Es repugnante escuchar la afirmación delirante de Daniel Quintero en el sentido de que está luchando contra la corrupción, mientras el corifeo de corruptos a quienes él sirve, lo aplauden hasta el delirio. Es repugnante escuchar la afirmación de Iván Duque en el sentido de que su desfachatada reforma tributaria no es, en ningún caso una reforma tributaria.
Por Alberto Morales Gutiérrez
La mentira es para ellos una adicción. Son mitómanos por definición. El embuste es su razón de ser. Casos patéticos como los de Daniel Quintero e Iván Duque son apenas la punta del iceberg de una patología que lo invade todo en este país. No escapa el congreso, no escapan los “jueces”, el ejército, la policía, los “abogados”, los tecnócratas, los “periodistas”, los almacenes de cadena, los bancos, los sacerdotes, las listas de precios, las tarifas de los servicios públicos, los empaques de los alimentos y los empaques de las chucherías. Es como si una epidemia de mentiras y de mentirosos obsesivos lo estuviera invadiendo todo y arrasando con todo.
Se trata de gente que ha desarrollado a niveles superiores la capacidad de decir algo completamente diferente a lo que está pensando, de distanciarse de la realidad sin sonrojarse y que miente con la intención premeditada y perversa de modificar las creencias de los demás para conseguir un fin.
Es repugnante escuchar la afirmación delirante de Daniel Quintero en el sentido de que está luchando contra la corrupción, mientras el corifeo de corruptos a quienes él sirve, lo aplauden hasta el delirio. Es repugnante escuchar la afirmación de Iván Duque en el sentido de que su desfachatada reforma tributaria no es, en ningún caso una reforma tributaria. Toda su intención, su estrategia, su deseo, su engaño, se centra en “construir” una realidad ficticia, una realidad diferente a la realidad de sus atropellos y felonías.
El filósofo británico Herbert Paul Grice hace una afirmación que va en contravía de muchas creencias generalizadas. Dice que “la mentira puede ser entendida como una característica parasitaria común de la comunicación humana”. Esta idea derrumba el discurso según el cual la virtud, la tendencia al bien, la bondad, la justicia, eran consubstanciales a nuestra naturaleza, ya que en tanto “idea parasitaria común de la comunicación humana”, la mentira nos pertenece a todos y a todas, puesto que, quien no haya mentido jamás, que tire la primera piedra.
La verdad es que hay matices en las mentiras.
El problema de la mentira, del engaño que subyace en ella, es el impacto que produce en las relaciones sociales, en las interacciones y sobre todo, en la ética, que es una de las más poderosas construcciones de nuestra especie.
Existe tal vez una relación directamente proporcional entre el engaño y su impacto. Es por ello que existen mentiras piadosas, mentirillas, mentiras sociales, en fin. El impacto y la intencionalidad del engaño son los que finalmente dan grado y nivel a la reprobación del mismo.
La mentira del corrupto, la mentira de sátrapas como Quintero y Duque, las mentiras de sus secuaces, son engaños de grandes proporciones, engaños que causan grandes daños, que destruyen, que aniquilan.
Nietzsche hace una advertencia que nos concierne a todos y tiene que ver con nuestra actitud, con nuestra capacidad de respuesta a la mentira. Abstenernos de denunciarla, negarnos a combatirla, es una manera de aceptarla. Como el silencio no es una opción, resignarnos es engañarnos a nosotros mismos y es en ese sentido que tiene tanta importancia el aforismo del pensador alemán cuando dice: “La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo…”