias por tu lectura y comentario.

El Poder de un Gobierno no le pertenece ni al mismo gobernante de turno. Solo le pertenece al pueblo, Atte Su Alteza

El artículo de hoy más bien parece una radiografía del jumento ese que nos está “gobernando”.

Bueno estimado Alberto pongámonos de acuerdo: o aceptamos que caigan los imperios y con ellos todas las instituciones subyugantes que frenan la movilidad social… ó aceptamos que con esas caídas llegan nuevas oportunidades de ordenamiento y mayor fluidez social…
Bajo los imperios sólo los lambones y cortesanos lograban mejorar sus vidas.
Ahora que les llegó la realidad social a los estados unidos no son capaces de digerirla ni tratarla…tienen mucho que aprender de la india…

Quizá tengas razón!!!! Sin embargo leo en tus comentarios. Una sobredosis de odio. Innecesaria. Que adelgaza nuestra capacidad de análisis y de por supuesto superar nuestros ancestrales problemas como sociedad y poniendo de por medio la necesidad de eliminación del contrincante, en cualquier escenario de conflicto. Será que los latinos experimentamos gran diferencia entre Trump y Byden. Y con ello hacer creer que lo que acontece hoy es producto del periodo anterior del señor Trump? Será un aporte significativamente importante, para quienes tienen el derecho a elegir en esas urnas para el próximo periodo ? En fin en todo caso creo que profetizar sobre el odio. En nada aporta. A nadie!!!!!

Hola María, muchas gracias por tu lectura. No observo ánimo destructivo en la columna, pero tienes todo el derecho a disentir.

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