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Al Alberto

Una frase que mete miedo: “que se haga lo que Dios quiera…”

No digo que la política no tenga que ver con la religión, porque han estado ligadas desde el principio de los tiempos. Digo que se ha exacerbado la utilización de la voluntad de Dios en el discurso político. La derecha lo ha incorporado a su visión estratégica.

Por Alberto Morales Gutiérrez.

Le tengo envidia a Michel Onfray, el filósofo francés contemporáneo, no solo por la lucidez de su pensamiento y su muy grata manera de escribir, sino por su calidad de observador impenitente. Lo mira todo y aprende de todo lo mirado.

En su “Tratado de Ateología” (Anagrama 2006) destaca bellamente las veces que ha visto a Dios a lo largo de su vida. Hace un listado cuya descripción es, por lo menos, fascinante. Lo ha visto – dice – en un desierto mauritano, bajo la luna que rastrillaba la noche con tonos violetas y azules; también lo ha visto en las mezquitas frescas de Bengasi o de Trípoli, en Libia; y en un santuario consagrado a Gamesh, el dios adornado con una trompa de elefante; lo ha visto en la sinagoga del barrio del gueto, en Venecia, con una kipá en la cabeza; y, así mismo, en el coro de las iglesias ortodoxas en Moscú, y en un ataúd abierto en la entrada del monasterio de Novodevichye, mientras que en el interior rezaban la familia, los amigos y los popes con sus magníficas voces, cubiertos de oro y rodeados de incienso; o en Nápoles, en la iglesia de San Javier, el patrono del pueblo, construida al pie del volcán, cuya sangre se licúa, según dicen, en determinadas fechas; también lo vio en Palermo, en el convento de los capuchinos, al pasar ante los ocho mil esqueletos de cristianos vestidos con sus ropajes más suntuosos; en fin…

Agrega que ha visto a Dios en otros lugares y de otros modos: en las aguas heladas del Ártico, durante el ascenso de un salmón pescado por un chamán, atrapado por la red y, según el rito, devuelto al cosmos del que provenía; y lo vio en una trascocina de La Habana, entre un cobayo crucificado y envuelto en humo; tanto como lo ha visto en Haití, en un templo vudú perdido en el campo, en medio de depósitos manchados de líquidos rojos, entre aromas acres de hierbas y pociones, rodeado de dibujos diseñados en el templo en nombre de los loa.

Relata que ha visto dioses muertos, dioses fósiles, dioses atemporales, y no duda en recalcar que en ninguna parte ha despreciado a quienes creían en los espíritus, el alma inmortal, el soplo de los dioses, la presencia de los ángeles, los efectos de la oración, la eficacia del ritual, la legitimidad de los hechizos, los contactos con los loa, los milagros de la hemoglobina, las lágrimas de la Virgen, la resurrección de un hombre crucificado, las virtudes de los cauríes, los poderes chamanísticos, el valor de los sacrificios de animales, el efecto trascendente del nitro egipcio, las ruedas de oración. En el chacal ontológico.

Tal respeto por la creencia ajena no le impide decir que, en todos lados ha podido comprobar cómo fantasean los hombres para no enfrentarse con lo real. Destaca que la creación de mundos subyacentes no sería tan grave si no se pagara un precio tan alto: “el olvido de lo real, y por lo tanto, la negligencia dolosa del único mundo que existe”.

Yo, que soy más dado a la irreflexión, fui sacudido por una conmoción de irreverencia cuando, recorriendo el Palacio de Topkapi en Estambul, pude ver la huella del profeta Mahoma y, me pareció tan desproporcionada y caricaturesca, que me negué a creer que alguien pudiera observar este engaño con algún respeto. Pero desde luego que los creyentes lo hacen no solo con respeto sino con veneración.

Y entonces, aferrados a la efectividad y eficiencia del discurso asociado a esas creencias, la vida política del mundo ha sido invadida por las religiones. Pastores cristianos son senadores activos, diputados o concejales; sacerdotes católicos se involucran en campañas e incluso, renuncian a sus sotanas pero conservan esos  cargos que han conquistado electoralmente.

No digo que la política no tenga que ver con la religión, porque han estado ligadas desde el principio de los tiempos. Digo que se ha exacerbado la utilización de la “voluntad de Dios” en el discurso político. La derecha lo ha incorporado a su visión estratégica.

En Medellín es patética la manera como el alcalde ha decidido encomendar a Dios a Hidroituango; encomendar a Dios a la ciudad; encomendar a Dios su futuro personal. Es también patética la manera como se ha incrementado la presencia de este y de cuanto candidato aparece para cualquier cargo, en los rituales de las más diversas creencias religiosas y espirituales.

¿Recuerda a Uribe rebautizándose en una religión diferente a la que había profesado? ¿A los presidentes posesionándose primero donde los Mamos de la Sierra Nevada? ¿A Petro inclinado en frente del altar católico?

La puesta en escena y el acompañamiento de las religiosidades, tiene un agravante adicional: el fanatismo de derecha.

Envalentonados con la fuerza que se desprende de la voluntad divina, emergen como hordas dispuestas a dar la vida por su verdad y, amparados en que su lucha liberadora es contra el “comunismo”, cubren bajo ese manto a todo aquello en lo que no están de acuerdo: el derecho al aborto es un engendro comunista, tanto como la equidad de género, la defensa de los DDHH y la protesta social. Son engendros comunistas la crítica a todo aquello que ellos defienden, de la misma manera que piensan que hacen parte de la narrativa comunista: la libertad de cátedra, la exigencia de la transparencia y el buen gobierno, o pedir cuentas a los mandatarios.

Todos esos que gritan con entusiasmo a quienes no creen en ellos, que “plomo es lo que hay”, son muy dados al respeto de la voluntad divina.

Es por ello axiomática esa conjunción probada históricamente entre los partidos de derecha y las religiones, pues al parecer, ambos tienen la necesidad de que la incultura, la ignorancia e incluso la inocencia, prevalezcan en las mentes de los más amplios sectores de la población, pues esa es la única garantía que tienen, no solo para expandirse, sino para asegurar su existencia.

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4 respuestas a «Una frase que mete miedo: “que se haga lo que Dios quiera…”»

Gracias Alberto, es francamente aberrante la difusión de la voluntad de Dios en el caso de Hidroituango. Cuántas vallas han pagado y cuánto cuestan para dejar en manos de Dios el futuro de la gente que podría perecer a causa de los egos que se imponen de lado y lado. Ese dinero deberían invertirlo en salvar vidas y en la restauración de derechos. Genial tu columna. Abrazos y buen año nuevo

Abrazo Marta, gracias por leer. Creo que la palabra aberrante, como tu dices, define muy bien ese tipo de aegumentaciones.

Excelente columna Alberto; esa dañina conjunción es la prédica común de ese tipo de “personajes” acostumbrados a pescar en río revuelto para sus adeptos.

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